La vida moderna no es una fábrica de buenas noticias para el medio ambiente desde que los especialistas, y sus mediciones, lograron captar de manera precisa factores nocivos como las emisiones contaminantes, las tasas de deforestación o la desaparición definitiva de cientos de especies. Así el clima vio acuñar un nuevo término, el calentamiento global, la mayor sombra que se cierne en la actualidad sobre el futuro del planeta.
Sin embargo, en este panorama preocupante, la idea en el Día de la Tierra es rescatar un puñado de datos y señales que en los últimos tiempos han ido contra la corriente en la marea de informes desfavorables. Una luz para el futuro del clima y un homenaje a las batallas desiguales que libran los científicos y ecologistas para revertir, o paliar al menos, las consecuencias de los desajustes globales.
La Antártida resiste
La extensión del mar helado antártico marcó un nuevo récord el pasado año, cubriendo una superficie de la que no se tenía registro desde que se empezaron a elaborar informes satelitales. El dato no deja de sorprender a los entendidos por su notable contraste con el deshielo sin pausa del Ártico. La principal hipótesis es que se debe a un microclima generado en la zona en el que las temperaturas descendieron, una excepción en un mundo cada vez más caluroso.
Desde esa fecha, el Ártico perdió en promedio unos 54 mil km2 por año de hielo, mientras que la Antártida ganó unos 19 mil. El año pasado, por primera vez desde 1979, el hielo de sus mares se extendió por varios días más allá de los 20 millones de km2, de acuerdo a los datos del National Snow and Ice Data Center.
Otra diferencia que señalan los expertos de la NASA es que, mientras en la Antártida el hielo marino rodea un continente, en el Ártico el hielo marino está rodeado por tierra, por lo que es mayor la incidencia del calor del suelo. De todos modos, aunque el dato es optimista, no se descarta que la región sea afectada a largo plazo por el calentamiento.
El planeta recupera su escudo
Los 80s fueron los años del agujero de ozono. Entonces, el mundo comenzaba a escuchar acerca del daño que estaba sufriendo el escudo que protege a todos los seres de las radiaciones nocivas del sol. Una capa delgada pero vital que absorbe un rango importante de energía ultravioleta y evita, entre otros males, una mayor exposición al cáncer de piel.
La preocupación internacional dio lugar al Protocolo de Montreal, que en 1987 prohibió
el uso de productos químicos conocidos como clorofluorocarbonos (CFC) una mezcla letal para el ozono compuesta por cloro, flúor y carbono. Como resultado, la mayoría de las concentraciones de CFC están disminuyendo de forma persistente en todo el mundo.
Las mediciones satelitales de ozono estratosférico han sido desde entonces un aporte esencial que mostró como, en un primer paso, el tamaño del agujero se estabilizaba para luego exhibir los primeros signos de contracción.
La superficie media cubierta por el agujero de ozono sobre la Antártida fue el año pasado el segundo más pequeño en las últimas dos décadas, según datos de la NASA y la National Oceanic and Atmospheric Administration satélites (NOAA).
Los científicos atribuyen el cambio a temperaturas más cálidas en la baja estratosfera antártica. En septiembre de 2000, el agujero llegó a medir alrededor de 30 millones de km2. Poco más de una década después, en 2012, llegó a contraerse hasta la formidable marca de 18 M de km2. Y en 2014, en su día de mayor amplitud, alcanzó sólo los 24 millones.
De todos modos, la recuperación llevará su tiempo s debido a los largos tiempos de vida de las sustancias que agotan el ozono en la atmósfera. Se confía que, a este ritmo, podría alcanzar los niveles anteriores a la década del ochenta recién en 2065.
¡Viven!
Otra de las novedades alentadoras del año que pasó fue la reaparición de aves, mamíferos y cetáceos que se creían perdidos para siempre. Sobre todo si se tiene en cuenta que la lista roja que elabora la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza abarca a 22 mil especies en peligro de extinción, entre ellas algunas de las más comunes como el atún rojo, los colibríes, el visón o la anguila.
