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El relato de una sobreviviente

Con una perspectiva feminista la serie es la historia de una joven criada condenada a cadena perpetua por el crimen de sus patrones contada por la propia inculpada cuando es entrevistada con el afan de comprobar su inocencia

Por Gustavo Galuppo / Especial para El Ciudadano

Alias Grace es una miniserie basada en una novela de Margareth Atwood, al igual que la ya comentada The handmaid’s tale, y se sumó este año a un cuerpo de relatos televisivos que asumen una perspectiva feminista tan singular como desestabilizadora y necesaria. En este caso, en principio, se trata de una miniserie, es decir, escapa a la estructura del despliegue indeterminado de las series y se presenta, incluso, como una suerte de película extensa desarrollada en capítulos.

La palabra de Grace

La historia, a grandes rasgos, es la de Grace, condenada a cadena perpetua por el crimen de sus patrones, y está inspirada en un suceso real ocurrido en el siglo XIX en Canadá. El relato se ubica 15 años después del crimen, cuando tras el largo encierro de la muchacha un grupo de reformistas trata de obtener el indulto contratando a un joven médico especializado en psicopatología para que lleve a cabo una serie de entrevistas a partir de las cuales pueda establecer finalmente su inocencia. A lo que asistimos, en el transcurso de los seis episodios, es a esas entrevistas, desde las cuales Grace va narrando el largo itinerario que culminará en el crimen. Lo representado, es el relato de Grace, con todo lo que implica el hecho de que su palabra sea lo único que queda para comprobar lo sucedido.

Mentira y falsedad

En principio, se establece el enigma en torno a la culpabilidad o la inocencia de la muchacha. Pero lo que se desmantela progresivamente, sin embargo, es el delicado edificio que sostendría al relato dentro de las estructuras genéricas ligadas a la resolución de un misterio. Poco a poco, mientras Grace deshilvana con su extraño encanto la trama del itinerario que la llevó hasta la escena del crimen, el relato mismo comienza a desenvolver sus pliegues, a mostrar sus costuras, a abultar sus arrugas y a iluminar sus hilos. Los mecanismos propios de la narración se hacen visibles durante el mismo trabajo.

Todo relato es pura invención, pero este en particular parece abocado a borrar esos difusos límites entre la constatación y la pura fabulación. Grace es un poco como Scherezade, perpetúa con diabólico encanto una situación límite de peligro desenvolviendo una fábula que podría expandirse sin término. Allí, sus argucias en la fabulación dejan al descubierto sus propios mecanismos, pero sin perder jamás por eso una solvencia intachable como narradora. Es por eso que lo que comienza a emerger, en la delicada ensoñación de esta virtuosa narradora que es Grace, es la superficie de un patchwork virtuoso, tan delicado como minucioso, tan hipnótico como preciso, una trama cuyo laborioso trabajo artesanal de retacería desplaza toda vocación de verdad para poner el foco en otro punto. Sabemos hasta cierto punto que lo que ella cuenta no es del todo “verdadero”, pero del mismo modo sabemos que sí lo es. Después de todo, a lo que asistimos, es a lo único que resta de un supuesto hecho: el relato de una sobreviviente.

¿Podemos afirmar entonces que Grace miente? En principio no. Sin embargo, todo lo que dice, entre pequeñas correcciones y omisiones, entre derivas sospechosas y enmarañadas, entre dudas y condescendencias obvias al oyente implicado, no parece ligarse a la determinación de una verdad comprobatoria. En cierto sentido entonces, Grace miente, pero lo que dice, aun así, no es falso. Sutiles diferencias entre mentira y falsedad: aquel que miente tiene intención, pero el que esgrime algo falso no necesariamente. Grace, allí, parece tener intenciones (aunque incomprobables, como toda intención) de construir una fábula, es decir, de mentir, pero el problema aquí se desplaza, fundamentalmente, hacia la idea de lo entendido como “verdad”.

Borrar la barbarie

Grace es una sobreviviente. Y no sólo de aquel hecho atroz. Grace es una mujer que sobrevive en la implacable hostilidad de un patriarcado sin ataduras. El crimen cometido 15 años antes es, en cierta medida, parte de una topografía mucho más abarcativa, muchos más intrincada, mucho más escandalosa incluso. Por eso el relato de Grace es verdadero, más allá de los detalles, más allá de las minucias, más allá de ciertos avatares. Se podría decir que Grace, al mismo tiempo, en el mismo relato, dice la verdad y miente, pero nunca enuncia algo falso. Y es que lo que se pone en perspectiva es la legitimidad de cierta idea de “verdad”. Cierta idea que pasa a segundo plano, a otro terreno que no se condice con el mundo que la exige. La verdad legitimada jurídicamente (¿es culpable o inocente?, ¿cometió el crimen o no?) se revela allí como inconsecuente, como la reducción brutal de una trama mucho más vasta en la que la condena o la exoneración pierden todo sentido y toda validez. Culpabilidad o inocencia reducen la multiplicidad de un mundo escandaloso a un sólo hecho, a una responsabilidad provisoria. Buscar la verdad en esa constatación implica, sin más, borrar de un plumazo y de cabo a rabo toda la barbarie sobre la cual ese hecho se hizo posible. Y barbarie que además es la base de posibilidad para establecer leyes que no son sino las imposiciones de los vencedores reglamentadas para su conveniencia, pero naturalizadas como justas. Por eso es que, más allá de las fabulaciones, de las tergiversaciones, se puede decir que Grace dice la verdad aunque mienta. Porque la verdad jurídica, la resolución incluso del misterio, no son ya elementos a tomar en cuenta para desocultar lo efectivamente importante. Aquí, la verdad, es la construcción de la historia que hace una sobreviviente para seguir sobreviviendo. Porque se habla de algo verdadero del mundo, porque la verdad es la necesidad de sobrevivir en medio de la barbarie. Crimen o no, el mundo, para Grace, es un infierno masculino que tiene que atravesar contra todas las violencias, contra todas las dominaciones, contra todas las humillaciones. Y la historia, a fin de cuentas, como lo dijo Walter Benjamin, no se trata de la constatación de los hechos, sino de aquello que relampaguea en un momento de peligro: el peligro de ser avasallados por la élite dominante. El relato de Grace, allí, es la Historia misma relampagueando en medio de la violencia.

La marca brutal

A lo largo de seis capítulos Alias Gracefascina jugando en el borde de los géneros. Planteando un misterio como base, pero al mismo tiempo disolviendo la necesidad de su resolución. Desmantela esos mecanismos, mientras asistimos a la construcción del relato que nos regala Grace, reuniendo indisolublemente lo angelical y lo siniestro en un mismo rostro y una misma voz. Y más allá de estos virtuosos juegos en relación a la construcción de la verdad, los personajes se tensan en múltiples contradicciones que los ubican más allá del bien y del mal. Las mujeres mueren violentamente o apenas sobreviven, pero la vida digna les está negada. No hay por lo tanto aquí heroísmos estereotipados de ningún tipo. No hay figuras simples y ejemplificadoras de mujeres fuertes que enfrentan al sistema. Hay en cambio necesidad de sobrevivir con todas las armas, con todas las astucias. Más allá de las reglas y de los imperativos morales. Grace miente, en el fondo lo sabemos desde el comienzo. Pero Grace también dice la verdad, lo intuimos, porque eso que fabula tan magistralmente es lo que relampaguea en un momento de peligro, pero que no es sólo el filo de un momento pasajero, sino la marca brutal que ha signado toda su vida y la de todas las mujeres con las que se ha cruzado. Si mató o no mató, a fin de cuentas, ya no le importa a nadie.

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