Si la vida es vida, es porque posee, o debería poseer, un sentido. Cuando el ser humano está despojado de ese sentido, entonces apenas permanece y no exento de vacío, aflicción y riesgo para la propia permanencia. En numerosas ocasiones hemos hablado de este tema que siempre tuvo relevancia prioritaria en el destino del hombre, pero que ha cobrado especial significado en estos días del posmodernismo signados por valores efímeros, vanos, tras los que corre el hombre, desgastando gran parte de su energía y de su existencia para descubrir (en determinado punto, casi siempre penoso) que tales posesiones o valores no cubren sus necesidades trascendentes, fundamentales y que el verdadero sentido de la vida debe buscarse en otra parte.
Es a partir de allí que una corriente psicoterapéutica fundada por el doctor Viktor Frankl (maravilloso hombre, médico y psiquiatra) considera que el emerger del hombre del dolor sólo puede lograrse desde el sentido de la vida. Muchos son los seguidores de Frankl, y entre ellos una profesional mexicana, María Teresa Lemus de Vanek, quien ha creado toda una institución que en el marco del servicio, sin lugar a dudas coadyuva a la actualización de terapeutas y hasta potenciales pacientes. Lo hace desde el sitio web www.logoforo.com, una verdadera publicación digital al servicio del ser humano.
Como en otras oportunidades hemos sostenido, el doctor Frankl no sólo fue un científico que aportó su conocimiento a la humanidad, sino (si se permite la figura) su propio paciente. Porque como se recordará, su vida no estuvo exenta de dolor. Por lo mismo, se convierte su figura en un paradigma que es menester tener en cuenta.
La biografía de Frankl realizada por Tere Vanek, es una hoja de ruta para aquellos que, apesadumbrados por las dificultades que a menudo propone e impone la vida, necesitan de una guía:
“Dentro de sus conceptos Frankl incluye, a diferencia del resto de los teóricos de la psicología -incluso los humanistas- el aspecto doloroso de la existencia como algo intrínseco a nuestra naturaleza humana y como oportunidad de desarrollo, aprendizaje y sentido.
Como si el destino hubiera querido probarlo, es llevado durante la segunda guerra mundial (1942), a los campos de concentración nazis y vive el holocausto. Mueren en diferentes campos su madre, su padre, su hermano, su cuñada y su esposa Tilly con quien se había casado apenas hacía nueve meses.
“Me encontraba solo con mi existencia literalmente desnuda” dice Frankl, despojado de sus seres queridos de su profesión, de sus pacientes, de su querido hospital, de su hogar, de todas sus pertenencias, incluyendo el manuscrito que estaba a punto de publicar.
Todo su sentido anterior estaba perdido en ese momento….y apareció un nuevo sentido:
¡Sobrevivir¡
Se prometió a sí mismo que no se quitaría la vida como muchos de sus compañeros. Se propuso aprender algo de aquél terrible lugar para después ponerlo al servicio de la humanidad.
Tomó la tarea de ofrecer sus servicios como médico y psicoterapeuta.
No era nada fácil cumplir sus propósitos. Vivió esos dos años y medio como el prisionero 119 104. Comiendo solo un plato de caldo aguado y una pequeña ración de pan. Trabajando largas jornadas en climas extremosos – fríos de 20 ° bajo cero- y todas las carencias imaginables. Presenciando atrocidades, enfermedades y muertes día tras día.
Frankl se apoyó en varios aspectos para lograr sobrevivir:
La experiencia del amor: El amor que sentía por su familia y por su esposa le daban la fuerza para continuar luchando. Así, escribiría después, “el amor es la meta más elevada y esencial a la que puede aspirar el ser humano, la plenitud de la vida humana está en el amor y se realiza a través de él”.
La vivencia de la naturaleza –esperaba con ansia el momento del atardecer en el bosque bávaro- ya eso daba sentido a su día.
La experiencia del arte –se reunían en los pocos ratos libres a recitar poesías, a cantar o recordar obras de teatro.
El sentido del humor fue también un elemento importante para la supervivencia: contaban chistes y se reían de la alegría que les daba oir las sirenas que anunciaban bombardeos, ya que eso les autorizaba a interrumpir el pesado trabajo.
El sentido del pasado: no para quedarse en él, sino para poder soportar la pobreza espiritual del aquí y del ahora, enriqueciéndolo con vivencias anteriores.
La vivencia de la espiritualidad: Oraba cotidianamente y en la barraca, cuando era posible, rezaban en grupo y cantaban los salmos en hebreo. Para Frankl, la oración es un diálogo íntimo con el más íntimo de los amigos.
Y por último, la soledad –esos breves momentos en que podía recuperar algo de su intimidad y privacía-.
Al terminar la guerra el 27 de abril de 1945, Frankl pudo constatar nuevamente que estaba destinado a vivir ‘para algo’. La camioneta del cuerpo de rescate suizo cerró las puertas cuando ya le tocaba a él el turno de subir. Tuvo que esperar varias horas más a que llegara la próxima, la espera le pareció eterna. Cuando al fin llegó se enteraron de que la camioneta anterior era otro engaño para llevar a más judíos a la muerte.
Tuvieron que pasar varios meses para que Víktor Frankl pudiera sobreponerse a las experiencias vividas y a sus pérdidas para regresar a trabajar a la Policlínica de Viena. Allí dictó –entre lágrimas- a varias enfermeras lo que había sido su vivencia en los campos de concentración. Esta publicación que originalmente se llamó “Un psicólogo en un campo de concentración” es la que conocemos como “El hombre en busca de sentido”, que ha sido publicada en 18 idiomas”.