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En el aniversario de la gloria de Atenas, el dolor de no aprovechar al máximo su enorme legado

La Generación Dorada hizo todo bien dentro y fuera de la cancha, pero increíblemente hoy hay menos chicos jugando al básquet que en 2002 y el potencial económico se dilapidó

Los logros merecen ser recordados y algunos toman forma de leyenda, epopeya, gesta y todo tipo de palabras tan rimbombantes como merecidas. Pero el peso de la historia es tan enorme que los diarios de cada día podrían agotar sus páginas con gloriosas efemérides que año a año se reiterarían, amén de la capacidad del redactor para encontrar un giro novedoso, un costado interesante o simplemente un reflejo emotivo del aniversario en cuestión.

¿Sería un pecado no mencionarlo? ¿Es obligatorio reafirmar fecha a fecha que ese éxito sigue vivo en la memoria colectiva? ¿Aburre tanto al lector como al que muchas veces debe encargarse de reflejarlo? El retuit para sumarse a la tendencia, la mención para decir presente.

Pero no. Mejor entender las razones de ese éxito y su legado, las formas en las que se llegó a conseguirlo y el aprovechamiento real que tuvo. Para que el disparador del recuerdo sea un análisis y mensaje, o al menos sirva para cambiar algo.

El 28 de agosto de 2004 el seleccionado argentino de básquet ganó en Grecia la medalla de oro de los Juegos Olímpicos, el hecho más importante de la historia de este deporte en el país. Lo hizo con un grupo de jugadores que fueron denominados la Generación Dorada y que trascendieron ese éxito y sus otros logros.

No tiene sentido meterse en detalles de campaña, videos, planteles. Se vio, se ve y se verá con sólo un click. Está en la retina de muchos tan presente como el café con leche del desayuno.

Su legado de conjunto e incluso individual no fue sólo deportivo, sino que involucra aspectos humanos, estructurales, profesionales, éticos y hasta filosóficos.

Pero hay un tema que tocar. Un elefante escondido en el baño. ¿Qué se hizo con su legado? ¿Cómo se aprovechó tamaña gesta casi sin punto de comparación?

Argentina es un país futbolero. Ningún pibe necesita ser motivado para correr detrás de una pelota, es algo natural e intrínseco por este lado del mundo. Pero hay otros deportes que “entran” con el ejemplo, que se desarrollan a partir de un hito, o que explotan por un nombre y apellido. No significa siempre que la disciplina sea más exitosa luego, pero sí que amplíe su base, que saque pibes y pibas de la calle para llevaros a un club o a una cancha. Se sabe que no todo pasa sólo por ganar o perder, sino que lo realmente importante va por otro carril.

“La revolución en el tenis argentino nació de la mano izquierda de un marplatense que dejó de lado la perspectiva del juego de la raqueta como un deporte elitista y se convirtió en popular”, escribió por allí alguien sobre Guillermo Vilas, quien fue inspiración de muchos y un claro ejemplo de como puede llegar la masividad.

El hockey sobre césped generó a Las Leonas y luego a Los Leones en diferentes momentos, pero las Leonas y los Leones también generaron un boom para el hockey. No se trata de buscar si fue primero el huevo o la gallina o de comparar éxitos de predecesores con la actualidad. No quedan dudas de que el ejemplo difundió el deporte, lo hizo estallar. Y, bendito sea el amor y la pasión de este país, no son los únicos casos.

Por eso un número que se tiró al pasar desde prestigiosos entrenadores y altos dirigentes del básquet es toda una señal de alerta y merece mayor análisis. Según ellos (habrá que creerles a sus estudios porque son quienes tienen la data oficial) hay cerca de 60 mil jugadores de básquet federados, cuando en 2002 había cerca de 200 mil. Lo advirtió el presidente de la CABB Fabián Borro y lo refrendaron varios entrenadores, pero el dato pasó de largo entre tanto lío político y maraña de cambios de todo tipo.

Hasta aquí estaba claro que desde lo económico, el formidable éxito de los “dorados” no fue aprovechado, con una serie de desfasajes y desmanejos que dejaron a la Confederación Argentina plagada de deudas cuando el terreno estaba  alfombrado hacia una facturación inédita en el básquet. Y si se facturó, desapareció.

Pero parece un pecado que el ejemplo de Ginóbili, Scola y compañía no haya redundado en una fábrica interminable de jugadores practicando básquet en un club, imitando a quienes son ídolos de muchos e incluso extendieron vigencia durante más de una década. Pero los números están ahí, fríos, increíbles.

En el rincón de las excusas se podrán anotar mil factores (economía, diversidad de oferta de entretenimiento, situación geográfica, ausencia de clubes cercanos) pero inequívocamente algo falló, se dejó pasar una oportunidad magnífica para ampliar la base, cuando por la calle se ven mil pibes con camisetas de Argentina o de la NBA. Si esos chicos no están en un club (cuando se pueda, obvio), algo falló en los diferentes estamentos y ese debe ser el desafío superador.

Campazzo y compañía tomaron la posta y recibieron el legado. Ellos crecieron con el ejemplo de la Generación Dorada, comparten cancha con el eterno Scola y ya generan su propia identidad. Dentro de algunos años habrá que rememorar los aniversarios de sus éxitos y hazañas, y ojalá se pueda contar que una medalla o un podio sirvió para que sean cientos de miles los chicos y chicas que jueguen al básquet en el país.

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