El terrorismo no es cosa del pasado. No se ha extinguido, sólo han mutado sus propiciadores y ejecutantes. Y no son militares ni guerrilleros que respaldan su accionar en la ideología de una presunta intención superior. Ahora son criminales, narcotraficantes, secuestradores y asaltantes los que no necesitan justificar la violencia con que actúan. La población para todos ellos es tan solo el botín.
Y a pesar de la opinión de los opinólogos oficiales sin estaño ni pavimento, la situación merece ser analizada a partir de ciertas señales que surgen diariamente.
Muerte de comerciantes vñictimas de robo, salideras de banco, casos de violación reiterados cuyas víctimas son ancianas, acciones dañosas con inusitada violencia, policías coimeros, otros de gatillo fácil, tráfico y venta de drogas con vecinos y comerciantes impotentes decididos a hacer justicia por mano propia.
Desde el punto de vista de la estructura social, un panorama que no es de fácil resolución ni permite albergar conclusiones optimistas a corto plazo.
La ecuación deja ver más allá de la saña de los criminales o la adicción a las drogas para actuar con tanta frialdad de presencia policial en las calles por indecisión o incompetencia de las autoridades.
En los países más avanzados del mundo las acciones violentas abundan, pero hay cierto tipo de delitos que se transforman en representativos del momento. En nuestra zona episodios como los referidos aparentemente no se vinculan entre sí. En el marco de la información una lectura más atenta de los hechos permite iluminar ciertas zonas de nuestra realidad que sería peligroso ignorar o desconocer. Es evidente la falta de una clara política criminal.
Es indudable que cuando la legislación no se cumple cualquier comunidad corre el peligro de disgregarse en los fundamentos que la integran.
Todo orden social contempla la posibilidad de conflictos y tensiones, pero a la par dispone de las pautas necesarias basadas fundamentalmente en acciones coordinadas para evitar cualquier desborde.
Un orden previsto se define por su capacidad para autorregularse, y la condición para que ello sea eficiente reside en la capacidad individual de sus integrantes para cumplir convencidos pautas de conducta que sustenten la actividad cotidiana.
Es probable que la violencia instalada en nuestro medio no haya llegado todavía a límites externos. Pero hay síntomas que dan la pauta de que empeoran, sobre todo preocupantes por las tendencias que trasuntan. Las decisiones políticas no existen.
Por su parte, la policía en muchos casos manifiesta su impotencia para afrontar responsabilidades debido a una multiplicidad de factores que afectan a todos sus integrantes. Los sueldos miserables que cobran. Los escasos y obsoletos recursos con que cuentan. Y la formación que nunca le dieron. Por eso la mayoría de las veces intervienen prescindiendo de los más elementales conocimientos funcionales. Cometen desde errores hasta delitos.
En los barrios de la ciudad, mientras tanto, los comerciantes y los vecinos optan por armarse para contrarrestar los atracos. Los vecinos se organizan para defenderse ante la falta de una política de seguridad que esté más allá de la retórica. Una decisión harto peligrosa de la que pueden salir gravemente perjudicados.
Clima de inseguridad y violencia
Cuando en una sociedad civilizada las conductas violentas de los particulares tienden a justificarse evitando la legislación vigente, podemos razonar que los pilares del sistema adoptado corren serio riesgo de derrumbarse.
Una república, un Estado, se consolidan en el tiempo en tanto y en cuanto preservan para sí el monopolio legítimo de la seguridad y el control estricto de la violencia en cualquiera de sus formas.
Lo que se puede observar diariamente es que a pesar de los resultados electorales que reclaman con sus votos cambios, nada se consigue de lo que los ciudadanos exigen como perentorio: fin de la corrupción policial, de la ineficiencia y la improvisación judicial, del hacinamiento y maltrato en las cárceles, de las caóticas políticas de la salud, del clientelismo para con los más pobres con el argumento de la correcta distribución de la riqueza, de los chicos de la calle esparcidos por toda las esquinas de la ciudad sin que ningún responsable haga nada para sacarlos de ese calvario, de los ancianos indigentes durmiendo en las plazas de la ciudad de Rosario.
Los funcionarios del área los ignoran tal cual estatuas. Qué pensarán cuando en cada esquina encuentran limpiavidrios o gamuzas que son el motivo de su designación.
Tiene todo esto que ver con la designación de parientes y amigos habitualmente ineptos en cargos públicos como si el Estado fuese una empresa familiar. Costosas producciones comunicacionales que sirven sólo para desinformar.
Decir que los periodistas no pueden criticar porque eso va contra el proyecto de turno, y eso en modo alguno debilita a la sociedad.
Lo que sí engaña a la población es utilizar la profesión de periodista para ser, en realidad, agente de prensa del funcionario de turno.
Esto, como vemos, trasciende la cuestión legal para proyectarse hacia valores que determina el comportamientode cada uno en la sdociedad.
Los acontecimientos que han tenido lugar en los últimos meses, a partir del conflicto del campo, en caso de profundizarse en las capas más sumergidas.
El problema está planteado y las soluciones no son sencillas. Es indudable que todo debe ser evaluado. Desde la naturaleza, la calidad y eficiencia del orden tendiente a la seguridad y la tranquilidad de todos, hasta el contenido ético de las decisiones políticas en esta materia.
En estos casos las alternativas no se forjan por decreto ni recurriendo a marketing con anuncios que nunca se cumplen, sino mediante diálogo amplio con miras a un proyecto que los contenga a todos.
La ciudad se encuentra paralizada, dividida en apocalípticos y esperanzados
Los violentos de hoy son, en buena medida, un producto siniestro de la marginalidad social. Pero, asimismo, expresión de la irresponsabilidad política de las dirigencias que esquivaron históricamente sus obligaciones sustanciales para incorporarlos. Solo recordemos el clientelismo.
Los barrios sobreviven su primavera más larga. Estamos entre el dengue, la gripe y el miedo. Los telones se han caído. La ciudad está paralizada. Rosario se ha dividido en apocalípticos y esperanzados. La ley se ha convertido entre nosotros en la herramienta dilecta de la corrupción. La manipula con obscenidad. La inseguridad ya no es una amenaza. Quienes la tienen que controlar miran para otro lado con un increíble desprecio por el dolor, los sentimientos y los derechos humanos. Dicen en realidad que no sucede lo que pasa. Eso sí, al que dice lo contrario se lo aprieta.
Patética transparencia va ganando la calle. El delito es en ella cada vez más claro. Vivimos cada vez más en una invencible tierra donde pretenden que todo se someta al poder y el poder a los intereses particulares de quienes lo ostentan. No es el tiempo de las ideas, tan solo la hora de las consignas que parecen ser pero no son.