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El significado del Golpe: el propósito económico del terrorismo de Estado

Memoria, verdad y justicia se quedan generacional, doctrinaria y socialmente cortas: no llegan a dar testimonio del modelo político económico que el terrorismo de Estado vino a destruir. Empresas del Estado en sectores estratégicos. Desarrollo de proveedores. Pleno empleo. Pymes. Un plan general

Rodolfo Pablo Treber / Fundación Pueblos del Sur – Especial para El Ciudadano (*)

Cuando se habla de los compañeros desaparecidos, casi siempre lo que trasciende o se publica es el anecdotario policial. El relato macabro de la persecución, la captura, la tortura y la muerte. Pocas veces se refiere la causa por la que el imperialismo los secuestró, torturó y asesinó 30.000 veces. El proyecto político de liberación nacional al que pertenecían queda para un después que nunca llega. Memoria, verdad y justicia se quedan generacional, doctrinaria y socialmente cortas. No dan testimonio del modelo político económico que el terrorismo de Estado vino a destruir.

Empresas del Estado en sectores estratégicos. Desarrollo de proveedores. Pleno empleo. Pymes. En el plan general de gobierno justicialista jamás estuvo como modelo el Estado elefantiásico soviético, omnipresente, atendiendo pequeñeces. Tampoco una planificación central agobiante y excluyente. La guerra trajo la sustitución de importaciones como respuesta, pero a manos de la pequeña y mediana empresa más que del Estado Empresario.

El Estado peronista era particularmente consciente de que los tamaños influían sobre la eficiencia de la planta industrial o comercial. Los gatos no cazan guanacos ni los pumas se alimentan con lauchas. La gran empresa estatal debe atender lo macro, la pequeña empresa privada lo micro. Por lo tanto debía haber en las primeras una política de desarrollo de proveedores, de modo de ir delegando las tareas no estratégicas en la pequeña y mediana empresa argentina, que es la gran proveedora de fuentes de trabajo.

La memoria establece, a muy groso modo, un 20% del empleo en las multinacionales, otro 20% en el Estado y el 60% restante en las pymes. Pero, a pesar de que el 80% de las fuentes de trabajo se repartía entre privados, lo que le resultaba intolerable a las embajadas era el poder del Estado Empresario de anular-sustituir a la multinacional como líder del mercado interno. Ford Motor Argentina fue forzada por Juan Domingo Perón a venderle Ford Falcon a Cuba, rompiendo el bloqueo al que su casa matriz obedecía. El conflicto en Estados Unidos fue enorme para la Ford: fue demonizada recordando los coqueteos de Henry Ford con Adolf Hitler.

Esta insurgencia industrial argentina, en la que el propio mercado interno era su mayor apoyo, tenía el poder del efecto demostración para toda la Patria Grande del Caribe y la América del Sur, a la que entonces se llamaba América Latina. Y la alianza Estado Empresario-Pyme Nacional constituía un eje dinámico mucho más fuerte que el del capitalismo: Multinacional-Pyme, o el comunismo: Empresa Estatal Integrada. Porque las multinacionales tendían a importar sus insumos de los países de origen, tanto sea de la casa matriz como de sus proveedores de allá, y la Empresa Estatal Integrada era lenta y pastosa para los cambios y las mejoras que la evolución industrial exige de manera constante. Así, La Patria Peronista tenía un enemigo bipolar… era la tercera posición.

Ese 20% de la población económicamente activa enrolada en el Estado Empresario le bastaba para constituir una suficiente y benéfica hegemonía en el mercado interno argentino. Forzadas desde ahí, las automotrices que hoy importan el 80% de los autos que venden, llegaban al 95% de integración nacional. Esto es sólo chapa del techo en el Fiat 600, y solo el diseño Ghia en el Ford Falcon… Contra esto fue el golpe.

Fate, Fábrica Argentina de Telas Engomadas, producía calculadoras de diseño argentino. Siam Electromecánica hacía autos, electrodomésticos y lo que se le pusiese a tiro. Nadie estaba desocupado. El pleno empleo era un hecho materialmente verificable, tanto en la estadística de la producción de bienes y servicios como en la de su consumo. Ni siquiera a ese 5% que los economistas y el capitalismo consideran necesario le faltaba trabajo. El 100% de la población económicamente activa estaba ocupada.

Si el rol del Estado Empresario argentino no ha sido reivindicado como corresponde, se debe más a sus éxitos que a sus fracasos. Desarrollando proveedores nacionales de alta calidad de insumos, materiales y equipos industriales, calificó para siempre a la pequeña y mediana empresa argentina. La excelencia de sus productos y servicios, la potencia de satisfacer las más rigurosas normas de calidad alcanzada como abastecedora del Estado Empresario, le abrió a la pyme puertas de mercados que antes se le cerraban.

