Para muchos futboleros, el título que logró Argentina en la Copa América que se jugó en Chile en 1991 es imborrable. Razones sobran: se quebró una racha de 32 años sin festejos albicelestes, el Coco Basile armó un gran equipo y la explosión que tuvo Gabriel Batistuta en ese torneo fue impresionante y le valió un boleto al fútbol internacional. Pero para quien escribe fue muy especial. Y me voy a tomar el atrevimiento de escribir en primera persona.
La Copa América en ese entonces era genuina, no había países invitados y el formato era simple. Dos zonas de 10 equipos y los dos mejores de cada grupo jugaban un cuadrangular, todos contra todos, para definir al campeón.
El campeonato arrancó el 6 de julio y Argentina quedó libre. Dos días más tarde fue el debut del equipo del Coco. Goleada ante Venezuela por 3-0 con dos de Bati y otro de Caniggia. Y ya se asomaba una dupla letal en el ataque.
El 10 de julio fue el turno de enfrentar al anfitrión. A nueve minutos del final apareció Batistuta para el triunfo argentino. Y 48 horas después (en esa época no importaba demasiado jugar tan seguido) la Albiceleste enfrentó a Paraguay. Otra victoria cómoda por 4-1 con gritos de Batistuta, Simeone, Astrada y Caniggia.
La última fecha de la fase de grupos se disputó el 14 de julio, previo al arranque de vacaciones escolares de invierno. Y en ese día me quiero detener. El domingo por la tarde me tocó jugar en la sexta división de Social Lux ante el extinguido Paladini. Tenía 15 años. Ganábamos 3-0 y poco tiempo antes que termine el partido viví lo peor. Una patadón de un rival, impotente por el resultado, me fracturó tibia y peroné. Fue tan brusca la jugada que se escuchó el “crack” de una madera rota en todo el club. De ahí al hospital, yeso y reposo absoluto. Por la noche Argentina, con suplentes, derrotó a Perú por 3-2 con goles de Latorre, Craviotto y el Turco García.
Por esos años, cuando uno sufría una fractura, difícilmente lo operaban. Era yeso completo desde el pie hasta el muslo y por varios meses. Con el ánimo por el piso porque el sueño de ser futbolista profesional se desplomaba como un castillo de naipes, el equipo de Basile me devolvió la sonrisa.
El miércoles 17, Argentina debía enfrentar al Brasil de Careca, Branco, Taffarel y Ricardo Rocha por la primera fecha del cuadrangular final. Desde ese día, el escenario familiar para ver los partidos fue la pieza mía, la cual compartía con mi hermano. Mis viejos, Adriana y Enzo, eran futboleros por naturaleza. Así que me acompañaron siempre en el periplo de la lesión viendo a la Albiceleste.
Pero volvamos al partido ante Brasil: clásico sudamericano si los hay. Creo que Argentina ahí compró el boleto que lo llevó al título. Fue 3-2 en Santiago con Darío Franco como figura (hizo dos goles de cabeza) y de Batistuta, mediante un fierrazo que le dobló las manos al bueno de Taffarel. Lo único malo fueron las expulsiones de Caniggia y Carlos Enrique.
Arrancar con un triunfo en esa clase de mini torneo es clave. Y como Chile y Colombia empataron 1-1, el triunfo albiceleste cotizó en bolsa. Por aquellos años ganar un partido significa apenas dos puntos.
El viernes 19 fue momento de volver a enfrentar a Chile. Ante un diluvio que prácticamente inundó el campo de juego, Argentina logró empatar 0-0. Y como Brasil derrotó 2-0 a Colombia, con ganarle a los cafeteros en la última fecha le alcanzaba al equipo de Basile para gritar campeón.
En esa semana la fractura que tuve sufrió un desplazamiento y la única solución era ponerme pesas con un aparato bastante rústico, incluso para la época. También implicó un clavo que atravesaba el talón para que sirva de soporte de las pesas. Espantoso. Lo único positivo fue que esa ingeniería médica la pude hacer en casa y así no perderme ningún partido.
El domingo 21 era el gran día. A primer turno, Brasil le ganó 2-0 a Chile y Argentina debía triunfar para dar la vuelta. El rival era Colombia, con el gran René Higuita en el arco, el fallecido Andrés Escobar en defensa, el Pibe Valderrama y Freddy Rincón en el medio, más un joven Albeiro Usuriaga arriba, el mismo que luego brillaría en el Independiente campeón de 1994.
Esa tarde nublada en Santiago, Argentina formó con Sergio Goycochea; Fabián Basualdo, Sergio Vázquez, Oscar Ruggeri y Ricardo Altamirano; Diego Simeone, Leonardo Astrada, Darío Franco y Leonardo Rodríguez; Claudio Caniggia y Gabriel Batistuta.
En tan sólo 20 minutos, Argentina liquidó la historia. Cabezazo de Simeone a los 10 y bombazo del enorme Bati a las 19 para ponerse 2-0. De Ávila descontó para Colombia en el segundo tiempo. Así terminó el partido. Triunfo albiceleste 2-1 para desatar la alegría en todo el país, que necesitaba un mimo de la selección.
Justicia total para un equipo que enamoraba en cada partido. Defensa sólida con Ruggeri a la cabeza, Astrada en el medio que corría a todos, Leo Rodríguez que la dejó chiquita en ese torneo y arriba la dupla del Bati con Caniggia que enloquecía a los rivales.
Yo festejé, claro que sí. Tendido en la cama con pesas en la pierna. Nunca olvidaré ese torneo. Por mi lesión y por el gran equipo que formó el Coco Basile, uno de los mejores en la historia de la selección argentina.