En los relatos anónimos de la India se cuenta que en un pueblo vivía un hombre que había enviudado y tenía un hijo. Era una persona amable y querida por todos. Poseía un caballo pero un día, al recorrer el establo, vio que el animal se había escapado. Todos los vecinos vinieron a verlo y le dijeron: “Sólo tenías un caballo y se ha ido. ¡Qué mala suerte has tenido!”. Respondió el hombre: “¿Quién sabe?”.
Luego de algunos días, temprano en la mañana, encontró frente a su puerta que no sólo su caballo había regresado sino que había traído otro con él. Los vecinos se acercaron a decirle: “Has recuperado a tu caballo y además tienes otro. ¡Qué buena suerte la tuya!”. A lo que respondió: “¿Quién sabe?”.
Ahora, con dos caballos, tanto el padre como el hijo podían cabalgar lado a lado. Un día, al recorrer juntos los alrededores, el hijo se cayó del caballo y se fracturó una pierna. Los vecinos llegaron a visitar al hombre y comentaron: “Si no hubiese venido ese segundo caballo tu hijo estaría bien. ¡Qué mala suerte has tenido, muy mala suerte!”. Respondió el hombre de manera apacible: “¿Quién sabe?”.
Un mes transcurrió. Se recibió la noticia de que estalló la guerra. Todos los jóvenes del pueblo fueron reclutados menos el muchacho que tenía la pierna rota. Los vecinos acudieron ante el hombre y proclamaron: “Tu hijo se ha salvado de la guerra. ¡Qué gran suerte la tuya!”. Repuso el ecuánime hombre con tono sosegado: “¿Quién sabe?”.
El objetivo de la existencia es recuperar la confianza en la Vida. Y para esto tienes que aprender a mirar más allá de las circunstancias, que son únicamente la forma visible de tus creencias limitantes. El ego cree que la vida es ese espacio que debe ser definido momento a momento: ¿cómo te fue? ¡Qué suerte! La persona ecuánime confía y no ofrece oídos al ego, porque conoce la perfección del Universo en que vive. No depende de la eventualidad, porque no cree en el azar. Entiende quién es más allá del cuerpo, y se reconoce a sí misma a cada instante como una emanación de amor del Manantial Eterno, agradecida y libre.
De todo lo demás, del mundo fenoménico, la mente no sabe nada porque el mundo es apariencia, es cambiante. Del plano de los efectos, de las circunstancias, nada se puede saber. Una mente que cree en la suerte, cree en la desigualdad, y vive en un universo extraño que juega al azar. Esta es una fabricación del miedo. Y sólo el miedo insiste con la idea de eternizar la ilusión.
Percibes luz en tu vida apenas dejas de buscar en la oscuridad. La Realidad es accesible cuando decides dejar de mirar hacia la vejez, la enfermedad y la muerte y asumes tu igualdad con todos al aceptar tu identidad no corporal.
Cuando dejas de creer en lo que ves, en las apariencias. Cuando abandonas el proceso de hacer real la ilusión. Cuando te rindes a la hermosa verdad de quién eres.
La Realidad empieza a ser asequible para aquél que, por un instante cada día, mira el mundo y puede decir: “No sé que es todo esto”, o como exclama el hombre ecuánime al escuchar tantos juicios: “¿Quién sabe?”. La Realidad te invita al silencio y te enseña a decir “no sé”. No controlas, no solucionas, no defines ni aconsejas. No reaccionas, sino que esperas paciente, entregando y deshaciendo internamente todos los significados de temor que suben a tu superficie mental. Sin duda sentirás incomodidad al comienzo, y algo de vértigo al soltar el control, pero pasará pronto. Es el ego que se desvanece al tú decir “no sé”. Puedes entonces relajarte en el oasis de tu existencia y sentir la seguridad de fondo.
La mente sólo entiende el amor porque es lo único real. Para experimentar temor tienes que desconfiar del amor, irremediablemente. Lo que no tiene como meta el amor, forjará ilusiones, por lo tanto, no es entendible. Y tratar de entender una ilusión es hacerla real.
¿Piensas que sufres por lo que hizo tu ex pareja? ¿Piensas que sufres por la falta de algo o alguien? ¿Crees que conoces realmente las causas de tu malestar? ¿Y si sufres solamente por las razones que te sigues contando?
¿Estás verdaderamente seguro de que este momento presente no contiene lo mejor para ti? ¿Te gustaría sentirte bien? ¿Piensas que podrías soltar de tu mente lo que crees son las causas de tu dolor? ¿Puedes decir “no sé” y entregar las razones que guardabas? Hazlo ahora si deseas…
Deshaces el ego cuando observas y entregas los significados viejos que originan la ira y la aflicción y sientes tu santidad. Cuando te das cuenta que ya no te sirven como defensa, pues aunque te justifiquen te privan de la alegría. La ira siempre reconoce una realidad que no existe.
El miedo nos hace depender de un futuro incierto, del disfrute o sufrimiento de lo que sea que al destino se le haya ocurrido. Barajada al azar, la vida no parece contener lo que nuestro corazón anhela. Atrapados en un falso presente, esperamos y nos condenamos a un futuro igual de ilusorio. Porque la Vida no es tu historia de vida, la Vida eres tú, conciente de la Fuente Inagotable del Amor. Pero cuando te duermes en el colchón duro de tus referencias pasadas sin amor, fabricas una historia de vida que parece ser diferente a otras.
Si tienes algunas pocas o muchas razones para sentirte incómoda/o, di internamente “no sé”, y entrega esos pensamientos (puedes incluso hacer el gesto de abrir tus manos), hasta escuchar en tu mente una voz diferente que te brinda paz. ¡He tenido mala suerte! -¡No sé!, y entregas… ¡Ha muerto mi hijo! -¡No sé!, y entregas…
Al decir no sé, acallas la voz del ego y esperas la inspiración. Todo empieza a cambiar. Cuando dices no sé, te preparas a recibir todo. Cuando dices no sé, te corres del medio y permites que tu corazón enamorado hable primero. Cuando dices no sé, las fuerzas del Universo usan tu cuerpo y te guían.
Cuando dices no sé, partículas de liviandad y despreocupación te serenan y descansas.
Quizá, nos educamos para recibir los mejores juicios que devienen del estudio y de la experiencia del hombre en el mundo y vivir con ello, pero el conocimiento no proviene de la memoria sino de la inspiración, de la conexión. Podemos aprender preceptos pero la actitud es esencial.
Prueba hoy tu potencia natural de Ser, prueba vaciarte, prueba decir “no sé” en los momentos apropiados. Experimentarás relajación, y prontamente tu fuerza inherente de amor sin límite, lo que eres. Porque cuando dices no sé, te abres a Dios.