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Empresarios y trabajadores: todos somos imprescindibles

No se puede disfrutar de la riqueza acumulando pobres, así como tampoco puede dar satisfacción ir a trabajar todos los días masticando bronca. La necesidad de alcanzar un equilibrio armónico es un capítulo pendiente en la lucha por una patria más justa, libre y soberana, postula el autor

Esteban Guida

Fundación Pueblos del Sur (*)

Especial para El Ciudadano

Se escucha con frecuencia acerca del dilema entre empresarios y trabajadores. Algunas declaraciones coquetean peligrosamente con los extremos. Hace poco, un legislador nacional dijo que son los empresarios los que tiran de la cuerda que mueve la economía; a los pocos días una funcionaria pública retrucó con que son los trabajadores quienes crean la riqueza del país.

¿Quién tiene la razón en este conocido dilema? ¿Quién es más importante, los empresarios o los trabajadores? En este mundo donde reinan las dicotomías, las grietas, los polos opuestos o el péndulo, entre otras analogías de una fastidiosa bipolaridad, parece que estamos obligados a elegir entra una u otra opción. Pero esto no es así.

El tres veces presidente Juan Domingo Perón dedicó gran parte de su vida a transmitir y explicar una solución armónica a este falso dilema, y la expuso en el histórico Congreso de Filosofía realizado en la ciudad de Mendoza en el año 1949, del que participaron destacadas personalidades de todo el mundo. La Comunidad Organizada, que proponía en el pensamiento y la acción, es el fin que permite alcanzar la grandeza de la Nación y la felicidad del Pueblo mediante la realización de sus integrantes, en un marco de armonía y justicia social. En palabras de Perón: “Una comunidad organizada es aquella donde las fuerzas que efectivizan la acción del país tienen una estructura orgánica que les permite conducir su potencialidad hacia los grandes objetivos que la Nación persigue”.

Entre otras cosas, esto implica que no hay persona, ni sector, ni clase, ni grupo de interés que tenga derecho a esgrimir superioridad alguna frente al resto para hacer prevalecer sus propias pretensiones por sobre los demás. Como ejemplo de esto, sirve pensar en el cuerpo humano, que necesita de todos sus miembros, al mismo tiempo que ninguno de ellos puede sobrevivir fuera de él. De la misma forma, en la Comunidad Organizada todos sus integrantes son imprescindibles, puesto que cada uno de ellos cumple una función específica que le da propósito y lo dignifica como tal.

Se trata de una propuesta que confronta de manera contundente con los postulados de la posición liberal capitalista y del totalitarismo comunista, ya que, en la primera, la competencia acepta que los más fuertes “se devoren” a los más débiles, mientras que en la segunda, la destrucción de la supremacía burguesa es esencial para la conquista del poder político por el proletariado.

Este concepto se transforma en un criterio filosófico ordenador de la vida de los pueblos, colocando en un plano de igualdad a todas las personas, independientemente de lo que piensen y aporten en el quehacer nacional. Nadie puede prescindir de nadie, puesto que de ser así la comunidad encontraría un vacío, una vacancia en el proceso de formación y desarrollo de la nacionalidad que imposibilitaría un cauce armónico y sostenible hacia su realización. En consecuencia, el equilibrio armónico surge de una necesaria interdependencia que propende al bien común; y aunque se dé una permanente puja de intereses e ideas, ellas se resuelven con la existencia de ambas partes en una solución que las integre debajo de un proyecto nacional en el que el todo es más importante que la suma de las partes.

Por este motivo todas las personas tienen un propósito y un trabajo que realizar; así es que, por Trabajador, no sólo se entiende a quien percibe una remuneración a cambio de su esfuerzo físico, sino quien cumple su deber de aportar a la comunidad por el derecho de vivir dignamente. Asimismo, el Empresario no es solamente aquel que emplea a muchas personas, sino quien asume el riesgo de integrar todas las partes que se necesitan para dar vida a una unidad productiva. De esta forma, la dimensión del trabajo excede ampliamente las categorías que se toman como referencia para relacionar a las personas con los medios de producción, siendo más bien el aporte que cada uno puede y debe dar a la comunidad en términos de su capacidad y sus posibilidades.

Esta forma de concebir el funcionamiento de la comunidad tiene un correlato directo y fundamental en la vida económica de la Nación, cuestión que resulta de central importancia para resolver el mencionado falso dilema. Si bien Perón fundó el Movimiento Justicialista a partir de la organización de los trabajadores asalariados, ello tenía un carácter estrictamente reivindicatorio y ejemplar de la justicia social que pretendía instaurar. El hecho de que los trabajadores fueron los elegidos en la acción política inicial del conductor no indica, ni implica, un criterio de superioridad o predominio sobre los empresarios, comerciantes, o cualquier otro integrante de la vida política y económica de la Nación.

La posición de Perón sobre este aspecto no registra eclecticismo ni genera duda doctrinaria alguna, puesto que, desde su función pública, él afirmaba: “Hemos de luchar al lado de patronos y obreros para que nunca puedan existir conflictos ni luchas entre los hombres que ponen el capital y los que ponen la energía de su trabajo para el engrandecimiento del país, ningún conflicto ni luchas entre los patronos, ni los obreros, ni entre unos y otros con el Estado. Si marchamos así, no destruiremos jamás los valores que el trabajo y la riqueza crean para el país y cada uno de nosotros en esa convivencia de colaboración y de cooperación en todas las fuerzas, llegaremos a esa sagrada unión de todos los argentinos que es nuestra más alta misión de gobierno, asegurando con ellos una felicidad que será siempre mayor, para cada uno de los hijos de esta bendita patria que Dios nos ha dado, para conservarla grande, unida y no prostituirla ni aún en el caso de la mayor desesperación que pueda presentarse”.

Es decir que, ni los trabajadores pueden prescindir de los empresarios, ni los empresarios de los trabajadores. Esa armonización perfecta de fuerzas es también la que reconoce que sin empresas no hay creación de trabajo, y sin el aporte de los trabajadores no hay formación de capital; de ahí que empresarios y trabajadores merezcan una justa retribución según el riesgo que asumen y el trabajo que realizan.

En un momento crucial de la historia, lo argentinos rompimos conscientemente con esa idea de “lucha de clases” que caracterizaba al movimiento obrero en todo el mundo, diferenciando doctrinaria y políticamente el accionar de los sindicatos en su lucha reivindicativa, ya que “sólo así podrán ser durables la mejoras que alcanzarán los trabajadores”. Hoy en día estamos profundamente confundidos por una confrontación ideológica que sólo resulta funcional a unos pocos, y nos desvía del curso efectivo de solución.

Pero no está todo perdido. Todavía es posible que los empresarios, así como los trabajadores, adopten voluntaria y conscientemente esta forma de ver las cosas, en el convencimiento de que no se puede disfrutar de la riqueza acumulando pobres, así como tampoco puede dar satisfacción ir a trabajar todos los días masticando bronca contra el dueño de la empresa por el sólo hecho de su posición. Esta mirada es transversal y abarca a todos los miembros de la comunidad. Pero en cuanto a la actividad privada responsable de crear trabajo y riqueza para la satisfacción material del pueblo, la necesidad de alcanzar un equilibrio armónico entre empresarios y trabajadores se constituye en un capítulo pendiente en la lucha por una patria más justa, libre y soberana.

(*) fundacion@pueblosdelsur.org

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