La historia de El Ciudadano es bastante conocida por la sociedad rosarina debido a su lucha, cierres de persianas, notas, tapas y por el endeble grado de cordura que podemos tener los que integramos la ahora cooperativa de trabajo La Cigarra (porque realmente ¡hay que estar locos para haber aguantado tantas cosas en estos 22 años…¡ ¡y lo estamos!).
Creo que lo último que hubiéramos imaginado vivir en este diario era una pandemia. Y nos llegó.
A fines de febrero dentro de la sección “Espectáculos” estábamos trabajando en la edición del día y preparando el estreno de la obra teatral Proyecto Vestuarios, la adaptación de Romina Tamburello sobre la obra de Javier Daulte (se estrenó el 7 de marzo en la sala Nicasio Oroño luego de siete meses de ensayo).
Las noticias por coronavirus llegaban desde los televisores en la redacción y por los compañeros de “Política y Mundo”.
Incluso una compañera llegó al diario algo sorprendida porque en una farmacia, una mujer había comprado 25 barbijos delante de ella. Nos reímos porque pensamos que esa mujer era una exagerada, el virus estaba en China. Incluso repartí entre mis amigos el meme de la pareja que vacacionaba en un crucero y tenía en su rostro la marca del barbijo por el sol.
En lo personal, estaba calendario en mano para saber si los docentes hacían paro o no al inicio del ciclo lectivo y cómo organizaría mis horarios con los de la adaptación del preescolar de mi hija.
Llegó el estreno y hubo lágrimas de emoción. Comenzaron las clases y otra vez lágrimas de emoción. Y de repente el mundo se detuvo. De hacer vaquita entre todos para cruzarse al almacén y comprar la yerba para el mate, ya no se podía compartir mate.
Los escritorios tenían botellitas de alcohol en gel y empezamos a saludarnos con el codo suponiendo que el peligro desaparecía en el instante con el mágico alcohol en gel y el disuelto en agua al 70 por ciento.
Alberto Fernández anunció un domingo que las clases quedaban suspendidas y la bolsa con materiales del jardín quedó en un rincón para “llevarlo dentro de 15 días”. Pasaron seis meses y medio en los que trabajo desde casa. Volví a ese rincón con poca luz donde tenía la computadora que compré hace 12 años y la biblioteca que aún guardaba textos de la facultad y el equipo de música con doble cassettera que tengo desde septiembre de 2001.
Reinventarse en la incertidumbre
Al principio aprovechaba a dormir un rato más y varias mañanas desayuné sobre el teclado. Con el tiempo mi “rutina” se fue acomodando, organizando, como ese rincón donde ahora trabajo que ahora luce más iluminado, ordenado y decorado.
También dejé de hacer la cartelera de espectáculos, ya que no había cine, música ni teatro y comencé (volví después de 5 años) a hacer notas a diario y a amigarme con los estilos de la web. Y me divertí mucho con las historias que fuimos encontrando en la sección.
También nos reinventamos, porque pensamos que iba a ser la sección que desaparecía junto al aire libre, pero pudimos seguir al lado de los y las artistas, que tan mal la pasan por el virus y el poco apoyo estatal.
Después de unos días de incertidumbre en medio de la cuarentena, decidí mirar el medio vaso lleno. Pude disfrutar mucho más de mi familia y el hogar. Entre los tres hemos trabajado estos meses para mantener la armonía y tanto padre e hija saben que si tengo los auriculares puestos es porque estoy con un entrevistado del otro lado.
A muchos entrevistados les aclaré que estaba trabajando desde mi casa, por si surgía algún ruido extraño o escuchaban de fondo la música de los Mini beat power rockers.
La cuarentena me dio la posibilidad de compartir mucho más tiempo con mi hija y viceversa. Porque mientras estoy trabajando, ella me observa y a veces agarra uno de sus anotadores y escribe lo que ve en pantalla, se pone a bailar cuando miro y escucho algún videoclip que debo integrar a un posteo o cuenta cuántas pantallas tengo abiertas porque cree que cuanto menos tenga más cerca estoy de terminar la jornada.
Decidí mirar el medio vaso lleno, pero extraño mucho las charlas en la redacción. Por WhatsApp no es lo mismo. Antes entre nota y nota se preparaba mate y mientras tecleábamos compartíamos anécdotas y chismes, discutíamos temas y hasta llorábamos juntos de risa, de bronca o de tristeza. La pandemia me permitió disfrutar mucho más de mi hija, mi marido y mi perro, pero me quitó el compartir con mi otra familia, la de El Ciudadano.