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Elaboran biocombustible con los desechos de zanahorias

Por Antonio Capriotti

biocombustibledentro

Daucus carota es el nombre científico de zanahoria, cuya raíz etimológica hay que rastrearla recurriendo al árabe hispánico: safunnárya, que a su vez llega del griego antiguo, stafylíne agría. En catalán se transformó safanòria y en portugués cenoura. No es más que una hortaliza de la familia de las umbelíferas.

Es probable que los antepasados silvestres de la zanahoria hayan venido de Irán. La zanahoria moderna fue posiblemente introducida en Europa entre los siglos VIII y X en Andalucía. La zanahoria es una planta bianual que en el primer año desarrolla la raíz y luego lo que aparece sobre la tierra: hoja, flor y semilla.

Desde España llega la noticia: investigadores de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (Uned), la Universidad Nacional del Litoral de Argentina y el Instituto de Catálisis y Petroleoquímica de España diseñaron un método mediante el cual utilizan los desechos de zanahorias para producir bioetanol y, a partir de la fermentación de azúcares, usarlos como combustible. El trabajo científico, denominado “Production of bioethanol from carrot discards”, fue publicado en la revista especializada Bioresource Technology el año pasado. Sus autores son Nora R. Aimaretti, Carolina V. Ybalo, María L. Rojas, Francisco J. Plou y Juan C. Yori.

Justamente, consultado por El Ciudadano, Juan Carlos Yori, ingeniero químico graduado en la Universidad Nacional del Litoral (UNL) e investigador del Conicet, relata de qué manera pueden convertirse en biocombustible desechos de zanahorias. “Lo que nosotros tratamos fue dar respuesta a la inquietud de los productores de zanahorias de nuestra zona que se acercaron a la universidad. Se trataba de resolver un problema concreto que existe para los productores de zanahorias: qué hacer con los desechos”.

Existen en el país cuatro grandes centros productores de zanahorias: Mendoza, Santiago del Estero, Mar del Plata y Santa Fe, donde se destinan unas 2.000 hectáreas al cultivo de esta hortaliza. Pese a que se ha avanzado mucho en materia de producción, no se puede resolver el problema del descarte que representa alrededor del 20 por ciento de la producción. “La zanahoria, una vez que se cosecha, se la lava, clasifica y se la embolsa. Como resultado de la clasificación aparece el descarte, compuesto por las que no cumplen el estándar por el tamaño y la forma”, afirma Yori.

—¿Qué se hace con la zanahoria desechada?

—Se la tira. Ya que cualquier otra medida es antieconómica. Una parte, un 10 por ciento, se le da como alimento a los animales y el resto se deja en el campo. Se termina pudriendo, genera malos olores e impacto ambiental negativo. Si nosotros quisiéramos cuantificar este volumen estaríamos hablando de alrededor de 80 toneladas diarias.

—¿Cómo surge en ustedes la hipótesis del biocombustible?

—De un trabajo de tesis doctoral que presentó la doctora Nora Aimaretti en España, cuando estando allá haciendo su doctorado y que tuve el honor y la suerte de dirigir. Y se basó en la observación de los desechos de zanahorias en los campos al costado de la ruta provincial N° 1 de nuestra provincia.

La zanahoria está compuesta en un 90 por ciento por agua, y el 10 por ciento restante lo componen hidratos de carbono; es decir, azúcares fermentables, susceptibles de ser transformados en alcohol. “No se tiene techo en cuanto a producción de biocombustibles, ya que podemos procesar lo que queramos. Tenemos que tener en cuenta que el etanol tiene muchas aplicaciones: industria farmacéutica, alimenticia, biocombustibles; sobre todo a partir de la vigencia de la ley que los regula”, explica Yori.

—¿Parte de la producción destinada a la obtención del biocombustible, compite con lo que se pueda volcar a la alimentación humana?

—No. Hoy, para el productor el desecho es un costo adicional ya que paga para desprenderse de él. O sea, le estamos dando mucho valor a algo que hoy es un estorbo para el productor con impacto ambiental negativo.

—¿En España deben tener el mismo problema que tenemos nosotros en el litoral santafesino?

—Sí. Y es más, en el momento en que el trabajo de tesis se hace público tomó estado periodístico en los diarios El Mundo y El País, ambos de España. Se divulgó en Alemania. Los países de Europa que producen zanahorias tienen el mismo problema de desechos.

—¿Han patentado la idea y su procedimiento?

—Sí. En estos momentos estamos trabajando en la formulación de una patente con la UNL y el Conicet para hacer una protección de derechos. Y además en la misma incluimos un proceso combinado a partir de la obtención de los azúcares de la zanahoria, que es la obtención del betacaroteno que es un alimento para ciertos tipos de aves para darles color al plumaje de los canarios y que se lo usa también como alimento balanceado para pollos ya que les da ese color amarillo que los hace más presentables. Nuestro país tiene que importar desde China el betacaroteno. Ahorro de divisas por sustitución de importaciones y producción de biocombustibles en un sector crítico de la economía nacional de la que se drenan una buena cantidad de divisas necesarias para el equilibrio económico.

—¿Cuál es la próxima etapa?

—Estamos en un proceso asociativo. La idea es conformar un ente público privado entre la Universidad y los productores y buscar inversores para levantar una planta piloto. En ella llevaríamos a una escala mayor lo que ya fue demostrado en el laboratorio. Antes del mes que viene lo vamos a definir y presentarlo. Tanto el gobierno provincial como el nacional nos están respaldando. Somos optimistas en su concreción, para que el año que viene estemos abocados a la construcción de la planta piloto y empezar a producir.

—¿Tuvieron una gran alegría cuando se dieron cuenta que todo esto era posible?

—Creo que el trabajo de un investigador como es nuestro caso debe ir dirigido a solucionar y mejorar los problemas que tiene la gente. Dentro de la comunidad científica hubo mucha discusión: hacer cosas para lograr prestigio internacional o hacer cosas más sencillas y que solucionen problemas que sufre la gente quienes son los que nos pagan el sueldo. Esta última es nuestra vocación de trabajo y poder llevar adelante cosas como esta nos da una gran satisfacción personal y grupal.

—Un trabajo creativo que, en este caso, se trata de un paso de la inteligencia humana que se dirige, nada más y nada menos, que a solucionarle problemas a la gente.

—Yo creo que es eso. Hoy estamos haciendo uso, y en algunos casos abuso, de lo que la naturaleza nos está dando. El desafío es cómo solucionar el caso que se nos plantea, ¿qué hacer con esos residuos? Si lo hiciéramos extensivo a otros cultivos podríamos resolver problemas más acuciantes todavía. Pasa lo mismo con la papa, la frutilla, con la naranja.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) reveló estadísticas que dan cuenta de que la pérdida durante la cosecha de los diferentes cultivos serviría para alimentar a los hambrientos del mundo, lo cual sitúa a la humanidad ante una injusticia que raya lo inmoral. Recurrir a la inteligencia y al trabajo conjunto entre la ciencia y la sociedad para evitar que se desperdicien los cientos de miles de millones de granos para que sea el alimento impostergable para una población en el mundo que se muere de hambre, es un imperativo ético.

“Acá estamos tratando de obtener un combustible imprescindible para nuestro presente y nuestro futuro con los desechos de un cultivo; a la vez que les ayudamos a resolver un problema concreto a los productores de zanahorias”, concluyó Yori.

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