En este altísimo nivel tuvieron que estar empresas como el Astillero Río Santiago, para ser proveedores de componentes para centrales nucleares, bajo requerimientos de la Aiea, la Asociación Internacional de la Energía Atómica; partes de armamentos y buques de guerra, bajo normas Aqap (Allied Quality Assurance Procedures), de la Otán (North Atlantic Trate Organisation). Igual que YPF, con las exigencias API, American Petroleum Institute; o Ferrocarriles Argentinos, con las de SNCF, Societé National des Chemins de Fer, y las AAR, Association of American Railways. Y siguiendo así, vemos un Estado Empresario que era ventana al mundo de la pyme.

El esquema de funcionamiento industrial de pleno empleo argentino, conducido desde el 20% del Estado Empresario, elevó el trabajo, la calidad y la facturación a niveles jamás vistos antes. Nadie tenía stock en automóviles, artículos del hogar y consumos por el estilo. La fuerte demanda agotaba las existencias por anticipado, el comercio vendía con plazo incierto y dos o tres meses antes de recibir el envío de fábrica. Y los bienes de capital gozaban de una planificación nacional centralizada por Elma, YPF, Conea, Sosmisa, FM, Segba, YCF, Aerolíneas, Ferrocarriles, todas ellas empresas del Estado, coordinadas como Sociedades y Corporaciones del Estado.

Esto diversificó el perfil de las importaciones argentinas a la baja en valor agregado. En vez de los artículos de consumo que se adquirían antes, ahora aparecían más insumos y máquinas para la industria nacional, creando más empleo y de mayor calidad en el mercado interno del que nunca existió. La demanda de matriceros, torneros, fresadores, ajustadores, montadores y demás oficios de la metalurgia hizo de todos ellos un motivo de bienestar, orgullo y prestigio social… que se hacía sentir en los convenios colectivos de trabajo con pautas salariales que en otro tiempo eran imposibles de imaginar. El obrero industrial se hacía valer.

El terrorismo de Estado no derrotó a nadie. Secuestró, torturó y asesinó; pero no venció. Un ladrón que despoja a su víctima la roba, pero no la derrota. Un asesino que mata a una persona le quita la vida, pero no la vence. Es decir que, precisamente por no poder vencer políticamente al modelo argentino de desarrollo industrial, el capitalismo apeló al terrorismo de Estado, la doctrina de la seguridad nacional, la geopolítica norteamericana en la Patria Grande del Caribe y la América del Sur.

No está bien omitir en la memoria, verdad y justicia de lo que pasó en el terrorismo de Estado las causas profundas que le dieron lugar. La matanza fue la herramienta de restauración violenta del orden colonial capitalista que la política del gobierno y las militancias nacionales y populares de la época superaban largamente. Esta realidad no-policial, socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana es el motivo por el cual los militares golpistas usurparon el gobierno.

Con la anuencia de políticos profesionales, empresarios capitalistas y jerarcas religiosos, que sentían amenazados sus privilegios de clase no-trabajadora por la continuidad de la política a manos de una juventud que ya había hecho el trasvasamiento generacional, la actualización doctrinaria y se mandaba, con toda fe y esperanza, hacia el socialismo nacional.

Ideologizar el terrorismo de Estado es algo que no todos toleran. Pero lo que sucedió con el mismo fue una restauración del orden colonial que la democracia desafiaba superándolo por mucho en bienestar popular, producción industrial, empleo, vivienda, cultura, turismo. Era la movilidad social ascendente peronista lo que acontecía. Feliz y a toda velocidad, sucedía.

Hoy hay 45 millones de argentinos, el país exporta alimentos para 476 millones de bocas y, sin embargo, parte de la población pasa necesidades. El propio territorio está sub-habitado en enormes extensiones, pero también faltan terreno y vivienda para gran parte de los argentinos. El país revista en la categoría de sub-desarrollado, casi todo aún está por hacerse. Pero, a pesar de ello, falta trabajo. Es decir, la injusticia social, hoy en democracia como ayer en terrorismo de Estado, es un objetivo político arteramente planificado y no un efecto colateral indeseado. Por lo tanto, el país no es pobre, sino que es empobrecido.

Éste es el resultado del terrorismo de Estado que los gobiernos liberales y keynesianos del retorno a la democracia no han logrado revertir. Porque lo que el terrorismo de Estado secuestró, torturó y asesinó no fue una Argentina gobernable, una república partidocrática y demoliberal, sino una Patria económicamente libre, socialmente justa y políticamente soberana. La Patria estaba parada sobre sus pies, tan hermosa… y desafiante del capitalismo. Tan antiimperialista como lo fueron, entre otros, San Martín, Rosas, Yrigoyen, Perón. Contra toda aquella belleza fueron el golpe y el terror. Contra la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Patria. Felicidad y grandeza que fueron causa de compromiso y vida para los nuestros, y que merece toda la memoria, la verdad y la justicia de la que seamos capaces. Si no, es como si las volviesen a matar, hoy.

(*) treberrodolfopablo@gmail.com / fundacion@pueblosdelsur.org

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