Por: Pablo Tallón/ NA
Cuando la herida de la Guerra de Malvinas todavía era reciente y el dolor era insoportable, cuatro décadas atrás un grupo de familiares de combatientes caídos en el conflicto y enterrados en el archipiélago del Atlántico Sur intentó viajar a las Islas para visitar las tumbas de los héroes y comprobar que efectivamente habían muerto en combate.
Sin embargo, el anhelado encuentro no se pudo concretar y tuvo que pasar casi una década para que recién en 1991 esos familiares lograran pisar el suelo malvinense que habían recuperado y defendido sus hijos y hermanos.
La historia de aquel infructuoso viaje ocurrido el 30 de abril de 1983 quedó en el olvido para la gran mayoría de los argentinos, pero grabado en la memoria de los familiares, que tendrían a lo largo de los años siguientes gran cantidad de escollos y contratiempos.
Los familiares pretendían llegar al archipiélago del Atlántico Sur a bordo del buque mercante «Lago Lacar», un carguero mixto de ultramar de 157 metros de eslora construido en 1961 en el astillero Brodogradiliste, en la entonces Yugoslavia, para la Empresa Líneas Marítimas Argentinas (ELMA).
El buque «Lago Lacar».
La embarcación era puesta a disposición por el Gobierno militar, en ese entonces encabezado por el presidente de facto Reynaldo Bignone: la tripulación estaría conformada por voluntarios del «Río Carcarañá», barco gemelo al «Lago Lacar» y que fue hundido durante la Guerra de Malvinas.
La dictadura incluyó en los homenajes a una embarcación de la Armada y a un avión de la Fuerza Aérea para que, «en representación de las tres Fuerzas Armadas, arrojen ofrendas florales».
El 29 de marzo, casi un mes antes de que la nave zarpara, el Gobierno británico había autorizado el viaje, reconociendo que se trataba de una cuestión «humanitaria», y había establecido como única salvedad que la presencia de los argentinos estuviera «organizada y supervisada por el Comité Internacional de la Cruz Roja», según un comunicado emitido en esos días por el Foreign Office.
Sin embargo, exactamente 30 días después, es decir 24 horas antes de que comenzara la travesía, el Gobierno británico dio marcha atrás con su decisión y mediante otra declaración del Foreign Office advirtió: «La anunciada visita es inaceptable para el Gobierno británico y será tratada como tal».
Al ser consultado por periodistas sobre cómo el Reino Unido detendría al barco, el vocero de la cartera diplomática británica, John Goulden, deslizó una amenaza: «Pueden sacar sus propias conclusiones». Por su parte, el Comité Militar argentino también prohibió el viaje a las Malvinas.
En ese marco de tensión, el sacerdote Daniel Zaffaroni, quien integraría la tripulación, declaró antes del viaje: «Pido a Dios que este viaje sea cortés, de dolor, pero no de derrota; pequeño, pero sublime; será un cortejo de esperanza en la justicia de Dios y en la justicia de nuestra causa».
Ante esa situación, el Gobierno militar dispuso «continuar analizando las posibilidades de realización de un viaje a las Islas Malvinas, para rendir homenajes a los caídos por la Patria y que están sepultados en ese rincón del territorio».
Además, la dictadura criticó «la actitud insensible e intransigente del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, carente de comprensión para con los sentimientos de los deudos de los argentinos que descansan en las Islas Malvinas».
La embarcación partió del Puerto de Buenos Aires el 30 de abril de 1983 a las 15, con el país todavía gobernado por la dictadura militar.
Unas 80 personas subieron al «Lago Lacar»: la mayoría madres, padres y hermanos mayores de los caídos, además del padre Zaffaroni y seis periodistas (cuatro argentinos, uno de la NBC de Estados Unidos y otro de la BBC británica). Cientos de personas se acercaron hasta el Puerto para despedir a los familiares.
En ese grupo estaban Haydeé del Carmen y Omar, más conocida como Beba, y Omar, los padres de Sergio Azcárate, quien murió en las inmediaciones de Puerto Argentino mientras se replegaba con sus compañeros el 14 de junio, el último día de la guerra.
«Me acuerdo que sólo podía viajar uno de los dos: mi marido o yo. Subí yo y él se quedó abajo, con el bolsito preparado, por si lo dejaban subir y como quedaba lugar, pudo viajar», contó Beba Azcárate.
En diálogo con NA, la madre del héroe oriundo del partido bonaerense de Lobos relató que la idea de los familiares «era llegar hasta las Islas, para ver qué había pasado» con los combatientes que no habían regresado a sus casas, ya que en muchos casos había versiones encontradas sobre su destino. «Algunos nos decían que estaba en el sur, que le faltaba una pierna y que no quería que lo viéramos así. Cada vez que nos pasaban un dato, salíamos desde Lobos a ver si era cierto. Después supimos que había fallecido», recordó.
Beba Azcárate indicó que casi todo el viaje se la pasó encerrada en el camarote, con vómitos y mareos, por el movimiento del barco, y no se olvida del sentimiento de los familiares cuando la travesía concluyó en Puerto Madryn y tuvieron que volver a Buenos Aires: «Tuvimos que volver porque decían que nos habían puesto bombas. No pudimos llegar a donde se había hundido el General Belgrano. Éso nos hizo muy mal a todos. Hacíamos misas, rezábamos».
Hubo un intento de diálogo con las autoridades británicas e incluso con el Vaticano para que se concretara la llegada a Puerto Argentino. El presidente del Centro de Voluntarios por la Patria, Osvaldo Destefanis, llamó desde el «Lago Lacar» al Foreign Office y al Estado papal: meses después, fue recibido por el papa Juan Pablo II, quien se comprometió a intervenir para que el viaje se pudiera concretar.
Durante una de las ceremonias religiosas realizadas a bordo, los familiares arrojaron 80 mil flores y 150 coronas al Mar Argentino, a modo de homenaje a los combatientes que habían muerto tan sólo un año antes en el conflicto bélico. Una gran cruz de madera, que iba a ser colocada en el camposanto isleño, debió quedar en la embarcación.
Como anécdota, la madre del héroe enterrado en el Cementerio de Darwin rememora el bautismo a bordo del «Lago Lacar» de un hombre jujeño, padre de otro caído durante la guerra: «Yo fui la madrina del bautismo y un médico que viajaba, el padrino».
En tanto, María Fernanda Araujo, hermana del héroe Elbio Eduardo Araujo, muerto en la Batalla de Monte Longdon el 11 de junio de 1982, tenía apenas 10 años cuando el buque «Lago Lacar» pretendió llegar a Malvinas: a pesar de su corta edad, recuerda con claridad esos fuertes momentos de su infancia.
Al verse impedidos de llegar a las Islas Malvinas, los familiares hicieron un juramento y se comprometieron a insistir para poder estar en el archipiélago y rendirle homenaje con un monumento.
Recién nueve años después de la Guerra, en 1991, los familiares pudieron pisar suelo malvinense. Sin embargo, en algunos casos, ese viaje ahondó el dolor de las familias por la muerte del ser querido. «El padre de un héroe volvió de las Islas y en su casa de Córdoba se pegó un tiro en la boca», rememoró Araujo, quien pudo formar parte de la comitiva que fue a Malvinas en aquel viaje de 1991.