Berta Temporelli
Poco tiempo después de los sucesos de setiembre de 1969 concurrí a realizar un reemplazo en una escuela nocturna para adultos cercana al lugar donde habían asesinado al niño, en barrio Tablada, el mismo en que yo vivía. El fervor militante me llevó a comentar con los alumnos esas jornadas en las que los vecinos de la zona habían protagonizado manifestaciones que habían dejado dos víctimas fatales: Paula de Alarcón, asesinada por una bala policial en la puerta de su casa el 16 a la noche y “Chichito”, de 13 años, alcanzado por el disparo de un civil el día 17 pasado el mediodía.
Mi emoción fue muy grande. Una alumna de alrededor de cuarenta años, muy humilde, me dijo que era la madre del niño asesinado. Al día siguiente Antonia llevó una foto carnet de su hijo. Se la pedí para hacer una copia. «Cuídemela. Es la única de él que tengo», dijo quien hizo la única copia que conservé en mi poder extravió el original.
Tenía que devolverle la foto a esa madre. Eran tiempos convulsionados y los reemplazos me llevaros a otras escuelas. Siempre conservé esa foto. La llevé conmigo al exilio. En algún momento, a mi regreso, intenté buscar a Antonia, el asentamiento en que vivía había sido erradicado. La fotografía que nunca pude devolver a la mujer siempre fue motivo de pesar para mi.
Hace diez años, recién iniciada en el uso de las redes sociales, publiqué la nota “Vos tenés que saber de quién esta foto” y la imagen del chico de 13 años que el 17 de setiembre de 1969 se encontraba junto a sus familiares y otros hombres jóvenes en las inmediaciones de calle Ayacucho al 4000 tratando de juntar elementos para hacer una barricada. El año pasado presenté mi libro en el que relato aquellos sucesos que dejaron una impronta tan fuerte en los que fuimos protagonistas: el Rosariazo de setiembre de 1969.
Los compañeros del sindicato en que había presentado mi libro me encargaron unos ejemplares y se los llevé. A la semana siguiente pasé a buscar el importe de los mismos. Carlos, el compañero a quien se los había entregado, que debe tener poco más de sesenta años, me recibió con enormes exclamaciones, expresando que tenía algo muy importante que contarme. “Tomé un libro, lo abrí al azar y me encontré con la foto de Chichito, aquel chico que yo conocí, ya que éramos del barrio”, me contó con alegría. Y agregó: “La mamá vive”. Sentí una gran emoción, me propuse encontrarla y a pesar de que Carlos no pudo darme mayores precisiones.
Llevaba la foto conmigo, la busqué hasta que la encontré en una casa muy humilde. Antonia había vuelto a vivir muy cerca de donde vivía cuando le mataron al hijo. El encuentro fue tan emotivo que temí por su salud. La mujer, que tiene poco más de noventa años ha sobrellevado con entereza una vida de lucha. Recordó que en el momento en que el hombre que manejaba el auto se detuvo y extrajo el arma. Todos se tiraron al suelo y la inocencia del niño lo hizo permanecer de pie. Así fue alcanzado por el disparo mortal. Finalmente “Chichito” será recordado con su nombre completo “Rubén Ángel Barrios”.
En la actualidad, en los barrios empobrecidos, se contabilizan de a decenas los pibes que caen: “soldaditos”, víctimas de la yuta, del gatillo fácil, en enfrentamientos entre bandas, o descerebrados a causa del paco y la pasta base. ¿Por qué recordar a un chico que mataron hace cincuenta años cuando acompañaba a sus vecinos y familiares en un reclamo? Porque enfrentando una dictadura militar aquellos trabajadores que salieron a reclamar por sus derechos, convocados por dirigentes gremiales que se la jugaron hasta las últimas consecuencias, aquellas y aquellos jóvenes estudiantes, las y los militantes que soñábamos con un país mejor al menos lo intentamos.