Elisa Bearzotti
Especial para El Ciudadano
El otoño, que calentó el alma durante el gélido encierro, ya desvistió la copa de los árboles que adornan las vereditas rosarinas. La ciudad, desnuda y fría, enciende hoy sus amaneceres de río manso con el ritmo recuperado de la gente tornando a las actividades cotidianas. Paulatinamente, vamos encontrando el modo de convivir con un virus que, lejos de acallar su furia, se sigue ensañando con nuestra vulnerabilidad y nos muestra el revés de la trama: la inconsistencia definitiva de sabernos materia degradable.
Llama la atención que, en el momento en que la velocidad de contagio del coronavirus “es la más alta” desde que la enfermedad llegó a la Argentina, según reconoció Alberto Fernández días atrás, sigan aumentando las actividades habilitadas para funcionar. De acuerdo a las sugerencias sanitarias deberíamos “estar en la fase 1, que es la cuarentena absoluta”, estimó el presidente. La única condición que justifica semejante incoherencia es la necesidad imperiosa de poner en funcionamiento la maquinaria de la economía nacional, y en este sentido, no hay grieta que resista el peso de la fáctica realidad.
Según el Banco Mundial, la pandemia del coronavirus provocó un golpe “rápido y masivo” que hundió a la economía planetaria en la crisis más extendida desde 1870, pronosticando una contracción del 5,2% del PBI global en 2020 y una caída del 7,2% en América latina. De acuerdo a las estimaciones, la situación podría arrastrar a entre 70 y 100 millones de personas a la pobreza extrema, en todo el mundo.
Los pronósticos de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) y la OEA (Organización de Estados Americanos), avanzan en el mismo sentido. En el marco del Programa Mundial de Alimentos, Naciones Unidas indicó recientemente que al menos 14 millones de personas podrían pasar hambre en América latina durante 2020 debido al cese de actividades suscitado por la pandemia del coronavirus. Nuevas previsiones incluyen un brusco aumento de la inseguridad alimentaria, que afectaría a más del cuádruple de personas que en 2019. “Estamos entrando a una fase muy complicada”, dijo Miguel Barreto, director regional del PMA para América Latina y el Caribe. “Es lo que nosotros hemos llamado la pandemia del hambre”.
Las imágenes que están circulando en toda la región resultan más que elocuentes: ciudadanos desesperados incumpliendo las cuarentenas para salir en busca de dinero y alimento (como está ocurriendo en Chile), o colgando telas rojas y blancas en sus casas para pedir ayuda (como en Colombia y Guatemala). Muchos de los hambrientos son trabajadores informales, una parte considerable de la fuerza de trabajo latinoamericana, mientras que otros han caído ahora en la pobreza tras perder sus empleos registrados.
En la misma línea, Luis Almagro, secretario general de la OEA, alertó recientemente sobre los desafíos que tiene a futuro América latina para hacer frente a las consecuencias del coronavirus. “La pandemia ha agravado problemas estructurales que teníamos desde hace mucho tiempo, problemas que grafican que tenemos el hemisferio más desigual de todos”, afirmó.
De acuerdo a los datos de la OIT (Organización Mundial del Trabajo) a fines de 2019 había 26 millones de desempleados en América latina y el Caribe. Con el impacto del coronavirus, esa cifra “podría llegar a 43 millones si la recesión se prolonga más allá de 2020”, indicó Almagro. “La brecha que se está abriendo en estos meses puede demorar años en cerrarse, puede generar problemas estructurales de fondo, y dejar a mucha gente a un costado del camino”, agregó el funcionario.
En nuestro país los números también son abrumadores. De acuerdo al nuevo informe que está preparando el Observatorio de la Deuda Social de la UCA (Universidad Católica Argentina) cerca de 900.0000 personas perdieron su ocupación en todo el país durante la cuarentena. El director de ese organismo, Agustín Salvia, dijo que los más afectados fueron los trabajadores informales, pero que el gran golpe para el empleo en blanco llegará más adelante, cuando se retiren los programas de asistencia del Estado a empresas privadas.
El impacto de la pandemia en el mercado laboral no será fácil de revertir, dado que, como decíamos al inicio de esta crónica, las expectativas en relación a la propagación del virus no son halagüeñas, y la incertidumbre reinante no admite la completa puesta en marcha de la maquinaria económica. “Hasta donde pudimos ver la flexibilización va mejorando la situación, pero el trabajador no registrado no recupera el trabajo, porque el costo de reactivar en una situación de parálisis es muy alto”, indica Salvia. “A lo mejor el empresario decide reabrir, pero no llama al empleado. Se mantiene semiabierto para ver si cubre lo mínimo”, agrega el sociólogo.
El panorama se presenta desolador para los países del Cono Sur, y todo parece indicar que serán necesarias nuevas y mejores medidas extraordinarias para ir al encuentro de grupos sociales cada vez más amplios. Resulta ilusorio pensar que algún sector pueda permanecer al margen del descalabro económico que se avecina. Hoy, más que nunca, cobran sentido conceptos como interdependencia y economía colaborativa, solidaria o de comunión, propuestas que ya están en marcha y se muestran adecuadas para afrontar el desafío de los tiempos inciertos que se avecinan… una incertidumbre que, desde una mirada justa y fraterna, se podría transformar en estímulo y aliada de nuestros sueños más locos.