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«El placer es para todxs», crónica sobre la atención en consumos problemáticos

Este relato recupera parte del trabajo del Dispositivo Integral de Abordaje Territorial de barrio Triángulo que recibe a personas –sin importar su sexo o género– que sienten tener un problema de consumo. No hablan de rehabilitar y practican otra forma de contención

Por Agustín Aranda

“Hay que tenerles más miedo a los vivos”, dice Jésica mientras se mira las uñas largas pintadas de naranja y lunares oscuros. No le importa si se cruza al fantasma de Susanita, que atemoriza a buena parte de las personas que comparten la mitad de sus días en el Dispositivo Integral de Abordaje Territorial (Diat), uno de los tres espacios de atención en el Gran Rosario que dependen de la secretaría nacional especializada en drogas, la Sedronar.

Al parecer, Susanita había vivido allí antes de que esa casona antigua se transformara en un hogar de huérfanos. El lugar está en el centro del barrio Triángulo, bautizado así por la forma que tiene en el mapa: entre el bulevar Seguí, la avenida Presidente Perón y las vías del ferrocarril. En el medio, el gobierno registra los peores niveles de pobreza de la ciudad.

El rumor es que por las noches Susanita pasea por el segundo piso de la casona que el municipio le cedió a la Nación en 2014 para su plan de construir 60 espacios terapéuticos y 150 centros preventivos locales de adicciones en el país. El Diat abrió las puertas a los usuarios y usuarias mientras estaba en remodelación y se llamó primero Casa Educativa Terapéutica (CET). Los equipos de trabajo hacían las reuniones en el obrador y las entrevistas entre los árboles del polideportivo que está al lado. Hoy reciben entre 50 y 90 personas de once a cincuenta años. Entre ellas, Jésica, que todavía no llega a los treinta.

La chica de las uñas naranjas a lunares que no le teme a los fantasmas entró al Triángulo, donde se había criado, varios meses después de la apertura del Diat. En ese barrio encontró al Gringo, su pareja y padre de dos de sus hijos, boca abajo en la calle. Le habían dado 22 disparos por la espalda. En la ambulancia Jésica no paró de rezar, pero él entró al hospital muerto. Ella no pudo llorar y al día siguiente dejó la casa que tenían con el Gringo en la zona noroeste y volvió al barrio Triángulo. Estuvo más de un año vagando por el predio del Diat. No quería estar con nadie.

Jésica solía comprar pastillas en “El Trueque”, la feria de manteros que abre cada jueves al lado de la comisaría 19, frente a la casa de la Sedronar. Las mezclaba con cerveza y dormía poco. Su familia estaba separada desde hacía tiempo, ella ejercía la prostitución y usaba cocaína para aguantar las copas de la noche. De día se sentaba al pie de uno de los árboles que da al comedor del Diat. Ahí tuvo su primer encuentro con Melisa, una de las trabajadoras. Charlaron por un par de horas, y por primera vez Jésica cruzó la puerta del dispositivo. Le mostraron el lugar y le contaron de los talleres y las actividades que había de lunes a viernes de 9 a 17.

Poco tiempo después Jésica metía las manos en la tierra de la huerta que comparte la casa con el centro de salud Casals, como parte de un programa de capacitación del gobierno de Santa Fe para personas en estado de vulnerabilidad social. La idea detrás del oficio es dar una beca económica –que pierden si dejan de capacitarse– y vincularlos con el Estado para resolver problemas familiares, de salud o simplemente ayudarlos a tramitar documentos.

En 2017 la abuela que crió a Jésica en una casa a metros del Diat murió. La angustia llevó a Jésica a tomar mucho. Terminó internada en el Hospital Carrasco, de donde se escapó la primera noche. No había aguantado el ruido que una compañera de habitación hacía con una bolsa mientras ella intentaba dormir. Jésica también pasó varias veces por el ex manicomio y actual Centro Regional de Salud Mental Agudo Ávila para pedir que la mediquen. Al ver cómo quedaban las personas ya tratadas ahí, se prometió no volver.

Este año Jesica disfruta de aprender cómo hacer las uñas y los peinados en la capacitación de estética que recibe del gobierno de Santa Fe. Extraña salir a Mogambo Bailable y volver caminando a su casa mientras la noche se destiñe. El boliche más popular del sudoeste rosarino cerró años atrás después de aparecer en las páginas policiales, y ella ya no se siente tan segura de madrugada.

Con 27 años ella no sabe si quiere terminar la secundaria o ponerse a trabajar con lo que aprendió en estética. Sí reconoce que no se quiere quedar más en la puerta del Diat sola. Cada día entra, saluda, encuentra a alguna de sus dos referentes –dos trabajadoras– con la que camina enganchada de un brazo.

La chica de las uñas naranjas con lunares comparte más tiempo con otros usuarios y usuarias, y según los trabajadores del Diat, no se guarda la risa. Hace poco se sumó a las distendidas sesiones de dibujo y coloreo de mandalas en la sobremesa de los almuerzos. Cuando terminan, y si es que les gustó cómo quedaron, las pegan en el marco de la puerta que conecta el comedor con la cocina.

Este fragmento de la crónica es parte del libro «Que el narco no te tape el bosque», editado y compilado por el periodista Emilio Ruchansky, quien reunió a trabajadores y trabajadoras de prensa de Rosario y Santa Fe para escribir sobre las consecuencias del prohibicionismo en materia de drogas en la región.

Los relatos de «Que el narco…» ponen el eje en las personas y no en las sustancias para aportar a un debate sobre las nuevas políticas de drogas en Argentina. Además de narrar sobre la atención en consumo problemático, el libro se mete con la economía de la venta de drogas, el rol de las fuerzas de seguridad y el Poder Judicial, la política de persecución a jóvenes y mujeres pobres, el tratamiento periodístico de “lo narco”, el lavado de dinero, el tráfico de armas y el activismo político de usuarios y usuarias de droga, entre otras temáticas.

El vicerrector de la Universidad Torcuato Di Tella, Juan Gabriel Tokatlian, sostiene en el prólogo del libro: “Es un material indispensable para las personas –los legos y las expertas– que se aproximan a la cuestión de las drogas ilícitas con una mirada desprovista de lugares comunes, interesadas por la evidencia, sensibles a interpretaciones originales y abiertas a interrogarse sobre el prohibicionismo vigente”.

Este viernes presentarán el libro desde las 19.30 en el Centro de Formación Pichincha del Sindicato de Prensa de Rosario (Santiago 146 bis). Acompañarán al compilador la legisladora y ex defensora federal Matilde Bruera; Ignacio Canabal, integrante de la Asociación de usuarixs y profesionales para el abordaje del cannabis y otras drogas (Aupac); el defensor público Francisco Broglia, y Karina Stechina, de la Asociación Rosarina de Estudios Culturales (Arec).

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