Quizás tenga algún viso de realidad el reto de Elisa Carrió a Mauricio Macri por su relación con Daniel Angelici, a quien la chaqueña ve como un demonio tras los jueces. También es cierto que la manipulación de la Justicia es la madre de muchos de los peores males que aquejan al país, pero entre esas realidades y la falta de estrategia que mostró el gobierno en estos días hay un océano de ineficiencia política que algún operador del macrismo debería llenar, demonio o no.
Cristina de Kirchner llegó la noche del lunes a la Capital Federal en medio de un operativo de recepción que le permitió recuperar algo de lo perdido en los cuatro meses que lleva encerrada en el sur.
Convocó a esa multitud en Aeroparque, su casa y, luego de que la Cámara Federal ratificara ayer a Claudio Bonadio, lo hará en Comodoro Py, porque la Justicia de esta era macrista le dio un elemento esencial para el funcionamiento de toda epopeya kirchnerista: un enemigo que permita la victimización.
Conseguirlo no fue una virtud del kirchnerismo: nadie obligó a Bonadio a imputar y citar a declaración indagatoria a Cristina de Kirchner en la causa más débil que existe contra la ex presidenta, dentro del menú de acusaciones que tiene la Justicia, y con eso sacarla del frío santacruceño.
El peronismo, en su afán por entrar en la renovación y asentarse en un nuevo directorio deskirchnerizador, nunca le hubiera dado a Cristina de Kirchner una chance de volver a sumergirse en multitudes y banderas como la que le dio este lunes la Justicia.
El gobierno de Macri no hizo nada para evitarlo o, lo que es peor, quizá no supo generar una estrategia. El peronismo que le garantizó al presidente el voto de la ley del default y se sentó a acordar con él estrategias en el Congreso por estos días brama en contra del amateurismo judicial que muestran muchos macristas.
Durán Barba sostuvo durante toda la campaña la teoría según la cual es mejor no confrontar frente a los problemas. Anteayer, un radical sumó una adenda a ese consejo: “Salvo que te estén cagando a palos”.
El purismo en las relaciones republicanas claramente es un bien apreciable, pero con él solo no alcanza para mantener la fortaleza de un gobierno.
El presidente no parece tener hoy una defensa eficaz. Cuando en materia económica las cosas están complicadas (y en lenguaje argentino eso significa que no están bien), en medio de una maraña de sinceramientos tarifarios y ajustes laborales, la reaparición política de Cristina de Kirchner no le hace ningún favor.
Menos, que el peronismo le recrimine falta de calle en manejar una cuestión como la citación de Bonadio que los perjudica en la interna y al mismo tiempo Macri enfrenta el escándalo del Panamá Papers sin defensores eficaces dentro de su gobierno.
Ese mar de ausencia política explica que Ernesto Sanz tuviera que hacerse cargo del rol de máximo operador del presidente. Ninguno de sus movimientos debe sorprender: todos, claramente, fueron pedidos por Macri, lo acepte o no el macrismo de estos días.