“El poeta es un fingidor. Finge tan completamente, que llega a fingir que es dolor, el dolor que de veras siente”. La cita es de Fernando Pessoa, el poeta portugués más importante del siglo XX, de cuyo nacimiento se cumplen hoy 127 años.
Pessoa fue un genial poeta de vida gris y obra apasionante que siendo poco conocido en vida pasó, como tantas veces ocurre en la historia de la literatura y el arte, a ser aclamado una vez muerto y reconocido en Portugal como una suerte de moderno Camoes y en todo el mundo como uno de los grandes poetas del siglo XX.
Influido por la filosofía de Schopenhauer y de Nietzsche, y por el simbolismo francés, introdujo en su país las corrientes literarias en boga de la época; desde el modernismo al futurismo. Toda la obra de Pessoa se concibe como un “drama en gente” en que dialogan diversas voces o heterónimos –equivalentes a los “apócrifos” de Antonio Machado– que representan diferentes cosmovisiones. Acercarse a Pessoa es acercarse también a sus heterónimos, esos otros poetas que son él mismo y a la vez parecen almas independientes, esos que conformaban lo que él mismo llamaba “la camarilla”.
Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro, son personalidades del poeta sin los cuales es imposible comprender su obra.
Pero, además de dedicar su vida a la poesía, Pessoa fue un hombre muy preocupado por las cosas de su tiempo. Amante de su país y muy interesado en las cuestiones políticas, participó en los debates de su época. Así se puede leer en los numerosos comentarios y artículos que publicó en periódicos y revistas, dando su visión sobre temas como los conflictos sociales, la Primera Guerra Mundial y la dictadura salazarista.
Por otra parte, adentrarse en la vida y la obra de Pessoa es también adentrarse en una ciudad de la que nunca se pudo separar: Lisboa, en la que residió, y de la que no salió jamás tras su regreso de Sudáfrica, donde vivió con su familia parte de su infancia y adolescencia, por el cargo diplomático en Durban de su padrastro. Y es que Pessoa elevó Lisboa a ciudad literaria de primera categoría, y sus nombres son ya tan inseparables como Baudelaire y París, Kafka y Praga o Joyce y Dublín.
Así, su vida fue un trajín por la ciudad del Tajo, cambiando casi continuamente de domicilio hasta establecerse en 1920 en la casa que fue de su familia. Su existencia transcurrió apenas en los pocos kilómetros que forman el centro de la ciudad, por las oficinas donde trabajó como encargado de correspondencia o traductor, por los cafés –en especial el mítico “A Brasileira”, su café favorito–, y por las calles con sus andares de eterno paseante enamorado de su ciudad. En ese marco, Pessoa dedicó su vida a crear y, de tanto crear, creó también otras vidas a través de sus heterónimos: esa fue su principal característica y el principal interés de su personalidad, en apariencia pacata. “Tengo el deber de encerrarme en la casa de mi espíritu y trabajar cuanto pueda y en todo cuanto pueda para el progreso de la civilización y el ensanchamiento de la conciencia de la humanidad”, escribió.
Fernando António Nogueira Pessoa nació a las 3 y 20 de la tarde del miércoles 13 de junio de 1888, en una de las habitaciones del Nº 4 del Largo de São Carlos, frente a la Ópera de Lisboa. Su padre, Joaquim de Seabra Pessoa, era funcionario del Ministerio de Justicia portugués, y crítico musical del periódico Diario de Notícias. Su madre, Maria Magdalena Pinheiro Nogueira, era oriunda de las islas Azores. Vivían con su abuela Dionísia, enferma mental, y dos criadas ancianas, Joana y Emília.
Su padre murió de tuberculosis, cuando Fernando tenía cinco años, pero otro suceso trágico marcaría la infancia del poeta, ya que su hermano Jorge falleció al año siguiente sin llegar a cumplir un año de vida. La madre se vio obligada a subastar parte de los muebles y la familia se mudó a una casa más modesta. Fue en ese período cuando Pessoa utilizó un primer heterónimo: Chevalier de Pas, hecho relatado por él mismo a Adolfo Casais Monteiro, en una carta fechada el 13 de enero de 1935. Ese mismo año creó su primer poema, “A mi querida mamá”.
