Combos: así llaman en Colombia a las bandas criminales que imponen fronteras propias en los barrios para manejar el tráfico de drogas y armas, y tener hasta la exclusividad de la distribución de mercaderías, además de otras fuentes de ingresos como las extorsiones. Este lunes, falleció el líder de una de ellas, Edgar Pérez Hernández, conocido como el Oso, a quien designan como el cabecilla del combo Niquia Camacol, del municipio de Bello. Y en plena cuarentena, una multitud salió a las calles a despedirlo burlándose de las medidas de aislamiento. Lo hicieron a los aplausos y los tiros.
El Oso había sido detenido el 8 de diciembre último en el barrio de Niquia. Estaba en la cárcel de máxima seguridad de la Picaleña, en la ciudad de Ibagué, capital del departamento del Tolima. Tenía 50 años, y falleció de un infarto en un centro médico adonde el Inpec (Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario) lo trasladó por su delicado estado de salud. Mauricio Morales, su abogado, dijo que su cliente padecía diabetes y antecedentes de enfermedad cardíaca.
— Juan Pablo Rúa Jiménez (@JuanPabloRuaJim) April 7, 2020
El coche fúnebre que transportaba el ataúd de Pérez Hernández encabezó este martes una caravana de vehículos rodeada y seguida por una suerte de procesión. En la marcha, que rompió con las medidas sanitarias para contener la pandemia de coronavirus, se escucharon disparos, bocinazos y aplausos. “Oso te amamos. No se muere quien se va. Se muere quien se olvida», era una de las leyendas en los carteles que portaba la multitud.
La Policía Metropolitana del Valle de Aburrá tenía a Pérez Hernández como uno de los “peces gordos” de las estructuras criminales que mantienen la disputa territorial en la zona.
Los combos, además de los negocios con estupefacientes, cobran la llamada “vacuna” o “rifa”: una cuota que exigen dentro de las fronteras propias que mantienen con violencia a comerciantes, vecinos y hasta quienes transitan por sus feudos. Sin ese pago, “no se garantiza la seguridad”, dicen los recaudadores.
“Aparecen en barrios donde no hay oportunidades y encuentran una identidad, ya que tienen un espacio de autoridad”, opinó sobre los combos el ex coronel de policía Héctor Saavedra, quien estuvo 11 años en el servicio de inteligencia en Cali. “Me ha tocado participar en casos donde toda una familia armó un combo, y otro en donde todos los participantes eran menores y el líder era un abuelito de 80 años”, describió el ex agente.
Odios y adhesiones
El fenómeno es ambivalente: por un lado, los combos encienden el odio de los vecinos, comerciantes, familias y hasta de quienes tienen que pagar peaje para caminar por los barrios «cercados». Pero también asisten socialmente a muchos colombianos invisibles para el Estado. Y cuando se acercan fechas festivas, como Navidad o Día del Niño, en vez de exigir las «vacunas», recaudan juguetes para los niños y niñas de los barrios populares.
Así, suman adhesiones como las que se pusieron en evidencia el martes y que, en este caso, amenazaron las estrategias de contención de la pandemia con la violación de la cuarentena total que el gobierno de Iván Duque dispuso el 25 de marzo y esta semana prorrogó hasta el 27 de abril.