Ir solitario a un recital es un ejercicio de voluntad. Es como viajar solo de vacaciones. Es como escribir. El que va solo a un recital, lo primero que tiene que hacer es sacudirse la modorra, luego arrancar el viaje que lo llevará hacia el show. Ese viaje será caminando o en colectivo. En general El que va solo a un recital usa estos medios de locomoción. Quienes se movilizan en vehículos a motor siempre tienen alguna compañía que se les va a colar. Es que un motor tira más que una yunta de bueyes; pero esto es un tema para desarrollar en otro relato. El que va solo a un recital sabe que durante el transcurso del recital no habrá un codazo cómplice: “Che, qué buen tema éste” o un “Miralo al boludo aquel en ojotas, vino a la playa”. Tampoco habrá una abrazadita de hombro mientras suenen las canciones más emotivas. No. Se la tiene que bancar en la soledad de los deseos. Se aferra a unos puchos Pier, a un gintonic en vaso de plástico o a una lata de cerveza. Y sí, algo de filo tiene que llevar El que va solo a un recital. No es pagar la entrada nomás.
Supongamos que el recital en cuestión es en la terraza de la plataforma Lavardén. Entonces hay un momento de ascenso, y justamente, tiene que ser por ascensor. O por lo menos es la manera más amable de ascenso para evitar llegar con los bofes en la mano si es que se optó subir por la escalera. En el caso de que el ascensor se comparta con otra persona, pone a El que va solo a un recital en la situación de largar un: “Ta linda la noche”, que inmediatamente recibirá como respuesta un: “Sí, acompañó el clima”. Mientras se elige mirar el techo, el suelo o, aunque por qué no vanidoso, al espejo.
El que va solo a un recital o se sienta atrás de todo para aprovechar el plano completo, o se sienta casi en el escenario para flashear: banda on stage. Rara vez se lo va a encontrar ubicado por el medio. Pone el celular en mute y lo pispea cada tanto para ver la hora o si sucede alguna novedad, cosa que no va a suceder, la novedad. Se lo ve atento mientras aplaude entre temas y chifla victorioso si la cosa se pone mundialista. Cuando la ansiedad se lo pide merodea el buffet en búsqueda de bebidas y la posibilidad de “ligar de arriba” una empanada carbonizada que no puedan vender.
Al terminar el recital, ajeno al resto, emprende la retirada. Se lo nota contento por la misión cumplida. Esta vez el descenso será por la escalera, sin apuro, ante miradas acartonadas que cuelgan de las paredes, mientras apronta un pucho para fumarlo en la vereda.
El que va solo a un recital, solo se vuelve.
El recital en cuestión
El sábado 17 de diciembre, Pablo Comas y la Liga de la Injusticia tocaron en la terraza de la plataforma Lavardén. Recordemos que no fue una noche cualquiera, fue una noche muy especial para quienes pisamos suelo argentino. Estábamos embutidos con nervios, ilusiones o indiferencia impostada frente a la tan esperada final en Qatar. La velada la inauguraron Los Pels, banda del indie bonaerense con un repertorio de canciones finas. Pero mi deuda era con un show de Pablo solista. Si Pablo Comas se presentó como un superhéroe, entonces pienso: su poder debe ser el de crear canciones. Así es. El tipo es uno de los mejores “volantes de creación” de canciones en la Rosario city. Canciones para salir campeones. No pasen de ellas. Y como todo superhéroe aterrizó en una terraza y al momento de desplegar su repertorio en vivo se valió de sus compinches de la Liga de la Injusticia. No había otra opción. Nadie se rescata solo.
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