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El secuestro de Tallone, una venganza al estilo rosarino por robar 340 kilos de cocaína a Los Monos

Gastón Tallone, un empresario portuario entrerriano, y vinculado a negocios en el puerto de Concepción del Uruguay, fue secuestrado el pasado 8 de julio en inmediaciones de un hotel en el barrio porteño del Abasto

Encripdata / Agustín Ceruse

«Con la mafia no se jode». En junio del año pasado, alguien les tiró esos papelitos en las puertas de las casas. Después les prendió fuego los autos. A eso les siguieron tiros. Los blancos: José Uriburu y Gastón Tallone. Peleados por el control de Terminal Puerto de Concepción del Uruguay (TPCU), en plena Hidrovía, Uriburu intentó que Tallone solucionara el problema al que lo había arrastrado. Él buscó otra salida, cuenta el periodista Agustín Ceruse en su nota de Encripdata.

Las advertencias, en consecuencia, continuaron. El invierno se volvió aún más crudo: «la mafia» les envió a los celulares de los Uriburu fotos de los hijos en la escuela. También dieron vueltas por San Isidro y hasta Tortuguitas. Uriburu ya no pudo resistir la presión: «Con la familia, no», pensó aunque sin decirles a los suyos lo que realmente sucedía

En agosto de 2023, entonces, recurrió a quien pensó que podía ayudarlo dado el contexto de las amenazas de «la mafia»: Gustavo Juliá, un narcotraficante que pasó varias temporadas a la sombra en España por intentar «coronar» 944 kilos de cocaína a bordo de un Bombardier Challenger 604 aterrizado el 2 de enero de 2011 en el aeropuerto El Prat, Barcelona, publicó Encripdata.

Uriburu le contó a Juliá que «la mafia» le reclamaba 340 kilos de cocaína que desaparecieron de la terminal portuaria de Concepción del Uruguay, pero le juró por la familia que el ladrón había sido Tallone. Le habló de las acusaciones cruzadas con aquel, de sus denuncias contra Carlos María Scelzi y Leonardo Cabrera, vinculados al puerto, y el fiscal Julio Rodríguez Signes y, lo más importante, le mostró un video para demostrar quién se había quedado con la droga.

Convencido, Juliá levantó el teléfono: «la mafia», le dijo, lo perdonaría, pero, primero, como reveló Encripdata, debería ir a la cárcel de Marcos Paz para hablar cara a cara con uno de los «dueños» de Rosario: Ariel Máximo Cantero, «el Guille». En total, Uriburu se reunió 17 veces con el jefe de «los Monos». Las visitas empezaron en 2023 y continuaron este año, cuando ya estaba vigente el Sistema Integral de Gestión para Personas Privadas de la Libertad de Alto Riesgo en el Servicio Penitenciario Federal (SPF), que, entre otras medidas, redujo al máximo las visitas: solamente continuarían teniendo encuentros de contacto con familiares directos y excepcionalmente, con personas allegadas, en este caso con contacto diferido en sala de locutorio individual, publicó Encripdata.

Para poder sortear este obstáculo, Uriburu se presentó una y otra vez en su condición de abogado con la excusa de arreglar los términos de una posible representación en causas penales. Pero arreglaron otra cosa. Sabiendo que su visita tenía llegada a la política nacional, «Guille» le ordenó transmitir un mensaje: «Que me mejoren las condiciones de detención y yo paro el baño de sangre». Dicen que así consiguió volver a ver a sus hijos. Al final, Cantero puso a prueba a Uriburu: su vida a cambio de la de Tallone.

Acorralado, Uriburu no pudo, no supo o no quiso salir de esa encerrona: acompañado a sol y sombra por dos «fusibles» rosarinos y por Juliá, se reunió varias veces con Tallone. Primero logró que devolviera parte del cargamento robado. Pero eso no bastó. «Los Monos» no perdonan: tenía que «entregarlo».

El 8 de julio fue la emboscada: convocado por su socio Juan Carlos Miro, Tallone se acercó hasta el Abasto y, allí, dos rosarinos a bordo de un auto Gol vinculado a Juliá, lo secuestraron. A pocos metros, dentro de su Audi Q3, Uriburu, recordando la advertencia de «Guille», monitoreó la operación, publicó Encripdata.

La fiscal Josefina Minata, de Concepción del Uruguay, y el fiscal Santiago Marquevich, de la Unidad Fiscal Especializada en Crimen Organizado (Ufeco), pudieron reconstruir que los secuestradores mantuvieron cautivo a Tallone al menos una noche en Ingeniero Maschwitz. El rancho, así lo definieron, era propiedad de Uriburu. Pero cuando la Policía Científica fue con perros adiestrados, no hallaron evidencias. No había rastros de él. Tampoco manchas de sangre. Solo colillas de cigarillo. La fiscal ya sabía quién era Uriburu: le dictó la falta de mérito en un expediente anterior por lavado de activos en el que sigue investigando a Tallone.

Para los fiscales, el entorno de Tallone pagó un rescate de 65 mil dólares la misma noche del secuestro. Para el entorno de Uriburu, en cambio, eso no sucedió. Las llamadas extorsivas continuaron más allá del 8 de julio. Algo es seguro: no hubo más noticias sobre el destino de la víctima, publicó Encripdata.

Como sea, los investigadores arrestaron a Uriburu y Miro. Los indagaron. Los procesaron con prisión preventiva. Juliá, en cambio, se mantiene prófugo.

Hasta ahora, no pudieron identificar a los «fusibles» rosarinos.

Ellos saben qué pasó con Tallone.

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