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«Elon, Bill, distopías cada vez más probables y el Joker como imagen del futuro»

El creciente e imparable impacto de la tecnología en nuestro estilo de vida, que provoca cambios en el modo de relacionarnos y trabajar, de divertirnos y estudiar, circular, movernos, viajar, y varios etcéteras más, parece que puede darnos aún más sorpresas

Por Elisa Bearzotti / Especial para El Ciudadano

Varias veces hice referencia en estas crónicas a mi cualidad de madre y abuela viajera, debido a que dos de mis hijos están radicados en el exterior. En mi última visita -época de postpandemia y burocracia aeroportuaria XL- debiendo regresar desde París, llegué al enorme aeropuerto Charles De Gaulle con varias dudas y sobrado equipaje. Mi espanto se hizo mayúsculo cuando advertí que, en lugar de los clásicos mostradores con empleados más o menos accesibles, había máquinas, y que todo el proceso de despacho de valijas y acceso a las tarjetas de embarque se había automatizado. Tuve suerte con una parte del trámite porque un empleado (sí, por el momento aún hay humanos colaborando en la difícil tarea, tal como hasta hace poco podíamos ver empleados bancarios al lado de los cajeros automáticos explicando su uso, y hoy ya no) entendió que mis credenciales de vacunas eran suficientes para acceder al avión y puso los sellos (virtuales) correspondientes. En cambio la máquina no mostró ninguna compasión por los gramos de más que cargaba y tercamente se negó a dejar que la cinta corriera hacia el túnel oscuro donde mueren todas las valijas, devolviéndola una y otra vez mientras se encendía una luz roja y un pitido intenso (comprensible en cualquier idioma) advertía: ¡no pasarás! De manera que debí pagar el exceso y de esa manera pude regresar a Argentina con mi equipaje completo, aunque un poco más pobre.  

Tal como viene sucediendo en las entidades bancarias y en los aeropuertos, el frenético ritmo de la automatización también ha llegado a los supermercados, donde poco a poco las cajas de cobro van prescindiendo de los empleados. Justamente en estos días el Sindicato de Empleados de Comercio de Rosario alertó sobre la aplicación de cajas robot en el supermercado Carrefour de calle Pueyrredón denunciando que en el año 2008 dicha empresa tenía un plantel de 850 trabajadores en la ciudad, mientras que hoy con las mismas sucursales, la empresa cuenta con 398 trabajadores, lo que implicó una reducción de personal del 53%. Y, a riesgo de caer en la saciedad semántica – debo decir que por la misma línea vienen transitando los gremios de taxistas de todo el planeta gracias a la irrupción de Uber. La plataforma de servicio de chóferes con sede en San Francisco, EEUU, hoy valuada en unos 68.000 millones de dólares, comenzó sus actividades en el año 2008 y rápidamente revolucionó el mercado, dando lugar incluso a la creación de un neologismo para referirse a la creciente precarización laboral: la “uberización”. La irrupción de la compañía ha generado protestas a lo largo y lo ancho del planeta -desde Alemania hasta Tailandia- bajo el argumento de “competencia desleal” para los taxistas, un servicio que, por otra parte, en muchos países no está formalmente regulado, permitiendo excesos en las tarifas y falta de seguridad para los pasajeros. En nuestro país, Uber desembarcó en el 2016, provocando múltiples protestas y cortes de calles que no impidieron su divulgación pero dejaron un claroscuro,  cual debido a lo cual en algunas ciudades es más sencillo acceder al servicio que ofrece esta plataforma digital y otras similares, mientras que en otras no.  En Rosario, si bien no está permitido, “es una realidad que funciona por la fuerza”, según reconoció el concejal de Juntos por el Cambio, Carlos Cardozo, al medio local ON24. También la presidenta del Concejo Municipal María Eugenia Schmuck debió aceptar que Uber “funciona y lo sabemos porque tenemos las denuncias de los taxistas, pero no está habilitado. Está funcionando de manera ilegal”, lo cual no impide que, de acuerdo a una encuesta realizada por el mismo medio, 1 de cada 3 rosarinos lo prefiera a la hora de moverse por la ciudad. 

Todo esto para decir que el creciente y hasta el momento imparable impacto de la tecnología en nuestro estilo de vida, que provoca cambios en el modo de relacionarnos y trabajar, de divertirnos y estudiar, circular, movernos, viajar, y varios etcéteras más, pareciera que puede darnos aún más sorpresas. Y en este sentido no se puede dejar de mencionar la petición firmada por Elon Musk -dueño de Tesla y Twitter- y otros más de 1000 líderes tecnológicos, profesores e investigadores, solicitando que se desarrollen protocolos para garantizar el uso seguro de la Inteligencia Artificial; y pidiendo detener por al menos seis meses el entrenamiento de algunos de los sistemas más poderosos ante “riesgos profundos para la sociedad y la humanidad”. En la carta, se menciona que “la IA avanzada podría representar un cambio profundo en la historia de la vida en la Tierra, y debe planificarse y administrarse con el cuidado y los recursos correspondientes”, agregando que “en los últimos meses los laboratorios de IA se han visto envueltos en una carrera fuera de control para desarrollar y desplegar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie, ni siquiera sus creadores, pueden entender, predecir o controlar de manera confiable”. Claro que la reacción de Bill Gates, uno de los principales sponsors de la IA, no se hizo esperar. En una entrevista con la agencia de noticias Reuters afirmó: “No creo que pedirle a un grupo en particular que haga una pausa resuelva los desafíos. Claramente, hay enormes beneficios en estas cosas… lo que debemos hacer es identificar las áreas difíciles”. La cuestión es que “las áreas difíciles” aparentemente pueden poner en riesgo a la civilización humana, tal y como la conocemos.  

Si bien Gates puede presumir merecidamente su título de mayor gurú tecnológico de todos los tiempos, ante la rapidez y potencialidad de los nuevos desarrollos robóticos, la preocupación de la comunidad científica resulta más que relevante. “¿Deberíamos desarrollar mentes no humanas que eventualmente podrían superarnos en número, ser más astutas, dejarnos obsoletos y reemplazarnos? ¿Deberíamos arriesgarnos a perder el control de nuestra civilización?”, dice otro apartado de la carta firmada por Musk. Y es que ya son varios lo que piensan que la distopía creada por la serie de HBO “Westworld” podría volverse real más temprano que tarde. “No puedes jugar a ser Dios sin conocer al Diablo”, dice Anthony Hopkins en su rol de perverso manipulador y mandamás en el atrapante y ¿ficcional? universo creado para divertir a los humanos que propone la serie. Una diversión que podría dejarnos sin sonrisas y pintarnos la cara con la amarga y cruel mueca del Joker, el personaje que -con su risa falsa- representa la vacuidad y el temor que nos circundan. La patética imagen de un futuro sombrío que, ojalá, nunca nos alcance. 

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