La madre de Pessoa se casó de nuevo en 1895, en la iglesia de São Mamede de Lisboa, con el comandante João Miguel Rosa, cónsul de Portugal en Durban, Sudáfrica –por entonces colonia británica de Natal–, y allí transcurrió el resto de la infancia del escritor, donde recibió una educación británica. Sus primeros textos y estudios fueron redactados en inglés, y en Sudáfrica Pessoa demostró sus habilidades para la literatura. En 1899 ingresó en la Durban High School y recibió otro golpe: su hermana Henriqueta murió a los dos años de edad.
En 1901 la familia regresó a Lisboa. En la capital portuguesa nació João Maria, cuarto hijo del segundo matrimonio de la madre de Pessoa. La familia viajó a la isla natal de la madre, la Terceira, en las Azores. Pero el futuro padre de las letras portuguesas decidió permanecer en Lisboa cuando el resto de la familia se trasladó de nuevo a Durban, y regresó solo a la ciudad portuaria sudafricana para matricularse en la Commercial School. En 1903 ingresó a la Universidad del Cabo de Buena Esperanza. Luego de terminar con éxito sus estudios en Sudáfrica, regresó definitivamente a la capital portuguesa, solo, en 1905, para residir con su abuela Dionísia y dos tías en la calle Bela Vista. Es en esta época cuando Pessoa entra en contacto con importantes escritores de la literatura portuguesa, y se interesa por la obra de Cesário Verde y por los sermones del padre Antônio Vieira.
En agosto de 1907 murió su abuela Dionísia, quien le dejó una pequeña herencia. Con ese dinero él montó una pequeña imprenta, que quebró pronto. A partir de 1908, se dedicó a la traducción de correspondencia comercial. En 1912 inició su actividad de ensayista y crítico literario con la publicación, en la revista Águia, del artículo “La nueva poesía portuguesa sociológicamente considerada”. En 1915 empezó a traducir y a escribir para la revista de vanguardia Orpheu y también para Atena. Su primer libro de poemas, Antinous, apareció en inglés en 1918. En 1924 comenzó a escribir en la revista Ruy Vaz y en 1927 lo hizo en Presença. Su primera obra en portugués, el poema patriótico Mensagem (Mensaje), único libro que publicó en vida, no apareció hasta 1933.
El notable poeta lusitano fue internado el 29 de noviembre de 1935, en el Hospital de São Luís dos Franceses de Lisboa, con el diagnóstico de “cólico hepático”.
El 30 de noviembre de 1935, a los 47 años de edad y aún soltero, Fernando Pessoa falleció a causa de las complicaciones de una cirrosis provocada por el excesivo consumo de alcohol a lo largo de su vida –su bebida favorita era al aguardiente “Águia Real”–.
Hoy se considera que Pessoa fue, junto con su compatriota Sá Carneiro, uno de los introductores de los movimientos de vanguardia en Portugal. Además de su poesía, sus anotaciones publicadas con el título de Libro del desasosiego son parte de una obra que devino fundamental para el siglo XX y que se destacó por una gran modernidad.
Párrafo aparte merece la creación de los heterónimos, que marcó desde 1914 su obra. Los heterónimos fueron diversas personalidades que él acuñó, no seudónimos, sino auténticas personalidades creativas distintas de las cuales las más destacadas fueron Ricardo Reis, Álvaro de Campos y Alberto Caeiro, para quienes inventó estilos literarios propios.
Pessoa también tuvo un enorme interés por el ocultismo y el misticismo, especialmente por la masonería, los Templarios y los Rosacruces. En esa línea, sostenía que se debía combatir, siempre y en todo lugar, a los tres grandes asesinos: la ignorancia, el fanatismo y la tiranía. Admirador de la obra del ocultista inglés Aleister Crowley, su faceta mística se materializó en su defensa del Sebastianismo.
Con todo, al referirse a su colega lusitano, el poeta mexicano y premio Nobel de literatura Octavio Paz escribió: “Los poetas no tienen biografía; su obra es una biografía. Y en el caso de Pessoa nada en su vida es sorprendente, nada excepto sus poemas”.