La calle Oscar Freire es una de las más selectas de São Paulo, con decenas de tiendas y restaurantes caros. Con un bolso Louis Vuitton en el hombro, Flora C., de 54 años, le dice a su chofer que vaya a buscarla a la puerta de uno de los comercios. “No te lo tomes a mal, pero prefiero esperar aquí dentro porque tengo miedo de que me asalten”, explica. Su miedo se ve reforzado por su propio pasado: cuenta que, una vez, cinco hombres armados que llegaron en tres vehículos, la atacaron cuando estaba dentro del coche. “Por eso, si estás pensando en comprarte un auto nuevo es mejor que sea uno más viejo y que esté blindado. Al menos estarás seguro”, argumenta. Abogada de formación y diseñadora de interiores, cree que a Brasil “le hace falta alguien de corte más radical para luchar contra el crimen y la violencia”. Aunque considera que el debutante João Amoêdo –del Partido Novo– es un buen candidato, acabará optando por Jair Bolsonaro.
Robson y Thamires Bertochi no sólo son unos convencidos de que Bolsonaro es la mejor opción para su país. Son fans. Este matrimonio no duda en abrazar tanto sus vagas ideas económicas ultraliberales como su radicalismo para resolver asuntos tan delicados como la seguridad y la corrupción. “Yo en su lugar sería peor. La gente cree que es radical, pero es un hombre tranquilo. Yo sería más radical en todos los sentidos”, explica Robson, de 41 años y detractor del Partido de los Trabajadores (PT), el único que parece capaz de hacerle frente al capitán retirado. “El plan a era matar a Bolsonaro. No tengo dudas de que fue el PT”, sostiene sobre la puñalada que recibió y que lo mantuvo tres semanas en un hospital, contradiciendo así la investigación policial que afirma que el agresor actuó solo y por motivos personales. “Ahora el plan B son las urnas. El PT me aterroriza. Son unos corruptos, han acabado con el país”.
El matrimonio, que gerencia varios restaurantes en el interior de São Paulo, se siente asfixiado por la alta carga tributaria que, según ellos, impide que se generen más empleos. Por eso se muestran reacios tanto a los derechos laborales de los trabajadores como a los programas sociales –los cuales meten en el mismo saco, como si fueran lo mismo—. “Es mejor tener a gente trabajando que en casa disfrutando de los derechos que creó el PT; eso no es sano para el país. Se ha creado un agujero con el seguro de desempleo, con la Bolsa Familia… (la medida estrella para luchar contra la pobreza en los 15 últimos años) No hay más que ayudas y subsidios. Y alguien tiene que pagar esa factura. Hay que ponerlos a todos a trabajar y acabar de una vez con todo eso”, argumenta Robson.
Otro punto sensible para el matrimonio es la familia y la educación: “Estamos muy desunidos. Él habla de un modo más afectivo de cuidar a las familias y a los niños”, argumenta la mujer sobre Bolsonaro. “No es homófobo, pero le entiendo cuando dice que los niños no deben aprender la parte de LGBT en los colegios. Tiene razón. Un niño de seis años no está preparado para escuchar o ver ese tipo de cosas”, opina.
Que las clases altas y las clases medias tradicionales se identifiquen con el candidato ultraconservador y su perfil autoritario es solo una parte de la historia. Bolsonaro viene conquistando una inmensa masa difusa de electores, muchos de los cuales mejoraron su vida durante los años de gobierno del PT –13 de los últimos 15– y que hoy pertenecen a las franjas de ingresos medios. Muchos de ellos son evangélicos y pertenecen a una clase trabajadora que, además de estar indignada con la corrupción y la violencia, es conservadora en sus costumbres. De alguna forma, encuentra en Bolsonaro una forma de reaccionar frente a los avances en derechos sociales, así como ante las posturas de los movimientos LGBT y feminista.
“Lo voy a votar porque considero que su gestión va a preservar a las familias, que están hechas un lío. Ver a un niño o una niña insultando a sus padres, riéndose y pareciéndole gracioso no forma parte de mi educación”, argumenta el taxista Lincoln Gebonato, de 57 años. Él también parece identificarse con el discurso de Bolsonaro que ofende a las minorías locales. “Cada cual elige lo que quiere, él no interfiere en eso. Solo piensa que en los colegios no debe haber una educación sobre la ideología de género. Pero por desgracia los movimientos homosexuales creen que no, que ya desde pequeñitos hay que enseñarles a ser maricas, lesbianas, hombres o mujeres”, argumenta.
—¿Cree que eso ocurre en los colegios?
—Por supuesto, está a la vista de todo el mundo. Por la calle ves a hombres barbudos besándose sin importarles nada. Es evidente.
—¿Defiende una ley que prohíba esa clase de conductas en las calles?
—No tiene que haber leyes, tiene que haber sentido común. Llegará un día en que eso sea normal, pero vayamos despacio. No me lo quieras imponer.
No todos los electores del ultraderechista están 100% de acuerdo con sus tesis. Una parte nada desdeñable simplemente parecen estar cansados de la corrupción y del sistema político en general. El voto hacia Bolsonaro también es un voto indignado. “Es contra todo lo que está ahí. Estamos en un país decadente, con desocupación, lleno de deudas, falto de infraestructura y de seguridad…”, justifica Wagner Gonçalves, encargado de un edificio y vecino de la zona este de São Paulo. “¿Por qué voy a votar por lo mismo de siempre? Para mí, ni el PT ni el PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña, centroderecha) sirven. No valen nada”.
Para el portero, Bolsonaro es una apuesta como lo fue el PT hasta 2010 –”Era una época en la que el pueblo no tenía trabajo y estaba mejorando”, explica–. No ve ningún problema en que la gente viva y se vista como quiera. Y rechaza el discurso de Bolsonaro sobre las mujeres: “Tienen que ganar lo mismo o incluso más que los hombres, aun estando en cargos iguales. Si una mujer tiene más conocimiento que yo o hace cosas más importantes en menos tiempo, por supuesto que tiene que cobrar más que yo”. Aún así, insiste en el ultraderechista: “He vivido toda mi vida apostando por cambios que no se concretaron. Puede haber cambiado algo que nos haya beneficiado, pero esos han hecho otras 300 cosas mal”.