Cuando el Estado porteño impuso como obligatorio el uso de barbijo, en mayo, exploraron los tutoriales. Pañuelos, medias, retazos. Valía todo a la hora de confeccionar un tapabocas. Al barbijo casero se le sumó la máscara. Viseras, folios, pedazos de plástico ajustados con precinto: también valía todo. De repente, Buenos Aires se colmó de power rangers unidos contra el virus.
Esos tapabocas caseros fueron reemplazados de a poco por los de algodón (liso, estampado, de Boca, con la silueta de Perón) y los descartables. Hasta que en septiembre, más o menos, irrumpió uno lila, con letras estampadas: el Atom Protect, más conocido como “el barbijo del Conicet”. Para noviembre, por la demanda, era difícil conseguirlo. Hoy se convirtió en una insignia.
En unas semanas estará disponible en color negro y con ajuste nasal (¡por fin!). También avanzan los trámites para exportarlo a otros países de Latinoamérica. Además, trabajan en un paño que antiviraliza superficies por el lapso de un año y de una sola pasada. Hay más: una crema antiviral. Todos son productos de uso cotidiano.
Respecto de la mascarilla, ya hay dos versiones superadoras de la pieza original. Se trata de la Mascarilla Social N97, que fue anunciada en noviembre, no se lava, puede usarse cinco días seguidos (o diez horas al día) y también puede ajustarse. Y el Superbarbijo N95 Plus, anunciado en marzo: cuatro capas de protección, con capacidad filtrante para polvos y gotículas de más del 97%.
Todos los modelos se ofrecen en el mercado como la “única protección real y certificada contra el Coronavirus”. El precio de la mascarilla social (es decir, la “común”, lavable y reutilizable hasta 15 lavados) varía. En una cadena de farmacias se consigue por $459 la unidad. En la tienda virtual de la marca, el pack de 10 unidades cuesta $4390 y el de niños, $428 la unidad. Allí avisan que hacen entregas a todo el país y que hay demora en el despacho. En el local de la calle Larrea, en el barrio de Once, suele haber fila.
Esta es la historia de una iniciativa privada con desarrollo público, un trabajo en conjunto para crear un barbijo en medio de la pandemia.
De la fábrica al laboratorio, ida y vuelta
Esta semana se cumple el primer aniversario de palabras «nuevas»: teletrabajo, Zoom, masa madre, composteras. Y de nuevas formas de saludarse: codo con codo, besos por videollamada, mano en alto cuidando la distancia. También de otras cosas: convivencias a tiempo completo -incluso con la soledad-, los chicos en casa, los abuelos lejos y guardados. Hace un año estábamos sumidos en el desconcierto. El Coronavirus ya era pandemia.
Mientras la Argentina se detenía, en una fábrica textil de La Matanza pensaban cómo hacer para que las toallas no tomen olor feo, ese aroma a “humedad”. “Teníamos una idea de cómo eliminar esos patógenos, las bacterias que generan olor en superficies mojadas hasta que llegó el Covid”, dice a elDiarioAR, Alan Gontmaher, ahora director de Atom Protect y dueño junto a Ángeles Espeche de Kovi S.R.L, la pyme que inició el suceso.
Para abril, cuando el uso del barbijo todavía era desaconsejado por el Estado, ellos pensaron que si ampliaban su idea ganarían tiempo. Así que se pusieron en contacto con la Universidad de Buenos Aires (UBA). Esa institución y la Universidad de San Martín (Unsam) y el Conicet mejoraron la propuesta.
“La idea de Alan (N. de la R.: en referencia al director de Atom Protect) era introducir nanopartículas de plata, o sea antibacterianas. Nosotros quisimos apuntar más alto al introducir activos antivirales. Una gran diferencia”, cuenta Ana María Llois, doctora en Física, investigadora del Conicet y docente en la UBA.
El equipo de científicos estuvo conformado por Silvia Goyanes, también doctora en Física e investigadora en el Conicet y profesora en la facultad de Ciencias Exactas de la UBA; Roberto Candal, doctor en Química, investigador en el Conicet y docente en la Universidad de San Martín; y Griselda Polla, licenciada en Química y directora de Vinculación y Transferencia Tecnológica de la Universidad de San Martín. A ese grupo de trabajo se sumaron investigadores jóvenes de la Unsam y de la UBA.
“Nosotros queríamos llevar el conocimiento que teníamos a la confección de un barbijo, pero necesitábamos saber dónde estábamos parados. Pusimos las telas a disposición y trabajamos en conjunto durante abril y mayo. ¿Cómo llevábamos y traíamos las piezas de prueba? En remís, en moto. Si todo estaba cerrado…”, dice Gontmaher.
Para mayo, la Argentina iba y venía entre Fase 2 y Fase 3. Hacía frío, sabíamos que salir a la calle era exponerse al contagio. Pegados a la pantalla aprendíamos a interpretar filminas: contagiados, fallecidos, zonas rojas, amarillas… En ese contexto, los investigadores jóvenes fueron fundamentales: eran los que iban y venían de la fábrica al laboratorio.
“En el laboratorio, probamos con distintos procedimientos, temperaturas y concentraciones para impregnar las telas tejidas que proveyó Alan. Analizábamos cada muestra al microscopio, las testeábamos para verificar propiedades antibacteriales y la distribución de las partículas introducidas. Cuáles eran los límites en las concentraciones de activos para que fueran eficientes, cómo cómo tratarlas con calor para que no se desprendieran al lavarlas…”, sigue Llois.
“En junio logramos una fórmula exitosa: bactericida, fungicida y antiviral. Hicimos los certificados con el INTA y el INTI, y luego la serie de trámites para fijar los convenios con la UBA, el Conicet y la Unsam. En agosto el barbijo estuvo listo para salir al mercado”, sigue Gontmaher.
El barbijo Atom Protect es comparable con un antibiótico: un elemento de altísima protección biocida. Es “social” porque no es de uso médico. Para eso faltaría la aprobación de la Anmat. La textil Kovi sumó empleados en los últimos meses: eran 40 trabajadores, ahora son cien. Ya fabricaron más de un millón de unidades.
Cuando firmaron la licencia con el sector público, la empresa se comprometió a donar el 10% de las telas producidas para que las universidades involucradas fabricaran barbijos iguales a los originales. La idea era entregarlos gratis o al costo en hospitales, municipios, comedores, cooperativas, barrios vulnerados y sectores en situación de necesidad. Bajo esa modalidad se hicieron 120 mil barbijos.
“¿Por qué se usa nuestro barbijo? Creo que había una falsa sensación de que llegaba el verano y esto desaparecía. Pero todo indica que no: estamos frente a la posibilidad de una segunda ola y a mediados de abril empiezan a bajar las temperaturas”, cierra Gontmaher.
“¿Qué sentimos cuando vemos que la gente usa el barbijo? Que hemos contribuido a dar visibilidad al sistema científico tecnológico frente a la sociedad, con un aporte valioso que llegó rápido a destino gracias a una transferencia innovadora hecha a una empresa que confió en el sistema científico, y que además financió el desarrollo y concretó rápidamente el producto”, cierra Llois.
Fuente: Victoria De Masi- eldiarioar.com