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El relato de la vida de la cantante brasileña Elis Regina siempre comienza por su trágica muerte

Se publicó una edición argentina de la biografía definitiva de una intérprete de primer nivel mundial, que fue también una sólida opositora a la dictadura militar, que en Brasil duro 21 años

Carlos Polimeni / Noticias Argentinas

El festín que se hicieron hace cuarenta años los medios sensacionalistas de comunicación fue tan copioso, tan condimentado, que todavía resulta difícil acercarse a la veloz historia de vida de la enorme cantante brasileña Elis Regina sin detenerse, o empezar, por las circunstancias de su muerte.

Elis murió por una sobredosis accidental de consumo de cocaína y alcohol a los 36 años, después de 21 temporadas de una carrera profesional en la que grabó 28 discos, hizo una serie importante de grandes espectáculos exitosos y se consagró mucho más allá de las fronteras de Brasil.

Dueña de un temperamento indomable y de una verba urticante, siendo la figura central de la vasta escena de la música popular de un país repleto de grandes figuras, se había destacado entre sus colegas por sus fuertes críticas y choques con la dictadura militar que gobernó Brasil entre 1964 y 1985, y la tenía en la mira.

“Yo no estoy para morir atropellada por un auto cualquiera una noche de estas en un callejón de San Pablo. Yo tengo tres niños criar”, dijo de forma premonitoria dos semanas antes de su final este coloso artístico de apenas 1.54 de estatura, dueña de una energía sobrehumana y de un talento interpretativo único, que aún hoy emociona a los oídos sensibles.

En su libro Elis Regina. Una biografía musical, que acaba de publicar en la Argentina Híbrida Editoral, el escritor y músico Arthur de Faria destaca que el médico que firmó la autopsia en 1982, Harry Shibata, era un favorito de la dictadura militar, ya que fue capaz de certificar que eran suicidas presos políticos asesinados bajo tortura en las mazmorras del régimen.

Sin embargo, el autor cree que las posibilidades de que la muerte de Elis haya sido un crimen o un suicidio inducido, como se susurra desde entonces, son relativas, ya que todos los testimonios indican que en medio de la tormenta de una crisis con su segundo marido, el pianista César Mariano Camargo, Elis estaba abusando de la cocaína.

El periodista y productor discográfico Nelson Motta, que garantiza que la cantante no era una consumidora compulsiva, señala que para cuidar su increíble voz y su garganta, “sus mayores bienes”, ella evitaba inhalar el polvo blanco y prefería consumirlo diluyéndolo en whisky, lo que tornaba difícil controlar las cantidades, y eso bien pudo originar el accidente fatal.

El velatorio con 25 mil asistentes en el Teatro Bandeirantes, el ataúd sobre el escenario con la estrella ataviada con la camiseta de la selección de fútbol y el desfile de un camión trasladándolo ante centenares de miles de personas al Cementerio de Morumbí generaron una despedida inolvidable, dos días antes de que se divulgase el resultado de la autopsia, que permitió a la revista Veja publicar en su portada un título como “La tragedia de la cocaína”.

Sin embargo, no está en la compleja escena de su muerte la respuesta a la permanencia en el gusto musical de millones de oyentes de música del repertorio de Elis  -¿cómo obviar su increíble versión de “Aguas de marco” con Tom Jobin-  sino en un estilo único de interpretación, afinación, teatralidad y swing que aún hoy resulta “moderno”.

Las comparaciones llevan siempre a estrellas cuya luz no se apaga, como Edith Piaf y Billie Holliday, pero “Pimentinha”, como le había puesto de apodo su amigo y admirador Vinicius de Moraes tuvo además de su capacidad musical una decidida participación en la vida pública de un país en conflicto, en que no estaba tudo ben, como suele creerse cuando se observa desde afuera el entramado social brasileño.

Elis nunca pudo votar, porque toda su vida adulta transcurrió durante la larga dictadura de 21 años, pero con sus opiniones en las entrevistas, dentro y fuera del país, el repertorio que eligió, la forma en que lo cantó y el sentido crítico e irónico de sus espectáculos, tal vez hizo más por apurar el retorno de la democracia que la mayoría de los políticos de su país.

El autor, que considera que Elis, como Gardel, “cada día canta mejor”, de hecho con esa idea termina el libro, cuenta la historia de su vida en forma cronológica: sus comienzos en Porto Alegre, su llegada a la radio, los conflictos familiares permanentes, el desembarco en Río de Janeiro, su lucha por ser aceptada, el traslado a San Pablo, las ganancias siderales, su camaradería con los músicos, la sofisticación que alcanzó.

No ignora los conflictos, choques, encontronazos y reconciliaciones con muchas figuras, desde el propio Jobim a Roberto Carlos, de Caetano Veloso a Hermeto Pascoal, pero evitando el amarillismo logra transmitir la idea de una mujer tempranamente empoderada, sexualmente muy activa, dueña de las riendas de su vida en épocas conflictivas para las que rompían mandatos, alguien que vivió con una intensidad irrepetible.

“El ser humano nació para la tribu, para el intercambio, para convivir, para los abrazos, para el cariño y para el gusto de estar siempre en el medio de gente semejante y/o amiga”, le escribió Elis a un amigo, poco antes de su final. “El resto es una mentira inventada por el capitalismo para forzar el aislamiento, concentrarte en el trabajo y abstraerte del placer de vivir la vida plena”, agregó.

Luego de su muerte, en la revista Isto Ê, el periodista y dibujante Henrique de Souza Filho, Henfil, afirmó: “Nosotros los hombres, fuimos los que te matamos, mujer. Vos redoblaste tu voz y venciste. Redoblaste tus negocios y venciste. Redoblaste tu conciencia política y venciste. Quisiste ser una mujer libre y perdiste. Nosotros los hombres te exigimos que seas alta, linda y sexy. Nosotros los hombres te golpeamos con puños y patadas, uno, dos, diez veces (…) Nosotros los hombres te forzamos a humillarte delante de tu pueblo cantando de rodillas el himno nacional”.

La última afirmación remite a una historia conocida, que bien vale recordar: en una entrevista durante una gira por Europa, Elis dijo que en su país gobernaban los gorilas, pero cuando regresó, presionada por todo su entorno, cantó el Himno Nacional, en medio de fuertes presiones, en una ceremonia castrense”.

En los meses siguientes, en más de una oportunidad, su público le reprochó haber aceptado esas presiones, pero ella salió para adelante, como una locomotora, dejando a todos callados con sus numerosos desafíos en público al poder verde oliva y también a la pacatería moral que suele ser su compañía imprescindible.

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