Rosario ha sido una cantera de hechos resonantes en cuanto a criminalidad se refiere; no es de ahora, ha sido así desde los inmemoriales tiempos en que se la bautizó como la Chicago Argentina. Pero, en los últimos años, la aparición del narcomenudeo y la consecuente narcocriminalidad trajo aparejada una impresionante cantidad de crímenes, sobre todo en barrios humildes, donde pululan los búnkers pertenecientes a bandas narco como la de Los Monos, o a otras más pequeñas en su despliegue y cantidad de miembros pero igualmente mortíferas. Esos espacios barriales donde plantar los búnkers son objeto de disputa permanente y allí no hay ley que impere, porque la intervención de la Policía se limita a liberar zonas o es parte de las transacciones directamente, vigilando los mismos lugares de venta. Son justamente esos barrios los que viven una verdadera inseguridad, puesto que son presas de las balas durante los enfrentamientos de las bandas y la mayoría de las veces con consecuencias fatales.
Uno de esos episodios es el conocido como Triple Crimen de Villa Moreno, donde el 1º de enero de 2012 tres jóvenes fueron literalmente cosidos a balazos por una banda narco que comandaba el Quemado, un delincuente que tenía atemorizado al lindero barrio Alvear y que buscaba venganza porque dos de sus búnkers habían sido mejicaneados, es decir, gente de otro grupo les había sacado dinero y drogas de su interior. El asunto fue que ninguna de las tres víctimas pertenecía a banda alguna y se trataba de jóvenes militantes sociales cercanos a una agrupación denominada Movimiento 26 de Junio, muy apreciados en el barrio por su compromiso y entrega. Se los conocía como Jere, Mono y Patóm, quienes esa noche se encontraban preparando un viaje al centro de la ciudad junto con sus hermanas y primas porque sabían que los tiros podían empezar en cualquier momento y el barrio no iba a ser el mejor lugar para festejar la llegada de otro año. Ese crimen que conmovió a buena parte de la sociedad rosarina por el intenso reclamo que llevaron adelante sus familiares y amigos junto a colectivos, sectores políticos y organizaciones sociales fue objeto de un documental realizado por el rosarino Rubén Plataneo, quien ya dirigió Muertes indebidas, Tanke Papi, El gran río, entre otros, y por los cuales obtuvo reconocimientos y premiaciones internacionales. Luego de terminar Triple Crimen, Plataneo siente que abordó una situación que tiene innumerables derivaciones y que puso el ojo en un flagelo que se carga vidas por doquier para terminar en un flujo de dinero manchado con sangre. “Me di cuenta que el eje temático era tratar de darle forma a una especie de ensayo sobre la fragilidad de las vidas particulares, sobre esa movida de los familiares desesperados para que la sociedad no confundiera quiénes eran sus hijos muertos, todo eso frente a la sordidez de las instituciones, que son cómplices del narcotráfico, del lavado de dinero, del manejo judicial que se hace con las causas, cómplices de una economía delincuencial, no solamente la del narcotráfico sino la del país o del mundo”, dice el realizador. La película tuvo su estreno el jueves último en Rosario; antes Plataneo dio detalles de sus motivaciones, entre ellos la de la conmoción que le produjo el reclamo de familiares y que fue el disparador para la factura de Triple Crimen.
Fusilados en la canchita
“Todo comienza cuando veo en las calles a los padres de los tres pibes asesinados haciendo un reclamo con marchas y movilizaciones, a Tribunales y a la Gobernación. Me impactaron las imágenes que veía, las voces en cuello, los cuerpos pugnando por llegar a los estrados del poder, padres de chicos asesinados en una villa, que hubieran pasado desapercibidos como pasaron otros cientos durante muchos años; estos padres y familiares no sólo salían a reclamar justicia sino que querían poner en evidencia que la prensa, el gobierno, los informes policiales y el propio sistema judicial desvirtuaban la situación diciendo que los crímenes habían sido un ajuste de barrabravas, de gente vinculada al narcotráfico; los familiares salen indignados por todas esas mentiras, porque tres pibes que estaban esperando para ir a festejar el Fin de Año terminan fusilados por la banda del Quemado, que ya tenía un montón de asesinatos encima. La banda de los Quemados estaba al principio con el Panadero, de la barra de Ñuls. Quemado era uno de los cinco autorizados por la Policía a tener armas dentro de la cancha durante los partidos, eso está documentado en el expediente”, cuenta Plataneo sobre los autores de los crímenes.
Este caso mantuvo en vilo a la ciudad. Plataneo fue tras los hechos y también sobre el juicio en sí. “Es tal la conmoción que armaron los familiares, los amigos, sus compañeros militantes, porque los chicos eran simpatizantes del Movimiento 26 de junio, uno de ellos tenía una especie de olla para los chicos que no tenían morfi, eran muy solidarios. La banda del Quemado los confunde porque iban a reventar al Negro Ezequiel, que les venía mejicaneando los búnkers del barrio; ahí estaba el Quemadito, el hijo del Quemado, que administraba los búnkers de esa zona. El Quemadito y sus sicarios habían baleado a un pibito de 14 años antes de la Navidad de ese año, que era de la banda del Negro Ezequiel. La noche del 31, el Negro Ezequiel y otros persiguen al Quemadito que iba en su auto con su novia y la amiga de ésta, que eran las dos recaudadoras de los búnkers. Cuando lo encuentran lo balean desde una moto, le tiran más de 20 balazos. El Quemadito recibe cuatro balazos y le dice a su novia que llame a Teletubi y a Pescadito, dos de sus hombres. Ellos llegan y llevan al Quemadito herido al Heca y luego llega el Quemado y cuando le dicen que su hijo no zafa, salen todos como locos y a los 20 minutos estaban en Villa Moreno para reventarlo al Negro Ezequiel y a Andrés, que era el otro que iba en la moto. Cruzan la canchita a oscuras mientras la gente festejaba tirando fuegos artificiales y ven las sombras de Jere, Mono, Patóm y Moki, que es el que sobrevivió, y comienzan a disparar. Jere tenía diez balazos y uno de remate en la nuca, el Quemado usó una ametralladora PAM, una masacre terrible en una coincidencia fortuita y fatal. La canchita fue el espacio escenográfico de la tragedia y me conmovió porque era un lugar social, donde todos los pibitos van a aprender a jugar al fútbol, donde se juntan las familias cada vez que hay torneo, es un lugar de juego y esparcimiento de la villa”.
