Muerto la pasada Navidad a los 71 años y en vísperas de un nuevo cumpleaños –el 27– el realizador argentino Eliseo Subiela se ganó un lugar como rara avis entre los directores de su generación e influenció a por lo menos tres generaciones posteriores; pero no se trató de una marca directa sobre las obras de aquellos que reconocieron su cine, sino de líneas más indirectas, que tenían que ver tanto con su estética como con el abordaje de absoluta libertad que esgrimía sobre distintas temáticas. Subiela fue autor de obras emblemáticas como Hombre mirando al sudeste, El lado oscuro del corazón y No te mueras sin decirme adónde vas, entre muchas otras que supieron tener el aplauso tanto de la crítica como del público, e incluso sufrieron un par de plagios de la industria de Hollywood, si bien no literalmente, hubo mucho de clima y personajes prototípicos de sus films.
Entrenado en el mundo del cine publicitario de la década del 60, ese mismo de donde surgió, por ejemplo, Fernando Pino Solanas, aportó al cine nacional algunos títulos que sorprendieron por su audacia y su forma de abrevar en la observación del amor y la pasión, y en aquello que tales dos cuestiones disparan en hombres y mujeres, toda vez que la mirada de Subiela ponía en entredicho la banalidad que a veces hacía presa de los enamorados. En 1963, Subiela dirigió su primer cortometraje, Un largo silencio, un documental acerca del Hospital Neuropsiquiátrico Borda, con voces en off de María Vaner y Lautaro Murúa, y dos años después rodó Sobre todas estas estrellas, protagonizado por la entonces juvenil Nené Morales. Evidentemente esos dos lances en el cine artístico no resultaron convincentes para continuar y habría de pasar bastante tiempo para llegar a su primer largometraje. Ya cerca de los finales de la década del 60, y ya avanzada la Revolución Argentina, tal como se llamó al golpe institucional encabezado por Juan Carlos Onganía que derrotaría al presidente constitucional Arturo Illia, Subiela integró el grup de diez cineastas que dirigieron Argentina Mayo de 1969: Los caminos de la liberación, entre los que se encontraba Solanas, Nemesio Juárez y los desparecidos Enrique Juárez y Jorge Cedrón.
En ese trabajo, donde primó una fusión de imágenes de conflictos sociales y testimonios, se recortó el episodio que imaginó y concretó Subiela. Didáctico sobre las armas del pueblo, se inicia con imágenes de miseria, con el tema “Gracias a Dios”, cantado por Palito Ortega, para luego convertirse en un instructivo, con bastante humor, acerca de como se hace una bomba incendiaria molotov. Tras el cortometraje que solía proyectarse por separado antes de las funciones –clandestinas– de La hora de los hornos, de Pino Solanas y Octavio Getino, su primer largometraje vino una década después y fue con la discreta, pero muy interesante, La conquista del Paraíso, rodada en Misiones, cerca de la frontera con Brasil, y tuvo como dúo protagónico a Arturo Puig y Kátia D’Angelo.
Tras esa propuesta que cosechó algunos elogios de la crítica pero fue un fracaso de público, Subiela se dedicó a preparar su segundo largo, y esta vez sí se trató de una gran apuesta, formulada por fuera de los cánones habituales de producción. De tal gesto resultó Hombre mirando al Sudeste, filmada en 1986, donde cuenta la historia de un misterioso interno que un día aparece en el Hospital Borda y asegura ser un extraterrestre con curiosos poderes. El relato, que tuvo como figuras centrales al actor y artista plástico Hugo Soto y a Lorenzo Quinteros, como el psiquiatra al que le toca este paciente y termina absorbido y sugestionado por él, sorprendió a todos por igual y dio a Subiela la categoría de gran descubrimiento como autor de una ficción fantástica que no sólo mereció el premio mayor en el Festival de cine de La Habana, sino que provocó la envidia de Hollywood. A tal punto fue la atracción de esta historia que mucho asociaron a la de un ex combatiente de la guerra por Malvinas, que Hollywood tentó a Subiela a seguir su carrera en el país del Norte, propuesta que el director rechazó con una memorable carta-solicitada en la que no compartía la idea de renunciar a su identidad trabajando para una industria en que de a poco iría imponiéndole sus puntos de vista.
