“El libro es fuerza, es valor, es fuerza, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor”. La cita es del poeta, periodista y diplomático nicaragüense Rubén Darío, máximo representante del modernismo literario en lengua española, de cuya muerte se cumplen hoy cien años.
El denominado “príncipe de las letras castellanas” vino al mundo como Félix Rubén García Sarmiento, el viernes 18 de enero de 1867 en la ciudad nicaragüense de Metapa –hoy Ciudad Darío–, en Matagalpa. Era hijo de Manuel García y Rosa Sarmiento Alemán, quienes se separaron cuando él era muy pequeño. Por ello, al niño lo criaron sus tíos abuelos el coronel Félix Ramírez Madregil y Bernarda Sarmiento, a quienes él consideró como sus verdaderos padres, en la ciudad de León. En esa ciudad, que era por entonces el centro cultural y académico nicaragüense, asistió a la escuela y entre 1879 y 1880 fue educado por los jesuitas. “Fui algo niño prodigio. A los tres años sabía leer; según se me ha contado”, escribió en su Autobiografía quien se jactó de haber sido un lector precoz que prontamente devoró libros como El Quijote, Las mil y una noches y la Biblia.
Fue su abuela Bernarda quien lo llevó a Managua, capital de Nicaragua, donde comenzó a destacarse como en los ambientes literarios como un niño prodigio. Se lo empezó a conocer como “el poeta niño”, por su asombrosa facilidad de escribir versos rimados El pequeño leía a los poetas franceses y comenzó a ser invitado a recitar poesía.
Más adelante, se interesó mucho por la obra de Víctor Hugo, que tendría una influencia determinante en su labor poética. Sus obras muestran también la impronta del pensamiento liberal, hostil a la excesiva influencia de la Iglesia católica.
A los 12 años Rubén Darío publicó sus primeros poemas “La fe”, “Una lágrima” y “El desengaño”. Y en 1881, con tan solo 14 años, comenzó a escribir artículos para el periódico político La Verdad.
En 1882, cuando Rubén tenía 15 años se presentó ante el presidente nicaragüense Joaquín Zavala Solís y le preguntó si él podía ir a estudiar en Europa. Pero el adolescente le formuló esa pregunta al presidente, un general conservador, después de haberle presentado un poema, inspirado en la simpatía que el joven sentía por el liberalismo y que hablaba en contra de su patria y, sobre todo, en contra de la religión católica.
Ante lo cual el presidente le respondió: “Hijo mío, si así escribes ahora contra la religión de tus padres y de tu patria, ¿qué será si te vas a Europa a aprender cosas peores?”.
Por supuesto, el osado joven se retiró de la audiencia con el presidente sin lograr que el gobierno nicaragüense le financiara su anhelado viaje al viejo continente.
A donde sí viajó ese año el novel escritor fue a la vecina El Salvador donde dictó clases de gramática. Regresó a Nicaragua en 1883, año en el que escribió Alegorías.
Entre 1884 y 1888, Rubén Darío trabajó en la Secretaría Privada de la Presidencia y en la Biblioteca Nacional de Nicaragua. Además; colaboró en los periódicos Diario de Nicaragua, El Ferrocarril y El Porvenir.
En 1888, Rubén Darío publicó su primer gran libro, Azul, en Valparaíso, Chile; obra que llamó la atención de la crítica y que el escritor español Juan Valera alabó mucho.
En 1891, de regreso a Managua, Rubén Darío se casó con Rafaela Contreras. Quince meses después nació su primer hijo, Rubén Darío Contreras. Pero en 1893 murió su esposa.
En 1892, Rubén Darío viajó a España como representante del gobierno nicaragüense para asistir a los actos de celebración del IV Centenario del “descubrimiento” de América.
Su paso por Buenos Aires
Luego se sucedieron unos años en los que viajó por Estados Unidos, Chile y Francia, y también un período de residencia en Buenos Aires, donde trabajó para el diario La Nación, lo que le dio una reputación internacional.
También publicó artículos periodísticos en los diarios La Prensa, La Tribuna y El Tiempo.
Pero en Buenos Aires Rubén Darío llevó una vida de excesos, siempre al borde de sus posibilidades económicas. Asimismo, sus frecuentes borracheras hicieron que debiera recibir atención médica en varias ocasiones.
Además de sus ingresos como periodista, también tenía un trabajo meramente honorífico como cónsul de Colombia en Buenos Aires, aunque como él admitió después, por entonces “no había casi colombianos en Buenos Aires y no existían transacciones ni cambios comerciales entre Colombia y la Argentina”.
En 1896, en Buenos Aires, publicó Los raros, una colección de artículos sobre los escritores que más le interesaban, y Prosas profanas y otros poemas, que marcó la consagración definitiva del modernismo literario en español.
En 1898, Rubén Darío regresó a España como corresponsal de La Nación. Durante esta estancia en Europa, el poeta alternó su residencia entre París y Madrid.
En 1900, en el albor del nuevo siglo, conoció a Francisca Sánchez, una mujer de origen campesino, con quien tuvo un hijo en 1907, Rubén Darío Sánchez; y vivió con ella el resto de sus días.
Entre 1901 y 1905, Rubén Darío residió en París, emprendiendo desde la Ciudad Luz viajes por Europa central y el Reino Unido. En 1905, publicó Cantos de vida y esperanza, que lo situó en el punto más alto de su trayectoria.
En 1907, año en que viajó a Mallorca, publicó El Canto Errante.
En 1910 fue nombrado cónsul de Nicaragua en España, cargo del que fue destituido tras la revolución en su país.
Después de volver a París en 1910, trabajó en la creación de dos revistas, Mundial y Elegancias, hasta 1915. Ese año, Rubén Darío enfermó, víctima del alcohol, por lo que decidió establecerse en Mallorca de nuevo, desde donde viajó a Barcelona y Nueva York.
Acompañado en sus últimos años por Francisca Sánchez, no logró restablecer su salud.
Tras regresar a Nicaragua, Rubén Darío falleció de hidropesía el domingo 6 de febrero 1916, a los 49 años, después de haber sido intervenido quirúrgicamente en la ciudad de León.
Los restos de quien fuera llamado el Walt Whitman de América y también el Luis Góngora del Nuevo Continente descansan en la catedral metropolitana de León.