Triple Crimen – Trailer breve 2 from Ruben Plataneo on Vimeo.
“Cuando los llevaron al Heca se encuentran con el Quemado y su familia y sus hombres que estaban en la sala de espera, eso está registrado por las cámaras del Heca; todo el azar fatal de esa noche me hizo pensar que también el Quemado era un padre desesperado por la muerte de su hijo; por eso el título original de la película iba a ser «El Vórtice» porque ahí en la canchita se había producido como un vórtice, todo a oscuras y el Negro Ezequiel enfrente, cruzando la calle”.
Sobre cómo fue construyendo la historia, Plataneo refiere: “Primero grabé el entorno de los pibes, todo giró en dos cuadras a la redonda de la canchita y en una estructura con pasillos, vi que estaba todo interconectado; la villa tiene cosas encantadoras: no tienen cloacas pero tienen malvones y ellos sí sufren la inseguridad. Hice una buena relación con los familiares desde el respeto y a la vez tomé distancia para poder plantear esta historia de héroes trágicos. La gente salía de sus casas y me preguntaba si era de la Policía o de las bandas”.
Los contrastes
Después vino el juicio en otro espacio diferente, el de Tribunales. “Ese trabajo de la cámara por los pasillos lo introduje como una estructura y después hice contrastes con los colores cálidos de la villa. En tribunales trabajé con una luz fría, todo uniformado y sórdido como todo lo que se cuece ahí; filmé los pasillos, la sala donde se desarrolló el juicio oral. Atravesé el proceso de reconocimiento con los familiares y amigos y después el juicio con un espacio diferente y me di cuenta además que podía alimentar el relato con voces externas. Entrevisté al ministro de Seguridad, a periodistas especializados, políticos, también policías y la brigada aérea de control sobre la ciudad”.
“También introduje el tema de cómo circulaba la guita del narco y fui descubriendo cómo se arma una cuenta en un paraíso fiscal y cómo se oculta. Tomé esos desvíos que fueron como intoxicaciones saludables para mi documental. Sentí que tenía que hacer una especie de deriva personal dentro del documental, que iba a reflexionar a partir de la economía, de la política, sobre esa trama de complicidades institucionales que somete a las vidas particulares y por otro lado cuestionarme sobre el documental: cómo se ponía en juego mi propia subjetividad en una película que contaba sobre esta maquinaria que tritura cuerpos. Como dice Carlos Varela, uno de los abogados defensores de los acusados, sobre “el dinero maldito del narcotráfico”.
Festival de rostros
Sobre qué aspectos del juicio le interesó destacar, Plataneo abunda: “Me encontré con un montón de situaciones que no había previsto, yo no sabía qué iba a filmar, todo resultaba una puesta en escena con los acusados, los familiares de las víctimas, los fiscales, los abogados defensores, un festival de rostros. En el film dejé la presentación de los casos, las acusaciones y defensas y algunos testimonios clave; tiene tres cuadros la película: uno que es la canchita y los familiares; el crimen en sí donde pude acceder a imágenes y videos de los pibes asesinados previas al crimen, y luego el proceso del juicio con otro clima confrontado al de los familiares. La resolución es un epílogo de cómo fueron quedando los distintos protagonistas de esta tragedia, incluso hay una pequeña coda del juicio, porque hubo una apelación que confirmó las penas y dio una absolución; después derivé hacia la vida particular de cada uno de los padres, en la villa, en sus trabajos, tratar de reflejar la gente que no está en las películas, la gente de los barrios pobres, la gente que más sufre”.
https://www.youtube.com/watch?v=FQlpLPa9mys
EL EQUIPO del documental
El equipo de trabajo que acompañó a Rubén Plataneo, quien estuvo a cargo del guión, producción y dirección es el siguiente: la producción ejecutiva fue de Mónica Amarilla; la jefatura de producción, de Virginia Giacosa; la asistencia de dirección, de Tomás Viú; las cámaras las hicieron Julián Alfano, Lionel Rius, Rubén Plataneo y Guillermo González; el steadycam fue de Julián Alfano y Lionel Rius; el sonido directo, de Tomás Viú, Claudio Logiúdice y Julia Orso. La edición estuvo a cargo de Alejandro Coscarelli y Rubén Plataneo; la foto fija la hizo David Gustafsson; el colorista fue Lisandro Bauk; la postproducción fue de Pez Cine; la postproducción de sonido, de Ñandú Sonido; la música original fue del rosarino Charlie Egg y de Michael Gira, líder de la banda estadounidense Swans. Participaron familiares y amigos de las víctimas y figuras de la prensa, la política, investigadores y abogados. Las locaciones fueron la Villa Moreno y los Tribunales provinciales mientras se sustanciaba el juicio.