Puerto o Paseo de Pescadores. Cualquiera sea el nombre definitivo, suena mezquino para el ambicioso proyecto integral que impulsa la Asociación Civil Carlos Bocacha Orellano y ya tiene el respaldo del Concejo Municipal de Rosario. Su concreción revalorizará la zona de la desembocadura del arroyo Ludueña en el Paraná, en barrio Arroyito.
La propuesta apunta a reivindicar a los trabajadores del río promoviendo el blanqueo de una actividad históricamente marginada, pero es mucho más que eso: también busca darle un lugar y trabajo a los artistas, huerteros, productores agroecológicos y artesanos locales. Incluye emprendimientos gastronómicos y venta de pescado directo al consumidor en óptimas condiciones sanitarias y precios sin intermediaciones. Con ferias y actividades culturales se lanza, además, como un polo de atracción turística para argentinos y visitantes del exterior. A la vez, contempla capacitación para oficios afines con la náutica y un astillero de reparación de embarcaciones plásticas. La iniciativa, hoy, está a la espera del visto bueno del Ejecutivo local y para entrar de lleno en las precisiones.
Los terrenos donde el proyecto fija el Puerto de Pescadores están aún bajo una concesión municipal a la empresa constructora Obring SA. Son, «a ojo de buen cubero», unas tres hectáreas sobre la margen derecha del arroyo. La cesión data de 2011, y fue anunciada como un emprendimiento privado basado en guarderías náuticas que, como contraprestación, daría a la ciudad una zona de acceso público mejorada con vistas al Paraná. Un «parque náutico y recreativo» que nunca terminó de zarpar. La infraestructura para los negocios –guardería Puerto Ludueña– se montó rápido, pero la prometida para el acceso libre de los rosarinos nunca avanzó. La concesión es por 25 años con otros cinco de prórroga.
Ahora, se posa sobre el mismo territorio un proyecto diferente, en el que priman los objetivos sociales, culturales y turísticos por sobre los económicos privados. Lo sintetiza la Asociación que lleva el nombre del joven de 23 años fallecido la madrugada del 24 de febrero de 2020 en el predio del boliche Ming, hecho por el cual permanecen con prisión preventiva dos patovicas del comercio y dos policías. El Concejo avaló la iniciativa mediante un decreto aprobado sobre tablas y por unanimidad en noviembre de 2020, tras ser ingresado por los entonces ediles Alejandra Gómez Sanz, Eduardo Toniolli y Norma López.
El texto con el aval del Palacio Vasallo menciona el probable incumplimiento de las obligaciones de Obring (único oferente) fijadas en la concesión. En mayo de 2020, señala el decreto, la concejala Gómez Sáenz solicitó al Ejecutivo local un informe sobre el estado y porcentaje de ejecución» de las obras para beneficio público, que no fue cursado. Y señala que «es pertinente avanzar en pos de la realización de un estudio de factibilidad sobre la creación de un Paseo Comercial, Cultural y Turístico sobre la zona mencionada».
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Quien moviliza la idea es Edgardo Orellano, padre de Carlos y hombre de río. Desde los tres años, cuenta, transita las aguas marrones. A lo largo de su vida, fue y vino del Paraná alternando el oficio de pescador con otros varios para vivir de lo que sabe. Ahora, con 61 años, cuenta, se instaló definitivamente en lo que ama. Vendió todo, se compró cuatro lanchas y retornó al Paraná. Es impagable, confiesa. Amanecer arriba de una canoa, escuchar el canto de los pájaros, interpretar su vuelo para saber si se viene una tormenta. Los saberes del agua que aprenden los que la transitan y trabajan en ella.
El trabajo de la pesca es, sin embargo, irregular, sometido a los vaivenes climáticos y siempre al margen de las mínimas garantías laborales por su carácter informal. En la zona del Delta frente a las costas santafesinas, los grandes negocios con el recurso ictícola los hacen los frigoríficos, muchos de ellos exportadores. También, los intermediarios.
La necesidad de generar un espacio propio para los pescadores de la región surgió así naturalmente. La oportunidad de vender el producto, fresco o con valor agregado –cocinado– directamente a los consumidores. De sortear la histórica dependencia de las empresas faenadoras de Santa Fe o Entre Ríos y de los acopiadores que les compran a granel y bajo precio.
La propuesta contempla un muelle seguro y apropiado para los trabajadores del río, para que puedan dejar sin riesgos sus embarcaciones cuando cruzan desde la isla para vender, o cuando lo hacen por una urgencia médica, para comprar alimentos y enseres o para que sus hijos vayan a la escuela. Los que existen hoy son inadecuados. Por ejemplo, el histórico, y remodelado, de la bajada Génova, al lado de la guardería Botar, o el que está en terrenos del Acuario frente al Parque Alem. Los grandes barcos con sus olas golpean las lanchas, los ingresos distan de ser cómodos, los pontones quedan inutilizados por las bajantes o crecientes extremas y las pertenencias de los pescadores, sus herramientas de vida, están a merced de los robos.
