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El teatro online no es teatro

La proliferación de registros de obras teatrales en todo el país, tanto oficiales como independientes, para ver vía streaming en medio de la cuarentena, vuelve a poner en tensión y discusión el real sentido del arte escénico, que sólo acontece cuando es en vivo

A comienzos de los años 60, el dramaturgo francés Jean Cocteau buscó dar sentido al teatro cuando escribió que el hecho teatral, en todas sus formas estéticas y poéticas, marcaba un momento de “impresionante unión entre lo singular y lo plural, lo objetivo y lo subjetivo, lo consciente y lo inconsciente”, porque pensaba que el teatro podía unirlo todo, todas las artes en una. Es así como la complejidad de los mecanismos que intervienen en cualquier acontecimiento teatral parten de una idea fundante: hay un espacio escénico y hay un espacio para la expectación (independientemente de que en algunos casos se integre todo en uno). Es decir: hay una convivencia, hay un hecho vivo, algunas veces un fenómeno vivo, porque hay actores, actrices, performers o movers, y hay espectadores y espectadoras, más o menos partícipes, más o menos cómplices, que aceptan la convención y que forman parte de una función teatral, que se revela como un momento único e irrepetible, pero ante todo, vital e impredecible, y por eso tan maravilloso es inexplicable.

La proliferación en las últimas semanas de propuestas para ver vía streaming de una serie de registros de montajes más o menos exitosos, más o menos comerciales, más o menos independientes que sumaron miles de adeptos y hasta fanáticos en las redes sociales, pone en discusión el real sentido del teatro como tal, más allá de los requerimientos de la cuarentena que, lejos de lo anecdótico que pueda resultar ver «teatro en casa», dejará un tendal de producciones fuera de agenda, estrenos postergados y salas, festivales y encuentros teatrales en los próximos meses, con un sector de los grandes productores teatrales argentinos que ya asegura que la temporada está perdida y planifican el 2021.

Si algo está claro en esta larga lista de reproducciones es que eso que se ve no es teatro. En todo caso, es un registro del teatro, de una función teatral, por lo tanto el soporte del registro y la plataforma (tevé, computadoras, celulares, entre más) son audiovisuales, un dato que parece obvio pero que, extrañamente, en medio de este afán de entretenimiento permanente para pasar el tiempo de aislamiento generó un gran interés, también, en un sector que no consume teatro a lo largo del año y que ve con muy buenos ojos esto del “teatro en casa”, desde todo punto de vista, un gran eufemismo. Porque el teatro sólo acontece en vivo, independientemente de que se haga en una sala o en el living, la cocina, el patio, el baño, en la calle o donde sea.

En los hechos, en las últimas dos semanas de cuarentena y aislamiento, espacios oficiales e independientes, grupos y creadores, algunos de notable trayectoria, del mismo modo que espacios y productores comerciales reflotaron propuestas, algunas muy valiosas, para ver online, una experiencia que pone distancia del vivo, y en todo caso es una alternativa que a lo largo de los años ha servido como una herramienta, ya sea para el trabajo de jurados de premiaciones, como para solicitudes de subsidios, programación de festivales, recurso para el trabajo de críticos e investigadores a modo de material de estudio o como material de archivo y difusión, pero rara vez a modo de exhibición.

Lejos de afectar a una producción teatral ya diezmada no sólo por el coronavirus sino también por los años de macrismo donde se ralentó y se dañó todo o casi todo a nivel cultural en la Argentina, el supuesto efecto positivo del “teatro en casa” debería ser, al menos, temporario, más allá de las plataformas de contenidos de obras que ofrecen teatro online por suscripción desde hace mucho tiempo y que permiten ver algunas obras a las que, de otro modo, el público no tendría acceso, en la mayoría de los casos porque ya bajaron de cartel o porque formaron parte de una cartelera a la distancia.

El teatro online aburguesa el sentido real del arte escénico. Particularmente, el riesgo que siempre supone enfrentarse al fenómeno vivo, una de las variables que mantiene inalterable el efecto del teatro hace siglos, desde sus inicios. Por lo tanto: el teatro online se vuelve, sobre todo, previsible y cómodo, más allá de la coyuntura, y sin posibilidades de competir con ninguna de las variables que sustentan otros contenidos pensados y creados especialmente para soportes audiovisuales, dado que en su mayoría estos registros son con cámara única y a toma fija, rompiendo con la tridimensionalidad de cualquier espacio escénico donde se ponen en tensión otra serie de factores que en el video de diluyen e incluso pasan desapercibidos. Las lecturas posibles frente al vivo, en el teatro en video, se licuan, y además la experiencia no se comparte con nadie.

Pero hay más: los actores y actrices no reciben ningún beneficio por la reproducción de estas obras, particularmente aquellas vinculadas al sector independiente, una actividad que vive al día. Por lo tanto, con telones bajos no perciben ningún ingreso. Y seguramente, e independientemente de su no masividad, será una de las últimas actividades en volver al ruedo después de la cuarentena, lo que genera un panorama muy desolador para todo el sector, claramente el más golpeado del ámbito de la cultura que por estos días pide ayuda en los diferentes niveles del Estado.

De todos modos, nada podrá competir con la tracción a sangre del teatro, porque de no ser en vivo, se pierde el proceso activo de significación que construyen los espectadores de modo individual pero también colectivo. La idea de comunión (comunidad, público) que es inherente al teatro se vacía de sentido, el aplauso no se comparte, tampoco las emociones, las ideas y las reflexiones posteriores. Por eso el teatro online no es teatro, quizás sea un emergente de este tiempo de aislamiento que proyecta un futuro de encuentros. Y ojalá esté muy lejos de volverse una costumbre.

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