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El repaso de un cancionero que exhala rosarinidad

La Trova Rosarina, con Juan Carlos Baglietto, Silvina Garré, Jorge Fandermole, Adrián Abonizio, Rubén Goldín y Fabián Gallardo, cerró el domingo en El Círculo tres noches a sala repleta de evocaciones y recuerdos compartidos. En marzo estarán de regreso

Una música que logró una identidad. Canciones coreadas por multitudes y un puñado de artistas que cuentan entre sus recuerdos haber compartido un momento mítico: la emoción latente de la noche del 14 de mayo de 1982 cuando miles de personas los ovacionaron en un primer show en el estadio porteño de Obras Sanitarias y así nacía, para muchos, la Trova Rosarina, un poco de aire fresco y esperanzador en medio de las atrocidades y la oscuridad de la última dictadura cívico-militar, y a días de haber comenzado de la Guerra de Malvinas.

Aquellos, como estos, eran “tiempos difíciles”, también el nombre del mítico disco de Baglietto revisitado una y otra vez, y ahora potenciado con otras gemas de un cancionero que exhala rosarinidad.

Juan Carlos Baglietto, Silvina Garré, Jorge Fandermole, Adrián Abonizio, Rubén Goldín y Fabián Gallardo llenaron, de viernes a domingo, el teatro El Círculo, porque la Trova está de regreso aunque todo indica que nunca se fue.

Más allá de los dos dos nuevos shows de este fin de semana en el porteño Gran Rex, y con la alegría de saber que en marzo regresan a Rosario, la despedida temporaria de este domingo comenzó con “Era en abril”, con Baglietto y Garre cantando como entonces, con su química intacta y sus voces aún mejores, para traer al presente ese himno de Tiempos difíciles escrito por Fander.

Pero como las canciones son lugares, momentos vividos, sensaciones, emociones, recuerdos, anhelos, ausencias, con un salto en el tiempo hacia el presente, todos ellos, de la orilla brava, el agua turbia y la correntada, regalaron en versión trovera “Oración del remanso”, para cerrar ese triada iniciática de un comienzo conmovedor con “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, de 1985, y así se daba en escena la primera irrupción poética de Fito Páez, otro de los míticos integrantes de este colectivo de artistas.

Pero la fiesta siguió por casi dos horas y la elegida fue “Basura en colores”, de Goldín, más cercana en el tiempo, en una amalgama de pasado y presente sostenida musicalmente por una banda integrada por Leonardo Introini en contrabajo, Julián Baglietto en batería, Adrián Charras en teclados y el extraordinario percusionista rosarino Juancho Perone, que aportó, con un sinnúmero de recursos, los climas a un universo sonoro evocativo y sensible.

“Si Rosario ha hecho un aporte profundo a la música popular es a través de sus grandes autores, compositores y compositoras, como en este caso Silvina Garré”, dijo Baglietto, que sigue siendo el frontman de este y de todos los encuentros, para dar paso a la única mujer de la Trova con “Carrousel”, que da nombre a su último disco, “en el que dan vuelta los recuerdos”, dejando en claro que la Trova de hoy no evoca sólo las canciones de hace cuarenta años. Por el contrario, hay otro cancionero que dialogo en el mismo idioma con aquellas piezas fundacionales que al mismo tiempo rescatan otros públicos.

En un show con entradas, salidas, momentos más íntimos e instancias colectivas, atinados apagones y cerrados aplausos y ovaciones, Gallardo trajo al escenario su versión de “El Árbol”, Goldín aportó la inmanente “Sueño de Valeriana”, la voz de Baglietto intacta se lució en “Historia de Mate Cosido” de Abonizio con un final coreado por la multitud, y el broche lo puso “En blanco y negro (Buenos Aires)”, de Garré, poco antes de otro momento bello e íntimo (abundaron a lo largo de toda la noche), donde Goldín y Garre compartieron y hasta bailaron “El ogro y la bruja”.

“Dormite patria sobre mi camisa, olvidate pronto de los que te pisan, dormite patria que la noche es fría, y hay un viento blanco sobre la avenida”, se escuchó cantar a Baglietto en solitario en las primeras líneas “Dormite patria”, la más profunda evocación en un tiempo de dolores, tristezas y esperanzas, en uno de los pasajes más conmovedores de toda la velada.

“Para mí, Baglietto es el gran intérprete argentino”, dijo Gallardo antes de recordar que un día lo llamó, hace treinta años, para decirle que iba a grabar “La música me ayuda”, y de darse el lujo de cantarla a dúo en uno de los momentos que confirmó que estos shows en Rosario tenían para estos músicos otras resonancias y evocaciones.

Más tarde, Fander regaló una versión compartida de “Marina” y otra coreada por la multitud de “Los días por vivir”, de aquellos primeros años, para cerrar con “Cuando”.

El final, aunque resistido, comenzaba a anunciarse con “La vida es una moneda”, de Fito, que trajo el recuerdo del final de la película Los chicos de la guerra de 1984, y un armonioso coro de cierre que hizo vibrar a un público profundamente conmovido. Tras cartón otro clásico demoledor, “Mirta, de regreso”, donde la pluma de Abonizio alcanza uno de sus momentos culminantes, para evocar un breve adiós con “Canto versos” de Fander.

Pero los bises multiplicaron la evocación y así llegaría “El Témpano”, también de lo mejor de Abonizio, uno de los himnos de la Trova y del rock nacional, y como payasos, domadores, jueces y perdedores cantaron a coro y muy conmovidos por la ovación continuada “Actuar para vivir”, de Páez, que hubiera sido un cierre majestuoso de no haber llegado, ya con el público de pie, el recuerdo para Lalo de los Santos y su “Tema de Rosario». Pero el tiempo se detuvo, nadie se movió de sus butacas y volvieron una vez más para cerrar definitivamente y en lo más alto con “Las cosas tienen movimiento”.

De este modo, la Trova Rosarina cerraba su histórico paso por Rosario, porque no hay dudas de que se trató de uno de los acontecimientos artísticos del año, con una veintena de canciones que desde la belleza, la denuncia, el dolor y la alegría evocan un tiempo que pareciera habitar en un clima de permanente fascinación con los músicos de este colectivo que se puso en marcha hace muchos años y nunca se detuvo.

De lo que no quedan dudas es que hoy, más que nunca, la Trova Rosarina es un fenómeno de la música popular argentina que se ha resignificado y potenciado con nuevas canciones que dialogan con “unos pedacitos de aquel cielo”.

Esas canciones son las mismas pero resuenan diferente, quizás porque muchas de ellas trazan un puente entre la esperanza de una democracia que estaba llegando en los 80 y un presente de tormentas padecidas que hoy mira al futuro con ganas de esperanza.

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