Luis Rubeo es el nuevo presidente de la Cámara de Diputados de la provincia gracias al empujón de la primera minoría, al desembozo de su propio voto y a las acciones y omisiones del establishment político. Él mismo se ocupó de señalarlo en su discurso de agradecimiento: “Voy a ser el diputado y el presidente de toda esta ‘corporación’”, dijo el flamante elegido. Y no hay error de tipeo o transcripción: el nuevo número uno de la Cámara del pueblo (y aquí sí corresponde escribir “sic”) prometió representar a la corporación política. La “corpo”, como suele denostar la joven Kámpora que también apoyó a Rubeo. El hijo del hombre con larga y polémica trayectoria del PJ logró su victoria encaramado en la pobre cosecha de sufragios del kirchnerismo rossista de Santa Fe y sus aliados ocasionales y el silencio propiciatorio del Peronismo Federal local, que supo aborrecer a Néstor y Cristina y que ahora creyó que Rubeo era digno de ese cargo. Es cierto, gracias también a la sobreactuada neutralidad del socialismo que calló y otorgó.
Habrá que reconocer, como dicen los seguidores del Chivo Rossi, que hay muchos casos en la historia constitucional de Santa Fe en los que el presidente del cuerpo no fue la cabeza de la lista ganadora. Ellos mismos tendrán que conceder, sin embargo, que no hay un solo antecedente de un diputado que haya recibido apenas 16 votos sobre 50. ¿Alcanza para discutir la legitimidad jurídica de lo que pasó el viernes en la Legislatura? Claro que no. Sí, en cambio, para preguntar (dice preguntar) sobre la validación política y popular de esa decisión.
El peronismo ganó holgadamente la elección a legisladores provinciales. Desconocer la tracción personal de María Eugenia Bielsa en esa empresa es tan de miopes como no ver la fractura del partido que no consigue liderazgo para recuperar el gobierno provincial. Agustín Rossi no la quiere a la concejala rosarina y el desafecto y la malquerencia son recíprocos. Ella no fue la triunfadora no por cuestiones de pedigrí K o de fidelidad a Cristina. Aquí hubo otra cosa.
La visceral mujer de la ciudad creyó que el respeto popular y el de las urnas les iban a dar derecho indiscutible para presidir la Cámara. Por eso se animó a prometer auditorías, revisiones y cambios. No contó que en su propia lista había representantes de la maquinaria del poder territorial (¿y cierta misoginia?) de los barones del PJ y del sindicalismo local, que se sintieron despreciados y amenazados por ella. “Fue petulante, casi autoritaria”, confesó uno de los diputados que integró el lote de los 16 ganadores. “Con un poco de cintura y con algo de voluntad de sentarse a negociar la hubiéramos apoyado. Ella nos contestó con dinamita”, concluyó el viejo hombre peronista.
Un acuerdo hubiera sido imposible. Negociar y dinamita son dos términos en el diccionario político de Bielsa que tienen acepciones encontradas con muchos de los hombres que estuvieron (algunos, escondidos) en los 27 puestos que la siguieron en la boleta electoral. Ella cree, no sin poca experiencia y con mucho apego a la realidad, que negociar en los términos propuestos es transar para provecho personal. Y, ante eso, dinamita toda chance. “Con su hermano Marcelo es con quien encuentra sintonía plena en estos conceptos”, confiesa una fiel secretaria de la arquitecta. “No te quepan dudas de que con él va a conversar para encontrar sosiego y plafón para tomar sus próximas decisiones”, agrega. ¿Decisiones?, inquiere este cronista. “Decisiones”, remarca inescrutable la misma asistente.
¿Por qué el rossismo y Unión PRO propiciaron que Rubeo fuera el presidente? Los primeros, coinciden los 11 que votaron a Bielsa, porque son de la corporación que garantiza un modo tradicional y conservador de hacer política y no están dispuestos a perder ninguna chance, ninguna, de los beneficios del statu quo existente. “Negociar”, insiste un intendente que firmó la solicitada por la arquitecta. Lo de los seguidores de Del Sel, Duhalde, el Lole, Obeid y compañía es difícil de cronicar. De lo explícito de Nicotra y Vucasovich a favor de Rubeo se pasó al estruendoso silencio de la abstención que pretendió disimular en las formas ese mismo apoyo. ¿Cómo hará la siempre trabajadora Alejandra Vucasovich, por ejemplo, para contarle a su jefe Carlos Reutemann que votó por el hombre de Agustín Rossi aceptado tácitamente por el socialismo de Binner y Bonfatti? ¿Y Nicotra con Duhalde?
El PS prefirió no hacer olas y aceptar el mal menor. Descartada la hipótesis de un tercero superador (no sólo sonó Darío Boscarol para presidir sino que se pensó en el propio Eduardo Di Pollina como hombre de consenso), los dirigentes del partido de la rosa se quedaron en las bancas como espectadores de la pelea peronista. Sabían que el voto a sí mismo de Rubeo (¿es, cuanto menos, prolijo votar la propia postulación?) iba a impedir un empate en 15 con el radical Boscarol (también se “autosufragó”) que obligaría a Griselda Tessio a dirimir. Esto era imposible para el PJ. “A Luis no le va a ser fácil”, le dijo en plena sesión el saliente presidente Di Pollina a un hombre del peronismo. Y agregó: “En cualquier caso, decile a la Bielsa que si quiere auditarme, lo haga mañana mismo. Está todo bancarizado y público”.
La presidenta de la Nación jugó por María Eugenia. No sólo pidió una foto con ella sino que instruyó personalmente a José Manuel Abal Medina para que la apoyase. ¿Qué pasó entonces? Aparte del joven viceministro del Interior, terciaron el secretario Carlos Zanini y el incombustible operador Juan Carlos “Chueco” Mazzón, quienes no pararon de llamar desde Buenos Aires. “Hasta se barajó suspender todo y esperar a la presidenta, que estaba en Venezuela, para reunirlos en Olivos”, confesó un hombre de la Rosada. Para el bielsismo, Abal fue tibio y sin capacidad de disciplina. Para el rossismo, Zanini pesó y dijo que lo resolvieran los peronistas de Santa Fe, en implícito guiño al jefe de la bancada de Diputados nacionales. Veremos si en las próximas horas Cristina Fernández no da una sorpresa invitando a la mujer santafesina a residir en Buenos Aires. Sería un premio consuelo para alguien que tiene sintonía con la primera mandataria y que, guste o no, tiene principios, milita en ellos con errores y aciertos defendiéndolos con tonos agrios en público y lágrimas en privado.
“La elección de un presidente de una Cámara no le importa a la gente”, comenta mientras toma café un viejo dirigente conservador que hoy asesora al PRO local. Y uno podría estar tentado de coincidir si se sobrevuela el tema. Pero si se tiene en cuenta que presidir uno de los vértices de un poder de Estado es, por graficar, en donde pueden ponerse diques a manejos discrecionales de los dineros públicos (¿es cierto que a ese cargo se le asignan 45 millones de pesos anuales de libre disponibilidad?) o de facultades de gobierno (¡qué buen debate podría impulsarse allí para examinar los tarifazos propuestos en servicios públicos de la provincia o las delegaciones tan frecuentes como ilegales de poderes autónomos a los ejecutivos municipales!), lo que sucedió el viernes por la tarde en la capital de Santa Fe es un acto que va a repercutir en la calidad institucional del día a día de los ciudadanos y en la sintonía fina de un modelo que ahora depende de Luis Rubeo.