Tras Hombre mirando al sudeste Subiela filmó Ultimas imágenes del naufragio (1989), El lado oscuro del corazón (1992), No te mueras sin decirme adónde vas (1995), Despabílate amor (1996), que rozó lo retro aunque tuvo varios hallazgos formales y estéticos a partir de una impronta que se iría agudizando y que no era otra que la de trabajar en el plano de la realidad con contrastes permanentes, casi como pliegues, de tono fantástico, haciendo entrar variaciones incluso argumentales, donde sueño y vigilia estaban fuertemente ligados, y luego vendría Pequeños milagros (1997). La experimentación volvió con Las aventuras de dios (2000), con un hombre y una mujer atrapados en un viejo hotel de la década del 30, y en plena crisis de 2001, de la que fue víctima cayendo presa del perverso “corralito”, redobló la apuesta con una fallida segunda entrega de El lado oscuro del corazón, con un casting que reunía actores argentinos y españoles. Su paso por la televisión incluyó la serie Historias de no creer, con cuatro episodios titulados “Ángel”, “Relaciones carnales”, “El destino de Angélica” y “Qué risa la muerte”, para luego direccionarse nuevamente al cine con Lifting del corazón (2005), y las muy rescatables El resultado del amor, con Sofía Gala y Guillermo Pfening y No mires para abajo, con Antonella Costa. En 2009, y con un particular acento sobre lo efímero de la vida y, como se hizo evidente en el mismo tratamiento, un poco en la búsqueda de una segunda oportunidad, filmó Rehén de ilusiones. Tres años después vendría su última película, Paisajes devorados, un falso documental sobre tres noveles directores que quieren retratar a un cineasta internado en el neuropsiquiátrico Borda, rol que interpreta el también realizador santafesino Fernando Birri. Subiela fue, sin lugar a dudas, un personalísimo autor más allá de cualquier juicio que pudiese hacerse sobre sus obras y del resultado de taquilla que tuviese. Llevó adelante con hidalguía y temeridad sus propias convicciones acerca de que la tan mentada felicidad es apenas un instante fugaz en la vida, algo que surge del alma según su parecer en varios de sus títulos, que a veces vuelve con mayor o menor intensidad, y que la voluntad es apenas un resorte en un cúmulo de extrañezas para que tal cosa suceda.
Amores imposibles y utopías
Durante los 90, Eliseo Subiela abrió la Escuela Profesional de Cine, en Buenos Aires y con docentes como Miguel Ángel Rocca, Rodolfo Denevi, Daniel Pensa y Daniel Pires Mateus, entre muchos otros, quienes eran colegas y había participado en algunos de sus films, terminó armando también una productora para sus films y para los de otros realizadores. El ganador del Cóndor de Plata a mejor director en tres oportunidades, estaba preparando un nuevo largometraje, que se llamaría Corte final, y tendría a Miguel Ángel Solá y Selva Alemán como pareja protagónica, y que, según anticipó se trataba de un homenaje al cine, al que él mismo amó con pasión toda su vida. Y donde primaron los amores imposibles, las utopías y la audacia para encarar temas vinculados con la vida y la muerte, y que también tuvieron mucha poesía, a veces propia, otras tomadas de Oliverio Girondo, de Mario Benedetti, y de Juan Gelman.
Los plagios de Hollywood
Subiela no aceptó dirigir allí una nueva versión de Hombre mirando al sudeste y en Hollywood, como suelen hacerlo habitualmente, se la plagiaron dos veces: la primera fue Mr. Jones, de 1993, y con Richard Gere y Lena Olin en el rol estelar, donde el guión olió a plagio con ligeras variaciones como la que el psiquiatra ahora fuese una mujer, con el fin de obtener para paladares gruesos, un romance. El segundo plagio holliwoodense fue con K-Pax, en 2001, dirigida por Iain Softley, y con Kevin Spacey y Jeff Bridges en los papeles de Soto y Quinteros, y terminó siendo de hecho una copia al carbón, lo que llevó a Subiela a demandar a la producción del film que, finalmente, habría llegado a un arreglo extrajudicial con el argentino.
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