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En Cuba también protestan: el desafío del gobierno de la isla

Las protestas en Cuba tienen tantas aristas que el gobierno debe poder escuchar las múltiples voces que se alzan en la isla, incluidas las opositoras, y encontrar respuestas concretas. El presidente Miguel Diaz Canel dijo que muchos estaban justificados. La pelota está en su campo

Pedro Brieger / Nodal

Cada vez que hay protestas callejeras en Cuba parece que se inicia un escenario apocalíptico de una gran revuelta masiva para derrocar al gobierno comunista y “abrir compuertas de la libertad”. Dado que Cuba despierta pasiones tan encontradas es indispensable analizar los múltiples factores que componen la situación que se vive en la isla.

Está claro que mucha gente salió a protestar porque hay descontento; agravado por la pandemia. No hay porqué extrañarse que protesten, al fin y al cabo en Cuba no viven marcianos. En casi todo el mundo hubo críticas y protestas –en algunos casos masivas– contra gobiernos de izquierda o de derecha por el mal manejo de la pandemia.

En varios países hubo escándalos de corrupción con las vacunas, idas y vueltas con cierres y aperturas, cadáveres apilados en las calles, falta de mascarillas y de insumos en los hospitales, grupos “antivacunas” o demoras en la compra y distribución. Como si esto fuera poco, numerosos ministros y ministras de salud se vieron obligados a renunciar. Ni siquiera los países que supuestamente estaban mejor preparados para enfrentar una pandemia (Estados Unidos y el Reino Unido) le escaparon a la muerte de decenas de miles de personas.

Para muestra en América Latina falta un botón

Comparativamente, el manejo del gobierno de Cuba de la pandemia fue mucho mejor que la mayoría de los países. Para muestra en América Latina basta un botón: en la ciudad de Río de Janeiro viven cerca de siete millones de personas y murieron 55mil. En Cuba viven 11 millones y murieron 1.500. Los datos son contundentes. Claro que quienes han perdido familiares por la pandemia en la isla no tienen consuelo con los números comparativos.

Nadie, en ningún país, quiere muertes por el virus y aunque a más de un año de comenzada la pandemia se ha tomado conciencia de que el problema es global, las protestas se dirigen contra quien gobierna. También en Cuba. De poco sirve saber que en otros países de la región están peor cuando siempre se ha sentido orgullo del sistema sanitario propio. La pandemia no perdona.

Por otra parte, al aumento de casos de contagio y muertes en las últimas semanas se le agregan problemas sociales de larga data. Hay dificultades con el suministro eléctrico y por los cortes de luz, deficiencias en infraestructura y vivienda, complicaciones con la producción y distribución de alimentos, quejas por la caída del turismo como gran fuente de dólares y la falta de insumos en la parte médica, incluso para la producción de vacunas.

Es de necios negar el bloqueo a Cuba

Pero Cuba no es cualquier país. Hace casi treinta años que la Asamblea General de Naciones Unidas vota anualmente por amplia mayoría la resolución de “poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos contra Cuba”, ratificada este año, con la oposición de Estados Unidos y el Estado de Israel. Aunque haya quienes se desvivan por demostrar que Cuba no está bloqueada porque tiene vínculos con numerosos países, es de necios negar el bloqueo.

¿O acaso alguien piensa que los 184 gobiernos que votaron contra el bloqueo este año en Naciones Unidas tienen afinidad con el socialismo cubano?

Hay que reiterarlo: Cuba no es cualquier país. Por eso, como en ocasiones anteriores, apenas hay una protesta se pone en movimiento un gigantesco aparato mediático –ahora con numerosas cuentas falsas en las redes como demuestra el estudioso Julián Macías Tovar– que anuncia “la caída del régimen castrista”.

A esto hay que sumarle que nuevamente se alzan voces de funcionarios importantes en Estados Unidos –como el alcalde de Miami– que piden una intervención militar.

El gran desafío del gobierno cubano en un escenario complejo

No es la primera vez que se anuncia el fin de la revolución. En 1993 el periodista Andrés Oppenheimer escribió el libro La hora final de Castro – La historia secreta detrás de la inminente caída del comunismo en Cuba. Se equivocó. Su gran error, como el de muchos, fue y es, que no comprenden que en 1959 hubo una verdadera revolución popular y que ésta todavía tiene el apoyo de gran parte de la población.

Desde ya que muchos cubanos y cubanas se oponen al socialismo, no están de acuerdo con la revolución y prefieren vivir en una sociedad capitalista, o en la opulencia que en su imaginario creen que existe en el capitalismo para las grandes mayorías. También hay numerosos grupos de jóvenes nacidos después de 1959 que se organizan con reclamos propios de esta época, son muy críticos y quieren cambios dentro de la revolución; y en muchas ocasiones no se sienten escuchados por quienes lideran el país.

El gran desafío del gobierno en este escenario tan complejo y con tantas aristas es poder escuchar las múltiples voces que se alzan en la isla, incluidas las opositoras, y encontrar respuestas concretas. Por lo general, los gobiernos frente a las protestas suelen cerrarse y descalificar los reclamos que surgen de las mismas.

El presidente Miguel Diaz Canel dijo que muchos estaban justificados. La pelota está en su campo.

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