Edgardo Bauza dejó mucho, muchísimo. Un título después de casi 23 años. Inconmensurable por donde se lo analice. El Patón le devolvió la alegría al pueblo canalla. Basta con tan solo recordar la cantidad de hinchas de Central que festejaron hasta las lágrimas en el mes de diciembre; los que fueron a Mendoza y los que no viajaron pero lo disfrutaron igual. Aquellos adolescentes que no habían visto a Central campeón en el 95 jamás olvidarán ese 6 de diciembre cuando vieron por primera vez a su equipo codearse con el éxito.
Bauza pasó con gloria. Volvió para escribir una página en la historia del club. El único en los casi 130 años de vida de Central que se pudo dar el lujazo en la etapa profesional: salir campeón como jugador y como entrenador.
La decisión de que no siga en el banco de suplentes es acertada. Y está bien que no se haya tomado como condicionante el hecho de que hace poco fue campeón. Es que la dinámica del fútbol no permite dejarse llevar por recuerdos, por más imborrables que sean. El ciclo del Patón no daba para más. La campaña de su equipo en la Superliga fue de descenso. Y los malos resultados habían hipotecado el futuro.
No es el único responsable del mal presente. Los encargados de la conducción del club deberán encontrar los yerros cometidos para intentar corregirlos. Pero en este deporte, el histórico fusible es el entrenador.
Bauza seguramente no volverá a dirigir nunca más a Central. Pero no hay ninguna duda que alcanzó como entrenador un lugar privilegiado, el mismo que ya había logrado tener cuando fue jugador. Chau campeón.