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El sistema que inventó Louis Braille: puntos como puentes

Se cumplieron 211 años del nacimiento del estudiante ciego que con sólo 16 años se convirtió en el creador del método de lectura y escritura que posibilita la autonomía de las personas no videntes y que persiste hasta hoy

Por Carlos García (*)

 

¿Qué tienen en común una operación matemática, un juego de mesa, el menú de un restaurante, una partitura, una boleta electoral, la señalética de un museo o el envase de un producto?

En principio, se trata de elementos susceptibles de ser escritos y leídos, por lo tanto se puede acceder a ellos mediante el Braille.

En 1825 Louis Braille, un estudiante ciego de 16 años, dio forma a un sistema que representa los caracteres de las distintas lenguas, los signos de puntuación, la signografía matemática y científica, así como la notación musical.

Aprovechando experiencias previas se dio cuenta de que en vez de reproducir en relieve la forma de los caracteres visuales había que crear un código adecuado a la percepción táctil. La aceptación del Braille se explica por el hecho de que las yemas de los dedos abarcan perfectamente los puntos y porque es el único sistema que permite la lectura en silencio, con lo cual se vuelve insustituible en la alfabetización, y favorece una mejor captación de lo aprendido.

Así se abrieron las puertas del acceso a la información, la educación, el trabajo, el arte, la cultura y las relaciones interpersonales en la vida cotidiana, transformando las perspectivas vitales de un grupo que antes se hallaba socialmente marginado.

Hoy las impresoras Braille dan la posibilidad de aumentar la producción de textos en diversos formatos, incluyendo los libros de tamaño pequeño acompañados por el texto en tinta. El Braille virtual también está disponible en pantallas táctiles de celulares y computadoras. Para las personas sordociegas, su manejo es imprescindible: quienes ven, lo leen con la vista y es deseable que quienes tienen baja visión lo incorporen como recurso alternativo.

Lejos de ser reemplazado por los lectores de pantalla, el uso del Braille se combina con esta tecnología según el contexto. Lo importante es ampliar las posibilidades de elección que favorezcan la autonomía.

El Braille por sí sólo no garantiza la inclusión. Necesitamos políticas públicas que amplíen su aplicación, en las que sean convocadas y tomen parte activa las organizaciones de la sociedad civil lideradas por personas con discapacidad visual.

Vivimos en una sociedad que, aún con sus contradicciones, ha comenzado a tomar conciencia de que las personas con y sin discapacidad tenemos el mismo derecho a participar en todos los ámbitos con equidad de oportunidades.

A pesar de los avances, persisten los prejuicios, la infantilización y las barreras físicas, comunicacionales y actitudinales.

La inclusión puede llevar mucho tiempo, pero no debe entenderse como un horizonte inalcanzable. Antes bien, tiene que ser un acto cotidiano que atraviese nuestra vida en común.

 

(*) Integrante de la comisión directiva de Biblioteca Argentina para Ciegos.

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