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El trigo y los eternos problemas con las capitales

Por: Ernesto del Gesso
Tiempo para plantar y otro para cosechar. El trigo fue uno de los primeros cultivos de la colonia del Pago de los Arroyos.
Tiempo para plantar y otro para cosechar. El trigo fue uno de los primeros cultivos de la colonia del Pago de los Arroyos.

Debido a su formación espontánea, sin fundador ni acto oficial de fundación, desde los inicios del caserío llamado Capilla del Rosario, los rosarinos han venido sufriendo el celo y mezquindades de los centros de poder que hoy llamamos de la nación y la provincia. El precio del trigo, uno de los primeros frutos de la zona del Pago de los Arroyos, cuyos principales productores eran los vecinos de la Capilla, que lo cultivaban en sus pequeñas chacras cercanas al poblado será, según veremos, un claro ejemplo de la discriminación sufrida. Sin embargo, desde otro punto de vista, son elementos demostrativos de que aquella pequeña sociedad estuvo conformada por mujeres y hombres tan laboriosos y emprendedores como tenaces, a los que las trabas y perjuicios ocasionados no impidieron sentar las bases para que la aldea llegara a villa y luego a la ciudad que quedó a la cabeza de las del interior del país. Los celos de poder se gestan dentro de los edificios públicos estatales, y los rosarinos sólo tuvieron un edificio público, pero no estatal. Situémonos a unas décadas más de mediados del siglo XVIII, donde se producen ejemplos de la discriminación en el precio del trigo –que no será el único caso–.

El poblado tenía por edificio público la capilla que hoy, por persistencia histórica, la encontramos en el mismo lugar y con jerarquía de Iglesia Catedral. En realidad, salvaba la ausencia de edificios estatales de administración oficial, que son los públicos propiamente dicho. El templo era público por la naturaleza de su función, porque allí concurría la gran mayoría de la población, pero era propiedad de la Iglesia. Descontando que los edificios a que se hace referencia eran los cabildos, éstos se encontraban en Santa Fe y Buenos Aires, a los que había que acudir por muchas razones, viajes que por varios aspectos se deben seguir haciendo. En sus salas, muchas de las resoluciones que acordaban los respectivos cuerpos de cabildantes eran desobediencias de distintas índoles a las pragmáticas de la monarquía borbónica. Esta dinastía tuvo en Carlos III, rey de la época, un monarca rodeado de ministros que tuvieron por objetivo de gobierno colocar al imperio en las corrientes de las políticas europeas en boga. De su gestión emanaron pragmáticas como la de 1765, que otorgaba a los agricultores el derecho de venta sin precio prefijado, y en 1790, a dos años de asumir Carlos IV, antes de deshacer lo hecho por su padre, todavía firmaba pragmáticas como la que ordenaba no crear trabas en lo relativo al lucro. Vemos los efectos de las desobediencias de estas pragmáticas en perjuicio de los labradores rosarinos, los vecinos de la Capilla en terrenos más o menos cercanos al caserío, carente de jurisdicción urbana. De acuerdo con cifras investigadas por Juan Álvarez, en 1775 produjeron 389 toneladas de trigo, pero hay datos de producciones desde más de una década anterior correspondientes a 21 productores avecinados en el poblado.

La producción agrícola nunca deja de ser una aventura por los riesgos naturales. En aquella época, en esta zona el peligro eran las sequías, a las que había que sumarle el peligro de la langosta. Por otra parte, como los campos no estaban cercados, quedaban a merced de los animales de los cuales el más peligroso era el ganado, no sólo del cimarrón, sino también de los marcados, que los propietarios no se preocupaban por mantenerlos en estancia. Después seguía la lucha por la venta, ya sea por los precios bajos en las cosechas abundantes o por los altos en las malas, que fluctuaban entre 4 y 8 pesos plata la fanega, información relativa, porque hay datos de menos de 4 y hasta 12. Estos números nos son útiles para establecer la amplitud de cotizaciones, pero debe advertirse que los valores de conversión de fanegas a kilos y de valores monetarios son muy variados en las bibliografías y su determinación precisa escapa a nuestro objetivo.

Lo más irritante para los productores de la Capilla, que con satisfacción llamamos rosarinos, era la obligación de vender los frutos en Santa Fe y a los precios fijados por el Cabildo, jurisdicción a la que pertenecía la aldea. A nuestros antiguos vecinos les era mucho más conveniente vender en Buenos Aires. En esa plaza, las ventajas, aparte de mejores precios, eran varias. Una de ellas, la posibilidad de conseguir alguna exportación; otra, lograr mejores suministros y la no menos importante de obtener informaciones frescas y de primera mano. Ante los escapes a los controles, Santa Fe eliminó algunos no muy severos hasta que encontró quien requisó varias carretas fuera de tránsito normal y aplicó elevadas multas a los infractores del Pago de los Arroyos, que en su mayoría eran vecinos de la Capilla. Es interesante esta situación, porque del resultado de los controles surgió que las dos terceras partes de los multados sabían firmar. Buen dato del nivel cultural que les permitió apelar al Teniente de la Gobernación de Buenos Aires del Virreinato del Perú (el del Río de la Plata recién se crea en 1776). El trámite de respuesta fue rápido, resolviéndose que no se podía dejar de proveer a Buenos Aires por ser capital y sede del gobierno. Es ésta una clara demostración de que la burocracia fue obviada en aras del privilegio de ser capital y en defensa de sus propios intereses, porque no pasó mucho tiempo hasta que la misma capital, si bien con precios más altos que Santa Fe, también los restringiera. Claro ejemplo de las actitudes de los gobiernos locales frente a la lejana autoridad real, aplicando a las pragmáticas de libre comercio el clásico se “acata pero no se cumple”. Pero lo más ingrato de todas estas restricciones a los precios era que tanto Santa Fe como Buenos Aires exigían provisión por escasez de trigo, y para evitar especulaciones ponían tope a los precios. Falsa excusa, porque salvo situaciones de sequía persistente, el hábito dominante de la alimentación era la carne y no existía tal escasez de trigo.

Otro capítulo de la discriminación a la Capilla del Rosario fue la acusación de ser centro del contrabando portugués a través del río, por lo que en 1771 fueron serruchadas gran cantidad de canoas. Sería difícil desconocer que los hechos ocurrieron, pero no debe olvidarse que Buenos Aires se ha jactado de vencer al monopolio español con el contrabando, sin que se hubieran tomado tan drásticas medidas. Aquel monopolio portuario lo retomó Buenos Aires después de la independencia, en detrimento del de Rosario cuando éste comenzaba a explotarse por sus mejores condiciones geográficas. Esta nota concluye extendiendo la presentación del trigo como factor en la historia de la ciudad, a la situación de dependencia que hemos tenido y por desgracia mantenemos, por un lado con la Nación y por el otro con la provincia, un simple ejemplo del mantenimiento de la condición de ente autárquico de la municipalidad en lugar de autonomía política.

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