Ya cuando estaba en la escuela primaria, en el Sagrado Corazón de los padres bayoneses, Christian Viña soñaba con ser sacerdote y le gustaba participar en la misa como monaguillo. Sin embargo abrazó el periodismo desde los 15 años y en la década del 80 trabajó como movilero en radios AM de la ciudad y en los canales 3 y 5. En 1989 emigró a Buenos Aires y su carrera siguió en distintos noticieros como Telenoticias, de Videocable Comunicación (VCC), América Dos, Cablevisión Noticias y ATC; además de ser periodista acreditado en la Casa de Gobierno y en el Congreso Nacional. Siempre le gustó el contacto con las personas y trabajó en exteriores bajo las órdenes de Enrique Llamas de Madariaga, Roberto Maidana, Juan Carlos Pérez Loizeau, entre otros. “Estuve muchos años alejado de la Iglesia hasta que un día volví a ir misa porque sentía un vacío espiritual y si bien tenía todo estaba solo. El desarraigo me pegó mal”, dice hoy Christian Viña quien en marzo de 2004 ingresó al Seminario Metropolitano de la Inmaculada Concepción, de la Arquidiócesis de Buenos Aires y recientemente fue ordenado diácono en el seminario San José en la ciudad de La Plata. Viña, hoy de 51 años, y autor de seis libros, asegura que cambió las noticias “por la buena noticia” y recuerda que sus compañeros de la institución religiosa lo llamaban Tío, por ser uno de los mayores y lucía orgulloso su camiseta de Newell’s en los picados en el seminario.
—¿Cambió las primicias por los sermones?
—Bueno, siempre me gustó hablar con la gente. Como periodista, tanto en Rosario como en Buenos Aires, siempre preferí el trabajo en exteriores. El móvil me dio un acercamiento a las necesidades de la gente, indudablemente…
—¿Había una vocación oculta?
—Yo de chiquito, en la escuela primaria, en el Sagrado Corazón, ya quería ser cura. Pero mis padres me dijeron que no, que decidiera cuando sea grande. Luego, desde los 15 años abracé con pasión al periodismo: me vine solo a Buenos Aires y sentí el desarraigo, se me produjo un cambio importante. Estuve trabajando en los mejores lugares y con los mejores profesionales, aprendí muchísimo; estuve acreditado en Casa de Gobierno, codeándome con gente de primer nivel y veía que algo me estaba faltando en lo espiritual. Estuve muchos años alejado de la Iglesia, sobre todo cuando comencé en la televisión en 1984 hasta el 86 en Canal 3 y entre el 86 y el 89 en Canal 5 donde hice el móvil. Fueron muy buenos momentos, con un éxito profesional importante que me permitió ir a Buenos Aires y digamos que las mieles del triunfo –tenía 23 años– me llevaron por caminos muy lejos de Dios, no quería saber nada con los curas. Crecí en la profesión, tuve el honor de trabajar con los mejores periodistas del país como Enrique Llamas de Madariaga, Juan Carlos Pérez Loizeau o Roberto Maidana, estuve a punto de casarme en un par de oportunidades. Tenía dinero, un buen pasar, autógrafos, noches… y sentía que me faltaba algo. Un día fui a misa y comencé a reencontrarme con Jesús.
—Un trabajo suyo se llamó “Un periodista pide perdón”. ¿De qué se culpaba?
—Cuando nos preparábamos para el gran jubileo del año 2000, el papa Juan Pablo II nos pidió a todos los católicos del mundo que, cada uno en lo suyo, hiciera una gran autocrítica. Recogí el guante y me pareció oportuno que, desde el periodismo, nosotros mismos, hiciéramos un examen de conciencia: cómo desde el periodismo faltamos a la verdad, a veces desde el periodismo condenamos de antemano a las personas, a las instituciones. Cómo muy fácilmente nos convertimos en fiscales, todo para tener un punto más de rating o para vender más diarios. Vendemos el alma al Diablo… Entonces me pareció oportuno hacerlo en un país donde nadie pide perdón o mucha gente pide perdón menos los periodistas y los economistas. Donde arrojamos la primera piedra a los demás y no a nosotros mismos.
—¿Como hombre de la Iglesia, cómo ve el rol de los medios de comunicación?
