Por Aníbal Jozami (Télam).- Las divisiones en la cúpula de la Unión Europea (UE) y sus dudas sobre qué hacer con la crisis de Grecia responden al temor de que una declaración de quiebra financiera de este país desate el pánico en los mercados europeos y cree problemas a bancos y empresas con deudas.
Desde este punto de vista, el apoyo al nuevo plan de ajuste griego –surgido el pasado viernes de la Cumbre de Jefes de Estado y Gobierno de la UE– no agrega nada sustancial a la desesperada situación financiera del país helénico y constituye una nueva maniobra para ganar tiempo.
La gran pregunta que surge, que está actualmente en el centro del debate, es ¿ganar tiempo para qué? Las respuestas de los analistas no son unánimes.
No obstante, a esta altura del desarrollo de la crisis en Grecia, nadie duda sobre el carácter impagable de la deuda de ese país, que ronda los 300.000 millones de euros.
Tras la implementación del duro plan de ajuste del año pasado, el perfil de la deuda ha empeorado, pasando a representar hoy el 159% del PBI contra una previsión que la llevaba a un máximo del 149% a fines de 2012.
El déficit por cuenta corriente es del 5,5% tras un año de ajuste y nadie cree ya que disminuya al 2,8% en 2014, según los pronósticos iniciales del año pasado.
Asimismo, el nuevo plan de austeridad que incluye mayores rebajas de sueldos, despidos de 150.000 empleados públicos, cierres de empresas públicas y privatizaciones de otras, inducirán una mayor depresión económica en un PBI que cayó 4,5% en 2010 y caerá otro 3% este año.
De conjunto, por tanto, nadie duda que la deuda debe reestructurarse, a través de una quita de al menos el 50% y un alargamiento de los plazos y una reducción de las tasas de interés.
La cuestión es que nadie quiere hacerlo ya. Ningún gobierno europeo, sean acreedores o deudores de la gran banca, quiere dar un paso que temen desate una catástrofe en las Bolsas, una corrida contra los bancos y, eventualmente, un colapso de la moneda.
Ciertamente, cada uno tiene sus razones y de allí el inmovilismo político que prima.
Las inocultables diferencias de intereses y, por eso, de enfoque, entre Alemania y Francia se han remarcado en las últimas dos semanas, ya que mientras la gran banca germana tiene una menor exposición a los bonos “basura” del Estado griego, sus homólogos franceses sufrirían más ante una quita o una suspensión de pagos del gobierno heleno.
En este sentido, un importante columnista del Financial Times, de Londres, señalaba el martes pasado que “es menos vergonzoso declarar que se ayuda a Grecia cuando en realidad se está ayudando a sus propios bancos”.
No por casualidad, el Ministerio de Finanzas alemán debió desmentir esta semana una denuncia periodística en Alemania que indicaba que el Deutsche Bank (DB) había elaborado el plan presentado por esa cartera ante el Bundestag (Parlamento) y que implicaba una reestructuración de la deuda griega.
Según datos elaborados y hechos públicos por Barclays Capital y citado esta semana por el semanario británico The Economist, una reestrucuturación no perjudicaría en nada a los grandes bancos privados alemanes, muy poco o nada expuestos a la deuda pública griega, pero sí, aunque no sustancialmente, a los franceses BNP Paribas y Societé Generale.
En realidad, los bancos alemanes y franceses, en montos dispares, tienen muy pocos títulos griegos en su cartera, alrededor del 10% de la deuda total del país.
La mayor parte de ésta se encuentra en las carteras de los bancos griegos, los cuales sí deben mucho dinero a las entidades alemanas y francesas.
Por tanto, un default griego golpearía indirectamente a la banca europea al provocar la quiebra de sus deudores financieros griegos, aunque sin provocarles tampoco, según los datos de Barclays, un daño mayúsculo.
¿Cómo se explica, entonces, la tentativa de ganar tiempo, si los grandes acreedores se han deshecho de sus bonos griegos y tienen ahora en cartera una porción muy pequeña?
La respuesta viene por la vía del temor al “contagio” a otros países.
Una caída de Grecia podría provocar pánico en los mercados y afectar seriamente a los ya golpeados Portugal e Irlanda.
En la medida en que Portugal es un gran deudor de la banca de España, un default portugués sacudiría el sistema financiero español.
En la medida en que el sector privado español (empresas y bancos) deben a alemanes, franceses y británicos alrededor de 1,3 billones, el doble de su deuda pública, los riesgos que entrañaría un contagio que terminara golpeando a España podría ser, entonces sí, el inicio de una catástrofe financiera y monetaria en toda Europa.