Franco Ojeda/Télam
Con una camisa a lunares, un saco azul con cuadros y un prendedor de oro con la imagen de una sombrilla colocada en una playa, Elías Fernández, de 92 años, atiende y repara diferentes estilos de paraguas, un oficio en vías de extinción.
«Yo estoy relacionado con la paragüería desde que llegue al país en 1950», manifestó a Télam, Elías Fernández, el paragüero español, oriundo de la ciudad de Ourense, región de Galicia, que llegó al país a los 18 años y conoció su oficio gracias a su familia materna que vendían paraguas en la zona sur del conurbano bonaerense.
Desde hace 65 años, la Paragüería de Víctor está situada en Avenida Independencia 3701 en el barrio de Boedo, uno de los locales más antiguos de la ciudad de Buenos Aires y uno de los últimos especializados en este oficio que tuvo su auge a mediados del siglo XX.
Antes de abrir el local, Elías trabajó durante cinco años en una papelera en la localidad quilmeña de Bernal y en 1955 comenzó a desempeñarse como vendedor ambulante de paraguas.
«Una vez estaba en Quilmes, cuando escuché un grito «’paragüero, paragüero». Entonces, cuando me di vuelta, observé que quien me había llamado no era una persona, sino un loro. Esa jornada fui engañado», recordó con ternura Elías.
Luego de recorrer las calles por dos años, el 21 de septiembre de 1957, Fernández, junto a su esposa, Haydee Lidia Gómez Dopazo, hija y nieta de paragüeros, abrió su primer negocio de compostura y venta de paraguas en Independencia 3910 en Boedo.
«Cuando inauguré el local no había tanto movimiento como ahora. Recuerdo que esa jornada saqué unos parlantes a la calle y puse música para tratar de llamar la atención», evocó.
El paragüero rememoró que en aquellos días «los productos no se producían mayormente en el país» y que el producto que estaba de moda eran «unos paraguas largos y de color negro».
Elías, quien todos los días repara diferentes modelos de paraguas en su gran taller ubicado en el subsuelo del local, subrayó que si bien el oficio de paragüero estaba establecido a mediados de la década del 50, en ese entonces «no había producción nacional de paraguas» y señaló que había «un predominio» de productos «europeos, mayormente de España e Inglaterra».
Fernández señaló que el oficio «se consolidó en la década del 60, cuando comenzaron a producirse los armazones de paraguas en el país» lo que implicó un «crecimiento de las ventas del producto».
Pelear contra la invasión de importados
Los 70 para Fernández fueron un punto de inflexión en su carrera como paragüero, debido a que la apertura masiva de productos importados durante la última dictadura cívico militar complicaron su negocio.
«La época de (Alfredo) Martínez de Hoz (ministro de Economía durante la última dictadura cívico militar), fue terrible porque llegaron un montón de productos asiáticos que salían muy baratos y nos hizo muy difícil competir con ellos», sostuvo.
Para Elías, ese período fue duro, pero corto debido a la crisis económica de la década de los 80 que produjo una caída de las importaciones y un breve resurgimiento de la industria paragüera local hasta la década de los años 90, época a la que calificó como «la peor para el rubro».
«Cuando llegaron masivamente los importados de Asia nuevamente, terminaron barriendo con la producción nacional de paraguas y con los que trabajaban en este oficio. Desde ese momento ya no quedan personas que arreglan paraguas en todo el mundo», enfatizó Fernández.
En el subsuelo del local, se observó una gran variedad de herramientas y armazones de paraguas de distintas épocas, colocadas prolijamente en diferentes estantes de la habitación y en donde brillaba una placa dorada que declaraba a Elías como «Testimonio vivo de la memoria ciudadana» por parte del gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
«Si uno es prolijo en el trabajo, es prolijo en la vida», dijo mientras sostenía el armazón de un paragua de origen inglés de la década del 50.
Al respecto comentó: «Este paragua es muy especial, porque originalmente tenía una tela de seda y era un modelo que se fabricó por un corto período de tiempo. Lamentablemente, ya no se fabrican más y los repuestos ya casi no se consiguen», comentó.
Su hijo, Víctor Fernández, atiende todos los días la paragüería desde hace 15 años luego del fallecimiento de su tío, exhibiendo a la clientela distintas variedades de paraguas, abanicos y bastones.
«Yo trabajo en la paragüería desde los 8 años. Recuerdo que lo primero que hacía era dar vuelta la funda de los paraguas. En ese momento me pagaban varios centavos por cada vez que lo hacía», contó Víctor, quien también es el encargado de manejar la cuestión administrativa y contable del negocio.
En 2012, el local fue reconocido por parte de la Legislatura Porteña como Sitio de Interés Cultural de la Ciudad, y cuya placa actualmente es exhibida en la fachada del negocio.
A pesar de los años dentro del oficio, Fernández es muy autoexigente con su trabajo: «No todos los paraguas merecen ser reparados por una cuestión presupuestaria», afirmó.
«Es un gran pasatiempo, pero a veces te hace renegar, porque después de tantos años, uno quiere hacer las cosas bien, pero a veces se complica. A pesar de todo, soy feliz con lo que hago», concluyó.