En «La comedia de los sexos», los psicoanalistas Luciano Lutereau y Marina Esborraz escriben un breve ensayo en el que reconstruyen por qué el análisis es el primer método clínico que desenmascara los efectos del patriarcado y desde allí invitan a pensar el modo en que nuestras subjetividades están atravesadas por ese sistema opresivo, que define mucho la forma en la que amamos y deseamos.
«Amar sólo se puede amar a un varón»; «Desear, sólo se puede desear a una mujer»; o «El primer antisocial del patriarcado nuestro fue el homosexual, porque mostró el mecanismo oculto», son algunas de las frases contundentes que se leen en este ensayo provocador, publicado por IndieLibros en formato digital y escrito a cuatro manos.
Esborraz, licenciada en Psicología, y Lutereau, doctor en Psicología y doctor en Filosofía, vienen trabajando en dupla en otros títulos como «Amar a un varón. Clínica de la homosexualidad masculina» y en artículos para la revista Polvo. «Trabajar con otro es una buena manera de que el pensamiento no quede pegado a una identidad, sino que tenga devenir», dice ella.
—Este libro muestra que el análisis devela algo que, por ejemplo, las lecturas de género con tanto corpus, no ¿Cómo se imbrica con la tesis de que el psicoanálisis es un método contra el patriarcado?
—Luciano Lutereau: El psicoanálisis deconstruye la subjetividad patriarcal de un modo particular: busca ese nudo íntimo en que alguien, más allá de lo que piensa conscientemente, reproduce actitudes misóginas, homofóbicas. Desde el punto de vista de la consciencia se pueden saber muchas cosas, pero eso no quiere decir que se las crea. El análisis parte de que no creemos lo que sabemos: sabemos que no está bien pensar que las mujeres tienen la culpa, merecen castigo, pero en la intimidad reproducimos miles de pequeños actos, a veces imperceptibles, que lo confirman. El análisis va a contrapelo de que alguien se arme un discurso complaciente y luego haga lo contrario; invita a que cada quien asuma una actitud menos declarativa, menos careta y se mire a sí mismo, que deje de juzgar a los demás y revise sus propias contradicciones.
Es muy fácil vestirse con una opinión progre y después hacer todo tipo de maldades. El análisis no es para ser cool, es para ser menos resentido, cobarde, prejuicioso y estar dispuesto a hablar en nombre propio. El Patriarcado es mucho más que un orden de dominación de las mujeres, es el orden de la hipocresía subjetiva. Es de lo que Freud vino a curarnos. La enfermedad actual del Patriarcado, la que todavía necesita cura, es pensar que se está del lado de los buenos.
— Entonces, Freud, el padre del psicoanálisis, releído históricamente por corrientes feministas en clave machista ¿sería padre/creador de un método contra el patriarcado?
—Marina Esborraz: Sin duda fue un padre y un creador, pero ¿qué clase de prejuicio es el que espera que alguien esté a la altura de lo que descubre? Ese es el culto personalista de nuestra época, en la que cada uno se hace un perfil acorde a las ideas con las que se esconde de sí mismo. Freud era una persona honesta, eso es lo importante, que hablaba como hombre, padre, judío, lleno de prejuicios, pero siempre dispuesto a reconocerlos, cambiar de opinión, ¡no estaba tan loco como para creerse Freud!
Por lo demás, no hay que olvidar que ese mismo hombre del siglo XIX firmó un manifiesto público contra la condena judicial de la homosexualidad, impulsó a las mujeres analistas, en la Asociación Internacional se opuso a quienes no querían analistas homosexuales, se opuso a los nazis. Se critica mucho a Freud, no es que no sea criticable, pero ¿cómo se lo critica? Muchas veces, leyéndolo con mala leche, buscando la frase a la que se le quiere hacer decir lo que uno quiere que diga.
—¿A qué llevan esas lecturas?
— Esto no es deconstruir nada, es armarse un enemigo a la medida de lo que le queremos criticar. La obra de Freud no son sus textos, sino también un método, el que todavía cabe aprender a utilizar, porque en este método está su vigencia, el resto es franeleo intelectual, la razón chimentera de nuestra época que toma una frase aislada de alguien y dice: «Miren lo que dijo». Esto es ser poco honesto. Tildar a Freud de machista, heteronormativo y demás es no sólo no haber entendido nada de su obra, sino además tener mala leche.
— El título, «La comedia de los sexos», y los dos axiomas de que solo se puede amar a un varón y de que solo se puede desear a una mujer, podrían leerse en términos de binarismo y las dicotomías han llevado a la construcción de estereotipos ¿de qué modo le escapa el psicoanálisis a esos binarismos?
—L.L: Una posición binaria es aquella en que hay dos términos y uno es el contrario del otro. Por ejemplo, binario es creer que todo lo que no es masculino es femenino, en lugar de pensar nuevas formas de masculinidad o una apertura del concepto. Puede haber dos términos sin que estos sean contrarios, que su oposición funcione como diferencia permanente. En esto consiste el uso del par masculino-femenino que hace el psicoanálisis. Justamente los axiomas que proponemos tienen la función de ubicar que varón no es una identidad, no es varón quien ama, ni mujer quien desea, sino que estas formas del género son objetos variables, con su modificación permanente.
Que se ame a un varón quiere decir algo sobre el amor antes que sobre la masculinidad. Que el amor tiene como condición un objeto cuya presencia tiene alguna relación con la potencia: ¿no nos pasamos reprochando en la vida amorosa que si el otro no está con nosotros es porque no quiere («puede, pero no quiere»)? El amor todo el tiempo construye fantasías omnipotentes. Algo semejante, pero en otra dirección se podría decir del deseo, pero en relación con la ausencia. En última instancia, a nosotros no nos interesa pensar la cuestión de género, sino cómo funcionan el amor y el deseo, esos dos modos tragicómicos del sexo, que valen para cualquiera, como sea que se autoperciba.
—La mujer que no deja de «actuar» para dar amor; el varón desligado de la potencia, ¿La transformación en las subjetividades debe leerse como un fenómeno de masas?
—M.E: Nos preocupa una especie de falacia explicativa, muy vigente hoy en día, que hace de lo social algo que está afuera, nos condiciona y, por lo tanto, hace que seamos como somos. La deconstrucción es un acto íntimo, personal, pero para eso es preciso primero salir de ese discurso neuróticamente social que le echa la culpa de todo al «afuera», porque el riesgo es la construcción de nuevas versiones igualmente neuróticas que, por un tiempo, parecen que están de vuelta, pero con el tiempo demuestran ser más terribles. Por ejemplo, el varón feminista es más peligroso que el machirulo. Y si pedís una generalización injusta: el analista «progre» es más peligroso que el llamado «ortodoxo», porque camufla y encubre todo su odio y resentimiento hacia el psicoanálisis.