Baccharis coridifolia. Es un arbusto parecido al romero, por lo que se lo conoce como romerillo y, más aún, como mío mío. Es tóxico para los animales si lo consumen en cantidad. Un dato que no tuvo en cuenta el general Juan Lavalle, quien por esta causa y la astucia del brigadier Estanislao López fue derrotado, en 1829, en los campos de la hoy comuna santafesina de Carrizales, en el departamento Iriondo, a 65 kilómetros de Rosario. El traspié por el yuyo bautizó entonces ese enfrentamiento como Batalla de Mío Mío, y ahora el sitio de aquel choque entre unitarios y federales tendrá el estatus de patrimonio histórico.
La declaración fue promovida por el senador provincial del departamento Iriondo, Hugo Rasetto, y obtuvo sanción de la Legislatura santafesina. El proyecto incluye el diseño y montaje de un monumento, obra o espacio conmemorativo en el campo donde el caudillo López derrotó con astucia y conocimiento del terreno al prestigioso general Lavalle.
La batalla del arbusto
En los primeros días del otoño de 1829, cuatro años después de la declaración de la Independencia, el país estaba enfrascado en las luchas intestinas para definir hacia dónde iba, y quienes lo conducirían. Unitarios y federales disputaban territorios e intereses. A fines de marzo, Lavalle cruzó el Arroyo del Medio y se internó en la provincia de Santa Fe con alrededor de 800 hombres veteranos en el combate. El objetivo era doblegar a López y a Juan Manuel de Rosas, que se había refugiado en la provincia de la bota. Pero contra todo augurio de ese entonces, la incursión terminó en derrota contundente.
La previa. Lavalle había derrocado al gobernador bonaerense Manuel Dorrego, que huyó y comenzó a organizar la resistencia. Traicionado por uno de sus coroneles, fue entregado a Lavalle, quien instigado por varios unitarios ordenó fusilarlo, sin proceso alguno, con un acta fraguada bajo acusación de traición a la Patria, el 13 de diciembre de 1828. La Convención Nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata desconoció el cargo y el liderazgo de Lavalle, repudió el asesinato de Dorrego y designó a López jefe de las fuerzas que debían liberar territorio bonaerense y vengar el crimen.
Lavalle era considerado uno de los mejores oficiales de caballería del Ejército. Había combatido en la guerra contra el Imperio del Brasil, después de ingresar al cuerpo de Granaderos a Caballo, pelear en Chile y Perú. No tuvo en cuenta, sin embargo, la recomendación del general José de San Martín de cesar los enfrentamientos internos y, decidido a profundizarlos, olvidó algo elemental para un militar: conocer el terreno de la batalla, incluso aventajar al enemigo imponiendo el sitio de la contienda. Eso fue lo que hizo López.
El caudillo santafesino, ante la avanzada unitaria, se replegó desde la frontera con Buenos Aires –hasta donde había llegado– hacia la zona anegadiza conocida como los Carrizales de Medina, por la gramínea. Pero también allí pululaba el mío mío. No es venenoso en dosis pequeña, pero su toxina suele ser mortal para los animales si la consumen en gran cantidad. En eso pensó López y desconocía Lavalle. El local hizo poner morrales a los caballos de su tropa, inferior en número a la unitaria, y esperó para iniciar la batalla. Los de Lavalle, tras el largo trayecto, sí pastaron y la toxina del romerillo les resultó fatal. Perdida en gran parte la movilidad de caballería, escuadrón clave en las batallas de la época, la derrota del bonaerense fue inevitable con 600 de sus jinetes sin animal que montar. Y la intervención del mío mío en el desenlace terminó por bautizar el entrevero.
Poco después, en su retirada hacia Buenos Aires, Lavalle cayó derrotado en Puente de Márquez, en el límite de Villa Udaondo y Paso del Rey, a fines de abril de 1829. Fue el inicio del fin: Rosas se abrió paso, lo sitió y terminó recuperando la gobernación de Buenos Aires.
Lavalle perdió tres veces contra el mío mío
La lucha fratricida duró demasiado. Con Rosas de nuevo, y con sumo poder, en la gobernación de Buenos Aires, Lavalle decidió marchar otra vez a Santa Fe en 1840. Ocupó Rosario y la ciudad capital, donde lo asediaron los federales dirigidos por el general montevideano Manuel Oribe. En Cayastá y en Calchines, mientras esperaba salir del acoso, hizo pastar a su caballada en campos tapizados, otra vez, de mío mío. Así perdió miles de animales que había arriado desde Buenos Aires. Decidió abandonar la provincia rumbo a Córdoba: esperaba que allí el general unitario Gregorio Aráoz de Lamadrid le ayudara a recomponer la caballada.
Perseguido por Oribe, Lavalle intentó la ruta habitual vadeando el Río Tercero, pero el montevideano le cortó el paso y tuvo que ingresar por la de Sunchales, en la zona conocida como El Tío. ¿Y qué había allí?: pastizales con mio mio, y pocas aguadas. “Fue entonces que recibimos orden de montar para iniciar el camino de la sed y del desierto, escapándole a Oribe y a Pacheco y buscando a Lamadrid, para dar juntos la batalla definitiva. Casi sin caballos, diezmados en Los Calchines por el envenenamiento del mío mío, nos arrastramos hacia Córdoba», relató un ex soldado de Lavalle aquel derrotero.