“La política es la continuación de la guerra por otros medios”, dijo un reconocido militar. Después de muchas batallas y en las vísperas de Navidad los investigadores de Conicet y el gobierno Nacional llegaron a una tregua en la guerra por el recorte del presupuesto en ciencia de 2017. Fue una decisión política. Esa semana la comunidad científica levantó el acampe y la toma del edificio central del organismo en Buenos Aires a cambio de la promesa de sumar más becarios hasta diciembre de 2017 pero el conflicto se mantiene. En cada batalla hay heridos. A través de las redes sociales y luego en algunos medios de comunicación alineados con Cambiemos se eligieron las víctimas: un grupo de 20 científicos del Conicet que trabajan en las Ciencias Humanas. Alguien los colocó en un ranking de las peores investigaciones del 2016 para intentar demostrar la inutilidad de la estructura en ciencia que cobró fuerza y grado ministerial en 2007. Los trabajos se viralizaron y sumaron críticas y apoyos. El rosarino Diego Pablo Roldán, fue uno de los 20 investigadores elegidos y bastardeados. Con 40 años es doctor en Humanidades y Artes, profesor de enseñanza media y superior en Historia y licenciado. Se especializa en la relación entre pasado, urbanismo y la antropología social. Entre 2004 y 2012 publicó cuatro libros recuperando experiencias de la ciudad, como la historia del frigorífico Swift, el barrio Saladillo y un análisis sobre el impacto cultural de políticas económicas en Rosario, entre otras temáticas. Participó en la escritura de más de 50 publicaciones en revistas de divulgación científica local y extranjera. Integró más de 100 congresos como disertante y expositor, muchas veces llevando experiencias y recorridos de Rosario, como el análisis de las primeras redes de transporte urbano público y el proceso de modernización más la relación del municipio y las concesionarias. Roldán dialogó con El Ciudadano.
— ¿Cómo se enteró de que formaba parte de la campaña contra los investigadores del Conicet?
— Fue raro. No tengo cuenta de Twitter, donde empezó a circular la selección. Un compañero me escribió a la noche. Me sorprendió. No lo esperaba. La investigación que usaron para criticar es un trabajo que presenté en un congreso y tiene distintas fases de producción. Trata sobre el futbol en Rosario en principios del siglo XX. Las investigaciones de ese ranking trabajan con la cultura popular. Buscaron un título que tuviera elementos de lo popular y se pudiera denostar.
— ¿Cuánto tiempo le llevó el trabajo? ¿Qué descubrió?
— Bastante. Es parte de mi tesis doctoral, que me llevó cuatro años. No era sólo hablar de fútbol. Era un deporte muy secular, parte de un circuito elitista alrededor de plaza Jewell. Se expandió socialmente y generó interés por practicarlo. Se crearon estadios y construyeron clubes. Me interesó cómo se profesionalizó: cuando se empezó a pagarle a los jugadores y los componentes que lo hicieron un espectáculo. Porque concitó mucho interés y a partir de ciertas competencias internacionales se ató a la idea de identidad nacional.
— ¿Qué encontró en el fútbol desde la perspectiva histórica, urbanística y antropológica?
— El fútbol es un territorio con mucho afecto. La cancha y el club son lugares donde se monumentalizan los acontecimientos: las victorias y las derrotas. Las pintadas apelan a bajar ese relato en imágenes y colores. Las fotografías en el club hablan de la identidad. Son ejercicios de la memoria que forman una identidad. Contamos quiénes somos a partir de quiénes fuimos y nos rodeamos de imágenes que lo testimonian.
— ¿Cuál el valor de lo investigado?
— Pensar lo social sirve para explicar las prácticas sociales, los valores y las formas del mundo que parecen dadas. Explica lo que somos. Permite trazar un nuevo mapa de cómo llegamos a ser. Y a partir de ahí, quiénes queremos ser. La investigación es un primer paso para discutir con fundamentos.
— Cada tanto un hecho de violencia ligado al deporte nos devuelve a pensar qué pasa con el fútbol ¿En cuánto aporta a la sociedad como conjunto tener una investigación como la que hiciste?
— Mostrar las determinaciones históricas de lo que somos, de nuestros límites, es, también, mostrar la pertinencia de lo que resta por hacer. Por ejemplo: conocer cómo eran los jugadores; los que eran hinchas y jugaban y los que no, cuando sabían que no se iban a dedicar a eso. Aún cuando somos pataduras nos la pasamos hablando de eso. Está la raíz pero es artificial. Lo más importante de las investigaciones históricas es juntar elementos que parecen dispersos. Cuando los tenés podés elaborar políticas públicas. Sirve para el Estado y la sociedad para pensar los caminos a seguir.
— ¿Cómo valora el desarrollo de la Ciencias Humanas en el Conicet?
— Siempre fueron minoritarias. Durante el proceso de crecimiento, desde 2007, se equiparó un poco. No tanto en dinero como en cargos. La nueva gestión propuso un ajuste que nos dejó afuera. Pero siempre ha habido una disputa con las ciencias “duras”. Es complicado pensar una ciencia que sólo produzca datos sin interpretarlos. Es como ponerse en una situación colonial, donde nosotros producimos los datos pero no los sabemos leer.
Una batalla que no acabó con la guerra
A 15 días de que acabe el 2016 la comunidad científica levantó la toma del edificio de Conicet en Buenos Aires, una protesta pacífica que también se replicó brevemente en el predio del Centro Científico Tecnológico de Rosario (CCT), ubicado a metros de la Ciudad Universitaria en Rosario. El ministro de Ciencia, Lino Barañao, quien había puesto interrogantes sobre la cantidad y necesidad de investigadores, anunció un acuerdo con la comunidad científica que reclamaba contra el recorte presupuestario de la cartera para 2017. El instituto nacional dio una prórroga hasta el 31 de diciembre a 343 postulantes a la carrera de investigador científico y técnico que habían sido recomendados pero quedaron afuera. El acta compromiso también estableció 107 becas extraordinarias para los postulantes. Por último, mandó a crear una comisión mixta de seguimiento del ingreso de los postulantes no seleccionados. El grupo estará integrado por representantes de Asociación Trabajadores del Estado (ATE), de investigadores, del Conicet y del Ministerio de Ciencia y Técnica. Luego de conocer el documento los manifestantes levantaron la toma. Desde entonces, los trabajadores del Conicet de todo el país mantienen reuniones y asambleas para analizar cómo continuarán su lucha por no perder las fuentes de trabajo.