Rosario tiene rincones mágicos, lugares con encantos y construcciones particulares. Una de ellas es una casa en forma de torre ubicada en barrio Azcuénaga. El cartel en la fachada de calle Olascoaga al 1400 dice “La Torre”, aunque sea redundante la descripción. Está en una cuadra muy larga: su numeración va del 1300 al 1400 sin solución de continuidad. El frente es un tapial, pero la edificación de cuatro pisos que remata en un mirador asoma igual.
Tiene unos 150 metros cuadrados, según una publicación de cuando estaba en venta por una inmobiliaria que además señala en la descripción que posee: dos dormitorios, living comedor, cocina, dos baños, todo distribuido en los distintos niveles de la propiedad, más dos cocheras y terreno libre en sus costados y en el fondo con espacio verde. Su momento de esplendor lo tuvo en 1914 cuando era una casa de recreo, con canchas de tenis, proyección de películas, piscinas, túneles y varias leyendas urbanas.
Conserva su arquitectura y su impronta añejada, sin muchas remodelaciones, lo que permite revivir su pasado. En 2016, Ana María Ferrini, del grupo Basta de Demoliciones, pudo visitarla, cuando estaba en venta, y retratar imágenes de su interior. Una amiga había vivido unos años allí. Ana aceptó repasar la historia del lugar con El Ciudadano.
La casa fue construida en 1908. En un extracto de un escrito publicado en el blog “rosarioysuzona” señalan que “El centro del Barrio Azcuénaga estaba constituido a principios del siglo XX por la conocida como Manzana 14, delimitada en la actualidad por las calles Olascoaga, Alvarado, Zapiola y Forrest, a la que Infante había asignado como ámbito para la expansión y uso vecinal, bajo la forma de un recreo, que incluía una pileta”. Y agrega: “La construcción, subsistente aún, coronaba sus cuatro pisos con un mirador, que le otorgaba mayor prestancia todavía a los ojos del raleado vecindario, que podía ejercitar en el lugar una vida social que no por módica dejaba de ser menos atractiva, sobre todo teniendo en cuenta la lejanía del centro de la ciudad, donde ese tipo de atractivos eran muchos más. Pese a ello, el recreo era frecuentado también por quienes vivían precisamente en la zona céntrica rosarina”.
Citan, además del libro de Mónica Noemí Martínez de Neirotti “Hacia el nuevo siglo”, el relato de una mujer cuyo padre trabajó en la morada: María Teresa Más nació en 1915 y es hija de Pedro Más, mozo y cocktelero de profesión, quien en 1914 estaba a cargo del recreo. Según María Teresa, alrededor de 1914 era conocido como El Recreo del Doctor Infante. Tenía dos canchas de tenis, cancha de bochas, se jugaba con frecuencia a la pelota a paleta, deporte que atraía especialmente a la comunidad vasca. También se pasaban películas a través de un biógrafo y no se cobraba entrada. Las proyecciones se hacían los sábados a la noche o los domingos en matine. El bar era al aire libre, por eso se cerraba a la noche. Era un lugar al que concurría gente adinerada que vivía en el centro. “Mi padre contaba que era muy frecuente ver a las hijas de Infante jugando al tenis. En el recreo se hacían kermeses y contaba mi abuelo que también había un tambo y estaba la pileta. Yo la vi pero como en sueños, a través del relato de mi padre”, señaló.
Pasaron los años, estuvo abandonada, se alquilaba por habitaciones y cambió de propietarios. Hasta que Silvia Lahitte la compró en 1989. “La vendí en el año 2000, viví allí tres años”, cuenta a este diario y recuerda: “Mi ex marido y yo vivíamos en un departamento en el centro y yo quería vivir en una casa con terreno. Estaba publicada como chalet inglés. No fue eso lo que vimos cuando la visitamos, pero nos gustó”.