Una de las mayores sorpresas se la llevaron los investigadores de la Sociedad Conservadora de Vida Silvestre (WCS) en Birmania, cuando avistaron al escurridizo pájaro Timalí, del tamaño de un gorrión, cuyo último contacto registrado databa de hace más de 70 años. El truco fue barato pero efectivo: tomaron viejas grabaciones del canto del ave y así lograron atraer a varios ejemplares de la especie.
Otro encuentro fabuloso tuvo lugar con una pequeña ballena en Nueva Zelanda, a la que se creía extinta hace millones de años: denominada Pigmea, de 6,5 metros de longitud y unos 3.000 kilos, encalló en una playa. El análisis posterior demostró que se separó de las especies de sus parientes actuales, como la ballena azul, hace unos 20 millones de años.
Por la misma fecha, un grupo de exploradores se topó con una extraña especie de mono rojo, un primate del cual nada se sabía desde hace más de medio siglo y al que lograron fotografiar en la República del Congo. Y en México, después de casi ocho décadas, se mostró una serpiente nocturna que había sido borrada de la lista de especies de reptiles del mundo.
La Tierra se suma a las selfies
Otro paso adelante decisivo del último cuarto de siglo fue la implementación de una decena de nuevas sondas con la misión de monitorear en forma constante nuestro planeta. Los informes se actualizan con datos que llegan a cada hora desde distintos rincones, lo que permite tener una fotografía constante, selfies planetarias que se actualizan a ritmo adolescente con los principales parámetros: temperatura global, incendios forestales, emanaciones de gases, estado de las mareas y deshielo. Sólo en 2014 la NASA envió cinco misiones de este tipo.
Cada satélite observa y anota un dato distinto. Aqua envía información sobre el ciclo del agua y la evaporación de los océanos, CloudSat se dedica a medir las nubes y precipitaciones, OCO2 orbita la Tierra y analiza las emisiones de dióxido de carbono, GPM (Global Precipitation Measurement) persigue las lluvias y nevadas cada tres horas, los Landsat poseen sensores que capturan los efectos del Cambio Climático, el SMAP (Soil Moisture Active Passive) elabora mapas de alta resolución con las transformaciones en los suelos.
Nuestro país participa de las misiones con el Aquarius. Lanzado en 2011, en asociación con la agencia espacial estadounidense, es un complejo laboratorio volante que elaboró el primer mapa global de las concentraciones de sal en la superficie de los océanos, una herramienta eficaz para anticipar cambios en el clima.
Los países controlarán sus emisiones (¿lo harán?)
A esta altura del año todos miran hacia la cumbre del clima de París y confían en que los principales países emisores de gases de efecto invernadero se comprometan a reducirlos en un acuerdo vinculante. Hasta el momento, EEUU, el país que más carbono emite a la atmósfera después de China, anunció ante las Naciones su intención de recortarlos para 2025 entre un 26 y un 28 por ciento respecto a los niveles de 2005. Washington instó a otros países a adelantar compromisos de igual tenor para llegar a un acuerdo global en diciembre.
«El objetivo de Estados Unidos es ambicioso y alcanzable, y tenemos las herramientas que necesitamos para lograrlo», dijo Brian Deese, uno de los asesores del presidente Obama en materia de cambio climático. Aunque el intento podría encontrar fuerte resistencia en el Congreso, dominado por los republicanos.
Por ahora, 32 países han presentado sus objetivos de reducción de emisiones: EEUU, México, los veintiocho de la Unión Europea (UE), Noruega y Suiza. La India, Brasil, Canadá y Japón aún tienen que elaborar y entregar sus planes, mientras que China anunció un acuerdo con EEUU para recortar sus emisiones pero no precisó porcentajes ni entregó todavía su propuesta formal.