Usted, amigo lector, seguramente no lo conoce, se llama Alejandro, tiene 28 años, es ingeniero en electrónica y atiende un comercio de venta de ropas. Tampoco conocerá a Mati, una nena de seis años que pide una moneda en algunas esquinas mientras su madre la observa desde lejos, disimuladamente. Tampoco ha de tener noticias de Raúl, desempleado, esposo, padre de tres chicos; ni a Estela, una empleada doméstica que trabaja cada día de su vida unas doce horas para poder sobrevivir. ¿No los conoce? Bueno, pero seguramente sabe de tantas personas que pasan por situaciones que son proverbiales injusticias como las que padecen estos personajes.
Usted sí sabe perfectamente de otros asuntos que suceden en esta argentina inmensamente rica y tremendamente despojada, ¿Cuáles? Bueno, es propicia la oportunidad para reproducir, en esta columna de hoy, algunos títulos de diarios de los últimos días y palabras célebres de algunos dirigentes y funcionarios que le harán recordar de cuáles se trata.
Dijo Redrado en el medio de la disputa con el resto de los directores del Banco Central: “Ellos creen que me matan, (pero) yo creo que se suicidan”.
Por su parte, Cristina Kirchner arremetió hace unos días contra el vicepresidente, Julio Cobos, a quien acusó de “conspirar” contra su gobierno y “estar detrás” de la crisis que estalló en el Banco Central.
Aníbal Fernández, el locuaz jefe de Gabinete, disparó hace unos días contra Duhalde: “¿Eduardo Duhalde candidato? Es menos diez, como en el chinchón”.
La otra verborrágica argentina, Lilita Carrió, dijo que “hay un pacto entre parte del radicalismo y el gobierno para echar a Redrado”.
El colombiano Francisco De Narváez, a la hora de las disputas y controversias no se quedó atrás, expresó sin vueltas: “Sospecho que las cuentas públicas están truchadas, tal como hacen con el Indec y con los índices de inflación”.
Scioli disparó contra Redrado y señaló que “es provocador, imprudente y le falta sentido patriótico”.
En fin, que casi todos los señores dirigentes políticos argentinos están empeñados, en el medio del termo en el que transcurren sus días, en una disputa sin cuartel. ¿De proyectos? ¿De planes para sacar de la angustia en la que se encuentran millones de argentinos, indigentes, pobres, ricos y de la clase media? No, de eso no hay nada.
Por eso andan a lo largo y ancho de nuestra humillada Patria los Alejandro, los Raúl, las Matilde y tantos y tantos nombres que van peregrinando en la arena de un desierto llamado infortunio.
Es cierto, algunos sufren más que otros; algunos están más preocupados y ocupados que el resto, pero casi todos están en vilo porque ¿quién está salvado en una sociedad conducida por mezquinos, insensatos, mediocres a quienes sólo les interesa hacerse del poder? ¿Para qué?
La respuesta el lector la conoce.
¿Y cómo es posible que esta zaga de imprudencias políticas persista? ¿Qué hace aquel que debe poner orden al fin y al cabo, esto es el pueblo? Talvez tenga razón Octavio Paz: “Ningún pueblo cree en su gobierno. A lo sumo, los pueblos están resignados”.
Sí, es muy posible que el pueblo argentino esté resignado, anestesiado por la clase política dominante. De todos modos, aún se puede discernir que en medio de la ferocidad por la obtención del poder hay un ellos y un los otros.