El proyecto va por más: integrar, de una vez por todas, a las comunidades isleñas con el resto de la sociedad rosarina. De este lado del Paraná, son invisibles salvo cuando encabezan una protesta ante la falta de respuestas del Estado cuando la actividad se ve reducida, y a veces interrumpida, por las vedas o condiciones, como las actuales, extraordinarias del río.
Otro de los condimentos es el de una expendedora de combustible náutica en el sector. Para eso, hay conversaciones avanzadas con la petrolera estatal YPF. En toda la zona norte, sólo está la de la guardería Morgan, propiedad de Enzo Mariani. Es el empresario denunciado por usurpar terrenos de la Municipalidad de Rosario en las islas, pertenecientes al Legado Deliot, y por intervenir el humedal con terraplenes ilegales para sostener su actividad ganadera.
Trabajadores con trabajadores
Pescadores, actores del proyecto. Fotos: https://www.elciudadanoweb.com/wp-content/uploads/2024/06/cuneo-libarona-1.jpg.
Trabajadores con trabajadores es una suerte de lema. Edgardo Orellano explica a El Ciudadano que el amplio abanico de la propuesta contempla ferias de artesanos, puestos para los huerteros periurbanos de la ciudad, y hasta un escenario para que se expresen los artistas locales, al lado de las aguas del Ludueña y el Paraná.
Si bien el padre de Bocacha es la voz cantante, explica que la movida surge de numerosas voluntades. Las originarias son las de los hombres de río organizados en asociaciones –como la de El Espinillo– o no. Se sumaron otras muchas, varias de la Universidad Nacional de Rosario.
Por ejemplo, un equipo de la Facultad de Ingeniería colaborará en el diseño del astillero y escuela de reparación de embarcaciones plásticas o de fibra de vidrio, para que los pescadores tengan opciones de ingresos por trabajo cuando el río o las normativas les son esquivas.
La Escuela de Música de la Facultad de Humanidades aportará en lo que respecta a los espectáculos, lo mismo que algunos colectivos de artistas ya instalados en la ciudad.
Fiscalizar, blanquear, dar dignidad
Para los pescadores, uno de los aspectos de la iniciativa sobresale por relevante: la instalación de un puerto fiscalizador de la comercialización de pescado. Hubo uno, en el actual predio del Acuario, frente al parque Alem, que funcionó hasta la década de 1970.
La ausencia de este dispositivo estatal en la zona favorece las transacciones en negro, sin ningún tipo de control público, y apuntala el poder de los compradores por sobre los que extraen el recurso del río. La propuesta es que lo obtenido por la fiscalización se reparta en partes iguales entre la provincia, el municipio y un fondo compensador para los trabajadores que reemplace, con ventajas y dignidad, los magros subsidios entregados en tiempo de «peces flacos». Hoy, cuando se puede pescar sólo tres días por semana, esa asistencia, que no cuenta con presupuesto específico, es de apenas 15 mil pesos mensuales por familia para los que tienen carnet comercial, y 10 mil para los que poseen el de supervivencia.
La fiscalización, además, promueve el blanqueo de la actividad y la transparencia de precios. Y empuja derechos básicos para los alrededor de cuatro mil pescadores de la región: registro, posibilidad de una jubilación, asistencia médica.
El medio ambiente, también
Fiscalizar, promover la venta directa del pescador al consumidor, establecer un espacio con normas claras de higiene y que fomente otras actividades es, ademas, dice Orellano, un aporte a la preservación del recurso ictícola y el ambiente castigado de los humedales del Delta.
Explica: los frigoríficos procesadores de pescado para la exportación piden una trama de malla de 10 centímetros, en la que quedan atrapados ejemplares de un medio a un kilo de peso. Los pescadores artesanales trabajan para el mercado interno con 16 centímetros, con la que sólo se pueden sacar individuos de más de tres kilos y medio. Favorecer la venta directa, entonces, contribuye a disminuir la presión de pesca.
En el mismo sentido, suma, va otro de los componentes del proyecto: un muelle de embarque para ecoturismo en las islas. Es atractivo para turistas incluso del exterior, y manejado por los pescadores, les significaría un ingreso hasta en dólares como alternativa o en combinación con las redes.
Orellano se entusiasma con sumar este retorno a la naturaleza que emprendió en lo personal. Y con dignificar un trabajo que conoce y sufrió en sus desventuras. Enfatiza que es para todos los pescadores de la región, y espera que las autoridades le den curso con el sentido que fue presentado, social, cultural, abierto a todos.