—Muy preocupado, porque yo amo al periodismo, amo mi profesión y amo a los periodistas, que son mis colegas. Muchos de los que hoy son primeras figuras de la televisión, fueron mis colegas…Marcelo Tinelli fue compañero mío en exteriores en Radio Rivadavia, y por plata, figuración y rating han vendido el alma al diablo y eso me da mucho dolor. Rezo todos los día por ellos, que el Señor les dé la luz que humildemente me la dio a mi un día, para ver en definitiva que no todo se vende y no todo se compra. Tenemos que trabajar como periodistas para hacer una sociedad más justa, más humana, en definitiva más cristiana. El gran problema que tenemos hoy es la deshumanización, la “cosificación” de las personas que se da en los medios de comunicación. Igualmente hay que rescatar el esfuerzo de un montón de periodistas y locutores, gente que trabaja en los medios en condiciones muy adversas y trata de jugarse por una sociedad más ética, más justa. Cuando escribí Un periodista pide perdón, había surgido en los medios el tema de los “rosarinos comegatos” y yo casi me agarro a trompadas con un colega de Canal 13 –en referencia a Julio Bazán– porque él fue el que armó toda esa movida. Yo le dije que no tenía derecho a hacer una cosa así. Yo trabajé seis años en la Villa 31, con el famoso padre Pepe Di Paola, –un amigo y un hermano–, donde hay gente muy buena, trabajadora, que quiere salir adelante y no hay derecho a que los estigmaticemos. ¿Por qué lo vamos a hacer?, ¿porque son pobres? ¿Porque no tienen plata para comprar fama? ¿Porque no tienen vínculos para salir en los medios? Gran parte de la violencia e inseguridad que hay en el país, se debe a la violencia que tenemos los periodistas y comunicadores en los medios. Empezando por las palabrotas, las grosería, el atropello a los demás, el desprecio por la dignidad de las personas, espacialmente por los más indefensos, los más pobres, del niño por nacer, del débil, del anciano, del enfermo terminal… Y ése el gran desafío que tenemos los periodistas: hacer una escala más humana. Es preferible perder una primicia antes que una vida, es mejor tener unos puntos menos de rating antes que condenar a la marginación, la miseria y al descontrol a millones de argentinos.
—¿Cree que la Iglesia no ha aggiornado su discurso?
—Nosotros tenemos que predicar el Evangelio y a Jesucristo, que es el mismo de ayer, hoy y siempre. Jesucristo es inalterable, no cambia. Si tenemos el gran desafío de aprovechar los medios de comunicación que hay a nuestro alcance para poder llegar a todos. El Papa tiene Facebook, Twitter, el Papa está en las redes sociales, llega a través de los celulares a millones de jóvenes de todo el mundo. Nuestro desafío es proclamar a Jesucristo y tratar de ser coherentes con nuestra propia vida. De poco vale trabajar con todas esas herramientas si nosotros no somos lo más fieles posibles al mensaje de Jesucristo. Los jóvenes de hoy viven en una angustia existencial patética porque están llenos de cosas, llenos de mensajes, de una parafernalia electrónica y totalmente vacíos y ese vacío el único que lo puede llenar es Jesucristo.
—¿Cómo evalúa la discusión en derredor a un tema sensible para la Iglesia como el aborto?
—Nosotros trabajamos con el Evangelio por la vida, para los católicos toda vida humana es sagrada, porque es creada a imagen y semejanza de Dios, no existen vidas descartables. Un niño por nacer, o un anciano o un pobre, un adolescente que está en la droga: todas son vidas humanas sagradas, y tenemos que defender a todas y trabajar por la civilidad siempre. En todas las circunstancias y no con un criterio de mercado. Lamentablemente todo esto es imposición de los poderosos de la tierra, porque en definitiva, no es una lucha contra la pobreza sino contra los pobres. En vez de tratar de eliminar la pobreza, las injusticias sociales que tenemos en nuestros pueblos, en América latina, en África, los de las organizaciones internacionales como Naciones Unidas, Unicef, el Fondo Monetario Internacional, imponen estos planes con un criterio de integralismo demográfico: es decir, delimitar la cantidad de comensales a la mesa, en lugar de agrandar la mesa. ¿Por qué en vez de promover tanta anticoncepción, tanto aborto, tanta cultura de la muerte no proponen más educación, más trabajo, más condiciones estructurales de desarrollo?. La Iglesia no hace política ni está en una posición partidista, la Iglesia trabaja por el Evangelio.
—¿Le gustaría trabajar en Rosario?
—No lo puedo saber porque nosotros tenemos en la Iglesia los votos de pobreza, castidad y obediencia; tenemos que estar dispuestos a donde la Iglesia nos mande. Hoy estoy en La Plata, junto a monseñor Héctor Aguer, que es un lujo para la Iglesia y que ha tenido la generosidad de recibirme, de alentarme, que me ordenó como diácono. En todos lados hay necesidades, en todos lados hay almas e hijos de Dios, hacen falta sacerdotes en las villas, en los hospitales y en las cárceles, pero también en las facultades, en los medios de comunicación, en los ámbitos empresarios y sindicales. Allí donde la Iglesia me mande tengo que estar humildemente dispuesto con alegría. En unos meses más, cuando lo decida el arzobispo, seré ordenado sacerdote. Y cuando eso ocurra voy a celebrar mi primera misa en la catedral de Rosario para reencontrarme con mi familia, amigos, colegas. Y, obviamente, todos los leprosos… (se rie).