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En «Belfast», Kenneth Branagh elige contar sus orígenes con notables omisiones

La película del actor y director irlandés es una de las diez nominadas al Oscar y suma siete candidaturas en total, incluidas las de dirección y guión original. De todos modos, presenta contradicciones que la hacen esquiva a la hora de hacer una rápida evaluación

Hugo F. Sánchez – Télam

A fines de la década del 60, Irlanda del Norte vivía un pico más de la convulsionada inestabilidad política que signó su historia durante el siglo XX y es en esa época y lugar donde Kenneth Branagh pasó su infancia, contada en Belfast, film  donde asume el guión y la dirección y que desde el jueves está disponible en los cines locales.

El film del actor y director irlandés es una de las diez nominadas al Oscar a mejor película y suma siete candidaturas en total (incluidas las de dirección y guión Original), pero más allá de sus posibilidades frente a la gran favorita de este año, El poder del perro, de Jane Campion, Belfast presenta algunas contradicciones que la hacen esquiva a la hora de hacer una rápida evaluación.

La película comienza con unas virtuosas tomas a todo color de la Belfast actual y enseguida cambia al blanco y negro para transportar el relato al mismo lugar pero en 1969, en un barrio de la ciudad irlandesa en donde vive Buddy (Jude Hill como el álter ego del director) en una casa humilde y tan igual al resto de su calle acompañado por su madre (Caitríona Balfe), su padre que está ausente la mayoría del tiempo por su trabajo en Londres (Jamie Dornan), su hermano mayor (Lewis McAskie) y la cercanía afectiva de sus abuelos (brillante trabajo de Judi Dench y en especial del gran Ciarán Hinds).

El compacto grupo familiar está atravesado por un turbulento exterior, en pleno desarrollo de los enfrentamientos denominados «The Troubles» (Los problemas) entre los unionistas protestantes (partidarios de permanecer en el imperio británico) y los republicanos católicos (separatistas) en el marco de la ocupación inglesa y tres años antes del trágico Domingo Sangriento, donde el ejército inglés abrió fuego y mató a catorce personas en una manifestación.

Los recuerdos y la mirada de Branagh están centrados en ese niño feliz a pesar del entorno violento, con purgas a cargo de los protestantes para «limpiar» de católicos a la ciudad y presiones para unirse a los grupos independentistas más ultras que a pesar de no ser mencionados, se descuenta que son del Ejército Republicano Irlandés (IRA, según sus siglas en inglés).

El cuidado blanco y negro no hace más que contextualizar el agobio de los personajes sobre un marco que lo excede pero con la perspectiva bastante probable de que los más jóvenes terminen formando parte de algún grupo luchando en la guerra civil o emigrar a los destinos más usuales de la diáspora irlandesa, como Canadá, Australia o el recurso más a mano, instalarse en Londres, el corazón del imperio británico.

Justamente, si bien la división entre protestantes y católicos es uno de las problemáticas que marcaron la historia de Irlanda, la ocupación inglesa es tocada apenas tangencialmente por la película, una omisión en función de la facilidad con que Belfast puede ser consumida, a partir de una historia sencilla, atractiva desde lo visual, con personajes entrañables y empáticos. Un conjunto de fórmulas efectivas que representa un desafío a desentrañar detrás de una puesta tan inteligente como fácil de digerir.

 

La historia se desarrolla dentro de lo que podría denominarse el cine costumbrista y familiar, después de todo se trata de la infancia del director, y son las propias decisiones del director las que dan cuenta de un discurso y una manera de ver el mundo que tienen que ver con la visión inglesa sobre el estado de las cosas, que parece, caló hondo en aquel niño irlandés que estuvo obligado a emigrar a Inglaterra y hoy tiene la posibilidad de contar su propia historia.

Lo cierto es que Belfast es efectiva y contada con todos los elementos que debe contener un relato autobiográfico tradicional desde la mirada inocente de ese niño que crece en esas calles en plena efervescencia de sucesos históricos: el primer amor, una familia cariñosa y comprensiva que bordea el estereotipo -los abuelos, adorables, comprensivos y sabios son un ejemplo de eso- e incluso auto homenajes, que desde el presente buscan tener un carácter premonitorio.

Al incluir películas como Hace un millón de años (Don Chaffey, 1966) con la explosiva Raquel Welch o la nostálgica Chitty Chitty Bang Bang (Ken Hughes, 1968), film inolvidable de esa época con un mágico auto volador conducido por Dick Van Dyke, se supone que con esa formación sentimental y cinematográfica está claro que ese pequeño inteligente y vivaz estaba destinado a dejar su marca en el mundo.

En suma, Belfast dispone de un aceitado mecanismo dedicado a contar pero aunque se trate del relato más personal de Branagh, la puesta está planteada en función de una emotividad distante, que dispara la rápida conclusión que cualquier realizador con oficio y profesionalismo podría haberse hecho cargo de la película y obtener los mismos resultados, que al menos en esta oportunidad, el impersonal cineasta al abordar sus propios orígenes.