La lluvia le dio un toque de película al final de Rusia 2018. En el Mundial de las sorpresas, Francia fue un justo campeón. Un plantel repleto de talento, pero que sobresalió por ser un «equipo». Y esa sensación previa que la juventud le iba a jugar en contra quedó aniquilada al ganar una final con autoridad ante un digno rival como Croacia.
Francia fue un equipo que siempre tuvo un plan de juego. Potenció el talento de Pogba y Mbappé, a partir de un Kanté que corrió y quitó como nadie. Todos colaboraron. Fueron sólidos, efectivos, y se equivocaron poco. Lloris se mandó una macana cuando el gol no cambiaba ninguna historia, pero cuando tuvo que lucirse ante Bélgica fue serio. Y un dato que pinta al equipo: salió campeón con un nueve (Giroud) que no hizo un gol.
Luca Modric se llevó el Balón de Oro. Y está bien. En un certamen donde las estrellas galácticas sufrieron a la par de sus equipos, premiar al volante del Real Madrid es una bofetada a aquellos que creen que un jugador puede ser campeón jugando solo. No puede Messi, tampoco Cristiano y ni siquiera Neymar, que tenía varios socios interesantes. Y la sensación es que premiar a Modric es mostrar de alguna manera el respeto y el cariño que consiguió Croacia con su heroica actuación mundialista.
Y mientras Deschamps levanta la Copa, Sampaoli se va con el fracaso a cuestas y dos palos verdes en el bolsillo. Porque ese coraje que tuvo para ningunear a un laburante casildense, le faltó cuando tuvo que armar un equipo serio. Una vez más nuestro argentinismo mal habido nos hizo creer que somos los mejores. Y no fue así. El mejor fue Francia porque entendió que el éxito no se consigue sólo con talento.