Por Nicolás G. Recoaro
Mallku es una palabra aymara que da nombre al imponente cóndor. Símbolo de fortaleza, libertad y lucha para los pueblos originarios del Altiplano. Los aymaras también llaman mallku al líder de su comunidad. Felipe Quispe Huanca fue referente indio, campesino, político y social.
Pero sobre todo fue “El Mallku”, así lo llamaban desde hace décadas sus compañeros en la batalla cotidiana por los derechos siempre postergados de los pueblos indígenas que habitan Bolivia y mucho más allá. Murió en la ciudad de El Alto de un paro cardíaco. Preparaba su candidatura a la gobernación de La Paz tenía 78 años.
Yawar Mallku (“Sangre de cóndor”, como el título de la película del director boliviano más reconocido Jorge Sanjinés) corría por las venas de don Felipe. Combatió contra dictaduras y gobiernos racistas, neoliberales y traidores a la causas populares.
Diputado, guerrillero, historiador, secretario general de la Confederación Central Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, cabeza pensante del Movimiento Indígena Pachakuti (MIP), docente y escritor. También un potente polemista. Con Evo Morales tuvo idas y venidas. Senderos que se bifurcan y trifurcan en la apasionada vida del Mallku.
Pensamientos y reflexiones de un luchador
En su libro Mi captura, Quispe recuerda sobre su lucha: “Nunca pensé en ser un hombre importante, sólo tenía un dolor profundo por la situación social que estaba viviendo el país, sobre todo las formas de discriminación racial contra el indio.
Es por ello que cuando en una conferencia de prensa la periodista Amalia Pando me preguntó por qué escogí este camino, mi respuesta fue simple: “Porque no quiero que mi hija sea su sirvienta y ni que mi hijo su cargador de canastas”. Creo que con esta respuesta le rompí el alma a la señora Amalia y también fue una interpelación contundente a esta sociedad racista”.
Conocí al Mallku hace más de 15 años, poco después de que se desatara la sangrienta Guerra del Gas. Pude entrevistarlo varias veces en La Paz y también en su comunidad de Ajaría Chico, cerca de Achacachi, donde había nacido, en las tierras de los combativos Ponchos Rojos, las milicias aymaras. La crónica que sigue recupera una visita a sus pagos en el nacimiento del crudo invierno de 2007. Trae al presente su pensamiento, sus luchas, sus reflexiones.
El viaje hasta Ajaría Chico lleva más de dos horas desde La Paz. Al amanecer, el minibús atraviesa a todo trapo las rutas que bordean el Lago Titicaca. Llegamos puntuales a Achacachi, capital de la provincia de Omasuyos y ciudad bastión de las luchas indígenas. “El Mallku debe estar festejando el solsticio”, comenta el conductor de la movilidad y hace dudar de la presencia de don Felipe en su comunidad.
El viaje continúa y la pequeña camioneta se interna por un camino diminuto. Diez casas se ven en la ladera de un cerro junto al lago sagrado. El cartel que anuncia Unidad Educativa Ajaría Chico indica que el largo viaje ha concluido.
El comienzo como guerrillero
La majestuosa Cordillera Real, coronada por las nieves eternas del Illampu, es el telón de fondo que tiene el pueblito. Algunos pibes navegan el Titicaca en busca de totoras para alimentar a su ganado. Otros hacen pastar a las ovejas en el campo. Desde una casa de adobe, una radio rompe el eterno silencio.
Una señora que pisa descalza papines para elaborar chuño me indica el camino para llegar a lo del Mallku. Felipe saluda con el brazo en alto desde el portón de su casa sencilla, decorado con los soles símbolos del MIP. Luego invita a pasar. Para la entrevista, se sienta sobre una piedra en su terreno y convida hojas de coca que guarda en un pequeño aguayo.
Sobre cómo comenzó su militancia, Mallku recuerda: “Lo que me ha despertado fue la muerte del Che Guevara. He sido militante del Ejército de Liberación Nacional (ELN) desde muy joven, en una célula de tres personas. Entre los tres pintábamos una letra cada uno en las calles: “E-L-N”. Así he aprendido a ser militante. En el año 71 cayó una compañera de la célula y ahí rompimos el hilo.
Después, en el 78, hemos fundado un movimiento indígena con el nombre de Tupac Katari (MRTK), que coordinábamos con la gente del ELN, y a través de ellos, hemos salido a otros países. En el año 87 rompimos definitivamente. Había un comandante que me decía: “Nosotros estamos liberados, yo tengo todo, soy familiar de Víctor Paz y de Jaime Paz Zamora. Ustedes, indiecitos, libérense, trabajen y concientícense. A mí no me discriminan porque soy blanco”. Eso me ha dolido mucho, por lo cual me he salido del ELN y casi nunca me identifico con él. Luego, fundé el Ejército de Liberación Tupac Katari (ELTK) en los años noventa, metiendo bombas y recuperando dinero. Estuvimos presos cinco años, y luego que salimos tuvimos que deponer las armas, que tenemos guardadas por ahí, ya que no las íbamos a entregar como cojudos que somos. De ahí viene mi filiación, mi militancia, mi pensamiento político. No vengo de la organización sindical, aunque he militado en ella como una mascarita. Por dentro yo tengo otra visión”.
El reclamo legítimo del territorio
Acerca de cómo surgió el MIP y cuáles son sus principales lineamientos, el histórico dirigente cuenta: “Nos orientamos por el indigenismo. No hablamos de izquierdas ni de derechas, aunque si tendríamos que clasificarnos estaríamos en la ultraizquierda.
Hoy en día, somos el peligro más grande que tiene el Estado boliviano. Ayer, el peligro estaba encarnado en los partidos marxistas-leninistas, hoy somos los indígenas los que estamos marcados como peligrosos. Reclamamos nuestro territorio debido a que la gente que nos ha gobernado han sido todos extranjeros. El imperialismo gringo no puede ni vernos, si fuera por ellos, harían una limpieza étnica en Latinoamérica.
Los indígenas que estamos luchando en Bolivia, en Ecuador y Perú creemos en la lucha de naciones. Por estrategia y por táctica debimos aliarnos a la izquierda, pero ya llegará nuestro momento”.
Ante la pregunta de cuál sería la relación con los otros sectores sociales si el MIP llegase al gobierno, el militante y sindicalista señala: “La única manera de que el MIP llegue al gobierno es por medio de una revolución.
Sería un gran error discriminar a la gente no indígena que vive en Bolivia. No deberíamos asumir un revanchismo político, más bien, plantaríamos la igualdad ante la ley, pero en forma real. Que haya respeto mutuo, como hermanos. El revanchismo sería un suicido, no puedo pensar en pleno siglo XXI como Tupac Amaru o Tupac Katari. En 1825, Bolívar y Sucre matan a sus abuelos, a los criollos. Nos liberamos por una parte, pero se dio el proceso de resometer a los sectores indígenas, se republicanizó a los pueblos originarios.
En el 1952, la revolución trajo la nacionalización de las minas, el voto universal y la reforma agraria. Cambiamos un poco, pero no mucho. Hoy se está planteando la tercera revuelta. Es un proceso, se pueden tardar unos diez años o mucho menos, depende de nosotros, de los pueblos campesinos. El poder está en nuestras manos. En el ejército, la masa de soldados es indígena; en las fábricas, los obreros son indígenas; en las minas y en el campo, la mayoría somos nosotros”.