Silvia recuerda que en aquel entonces la edificación seguía llamando la atención de transeúntes y curiosos por su fisonomía. Muchas veces le pidieron verla. “Es rara en su estructura. Todas las habitaciones son pequeñas y hay un mirador con un pararrayos. Dicen que tenía un reloj, pero cuando yo fui no estaba”, recuerda, y explica que la casa sufrió un intenso vandalismo.
Silvia, amiga de Ana María Ferrini, habló con ella en 2016 y le contó más detalles sobre su experiencia entre esas paredes junto con relatos que circulaban en el barrio, algunos que ya forman parte de las leyendas urbanas de Rosario.
Silvia le dijo a Ana que el dueño original se llamaba William Collett, Collet &Collet. Ana explica: “No sé si era una asociación, o la misma persona con tres apellidos”.
La propiedad fue luego de un dirigente de un gremio de canillitas. “El señor Infante alquilaba”, recalca Silvia y sigue: “En sus inicios era un parador, como un camping de la época. En la base de la escalera figuraba 1908 (por el año de construcción). Por la calle paralela hay otra vivienda muy bonita que era para los caseros, porque el terreno llegaba a la otra calle. Había una pileta de natación que quedó en otro lote, dicen que allí se ahogó un joven y desde entonces el parador perdió fama. El dirigente de los canillitas fue asesinado, y su mujer no quiso vivir más allí, se mudó. Eso sucedió alrededor de los años ‘50 y desde entonces fue un inquilinato, se alquilaba por piezas”.
Túneles con grilletes relacionados con un centro clandestino de detención
Silvia, en su relato a Ana, cuenta que cuando ella y su ex pareja llegaron a la vivienda las ventanas estaban tapadas con papel de diario fechados en los años 1974, 1975 y 1976. “Por los años y como estaba todo tapado, hace pensar que en serio había un centro clandestino de detención. La casa tenía un sótano con tres túneles. Uno de ellos llegaba hasta la iglesia Pompeya. Al lotearse, los túneles quedaron tapados por los cimientos. Cuando yo llegué ya estaban cerrados en las entradas por tierra y sí, había unos grilletes, eso parecían, en las paredes, con lo cual puede relacionarse con el tema de la represión. Pero por lo que los vecinos contaban, uno de los túneles desembocaba debajo del altar de Pompeya. Nosotros le hicimos refacciones, la salida del túnel era derecho a la entrada, pero se inundaba, entonces le hicimos la salida en L”, señala Lahitte.
Un mirador, un reloj y un pararrayos
Silvia cuenta que sobre la sobre la segunda planta había un mirador con torres que tenía la forma de un patiecito y de ahí se veía hasta el parque Alem, en Arroyito. “En los ‘90 al mirador se subía por una escalerita que llevaba a un cuartito chiquitito, donde se puso el tanque, pero decían que allí estaba el reloj que era mellizo del que está en el Palacio Fuentes. También tenía un pararrayos, que era el único del barrio, pero lo robaron por el cobre y la gente quedó medio desprotegida de los rayos, porque era el único que había. En el jardincito de adelante, tenía un pino que cuando salías a los balcones quedabas en medio del árbol, pero una tormenta lo tiró abajo y se cayó sobre la casa de los vecinos. No era lujosa, era una casa rústica, una casa de campo, un parador”, recuerda.
La mafia: Agata Galiffi
Hubo algún momento de la historia que se convirtió en leyenda por relacionar la casa con la morada de Agata Galiffi. Hija de Juan Galiffi, más conocido como Don Chicho Grande, quien manejó un sucedaneo de la mafia rosarina luego de que deportaron a su padre. Para algunos historiadores, Agata Galiffi llegó a ser más importante en la Chicago Argentina que el mismísimo Al Capone.
Silvia desmiente esa historia y tiene su propia fuente. Le relata a Ferrini que su madre vivía en Iriondo 1471, y la veía desde la terraza a Agata cuando tomaba sol con la pollera arremangada y fumando. Por lo cual, indica que no vivió en la torre sino en otra dirección.
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