En Sembrando Amor los viernes se cocinan unas 260 raciones para las familias de La Planchada, como llaman a un sector del extenso barrio Tablada. Gabriel Eduardo “Pepín” Godoy y su esposa Graciela son los referentes. Junto a Daiana y Lourdes empiezan a preparar el guiso de arroz con albóndigas alrededor de las 9 para llegar a tiempo al mediodía cuando empiece a formarse la fila de mamás con sus hijos, adultos y jubilados. Todos con sus tuppers. “La situación que estamos atravesando, si usted se queda, se la vamos a mostrar y también los vecinos se la van a decir”, empieza Pepín después de abrir las puertas de su modesto comedor que también es su casa en Saavedra 76 bis, entre Cochabamba y Esmeralda. Pepín, Graciela, Daiana y Lourdes se turnaron para explicar a este diario lo que se siente al no poder sumar un plato de comida para quiénes lo piden, para mostrar que existen, que no son «fantasmas», que su trabajo en el territorio vale, que importa porque son los están ahí cuando el Estado desaparece y que para ellos el hambre no es un negocio como intentan instalar en los discursos de odio habituales de esta época.
Hace 20 años que Pepín está al frente del comedor, hace cuatro que se mudaron con Graciela a su casa de calle Saavedra. Fue portuario y albañil hasta que una enfermedad cardíaca lo obligó a dejar de lado esos oficios, pero no le sacó la militancia social. Contó que la situación que están atravesando no sólo ellos sino también los compañeros de todos los barrios, de toda la Argentina es la misma. “Teníamos 55 raciones de comida y ahora tenemos unas 260 porque ayer se nos anotaron tres familias más con sus chicos”, dijo.
Graciela, su compañera, agregó que todo cambió desde diciembre cuando cocinaban tres veces a la semana y ahora se les hace difícil llegar a un día. “Veníamos bien cocinábamos almuerzos los miércoles y viernes. Los lunes teníamos leche para la merienda. Recibíamos la mercadería que correspondía y los vecinos estaban acostumbrados a venir. Ahora lamentablemente no estamos recibiendo la misma cantidad de mercadería, a veces nos dan y otras no”, agregó.
Pepín explica que las familias que retiran la comida deben anotarse en una planilla que es presentada una vez por mes ante organismos oficiales. Además, dice que en estos meses personal del ministerio de Capital Humano los entrevistaron dos veces, que les pudieron mostrar el comedor y que estas personas hablaron con los vecinos, pero que no quedaron anotados para recibir alimentos.
“En este último tiempo cada vez que abrimos la puerta y los empezamos a llamar, siempre viene gente nueva, están con alguien más, de otras zonas, o te escriben si se pueden anotar y la verdad es que a veces no hay lugar porque ya hay anotados 250 y ahora llegamos a las 260. Es la realidad que estamos pasando, la necesidad es cada vez más”, explicó Daiana entre las idas y vueltas para revolver el guiso.
Sembrando Amor no sólo tiene esos desafíos con los almuerzos, pasa lo mismo con las meriendas. Las dan los lunes a las 17.30, tienen dos mesas en fila y un pizarrón para que hagan la tarea o jueguen. En un rincón de la misma habitación hay un espacio donde hacen uñas y las nenas no quedan afuera. Además, una vez al mes un hijo de Pepín les corta el pelo a los nenes.
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Lourdes es otra de las colaboradoras, tiene 18 años, es mamá y está atravesando una enfermedad difícil pero eso no la aleja del trabajo en el comedor. Dice que le hace bien y que disfruta poder ayudar.
Lourdes contó que no están recibiendo leche por lo que buscan de todos lados para conseguir mercadería. “Se suman chicos y bebés también porque a veces en el dispensario no tienen. No sabemos de dónde sacar para ayudar, la verdad que todo esto te pone re mal porque queremos sacar de donde sea, una se desespera”, dijo la joven.
“Es muy triste ver los mensajes en el grupo de Whatsapp que te preguntan hoy cocinan y le tenés que decir que no porque no hay mercadería. Muchas veces llegamos a cocinar sólo un día a la semana con mucho sacrificio porque solventamos el gasto de esas raciones. El dar no es barato porque todos estamos viviendo y sufriendo en esta economía. Hoy compré un puré de tomate y un paquete de sal que faltaban, me salió 2.500 pesos. Eso es de nuestro bolsillo y quizás al principio uno no se fija pero influye”, dice Graciela pero termina en que los mensajes de agradecimientos en el grupo “te llena el alma porque le pudiste dar en la semana siquiera un plato de comida al que más necesita”.
Esa dualidad se les presenta en todo momento porque los 78.000 que cobran cada uno del Volver al Trabajo se les esfuma las primeras semanas del mes porque a eso le tienen que sumar la garrafa de 15 que les sale 17 mil, más sus gastos.
La pareja, Daiana y Lourdes tiene diferentes estrategias para hacerle frente al hambre: hicieron un fondo común de 2.000 pesos cada uno, van a los comercios para pedir precio o si les sobra algo, hablan con instituciones públicas y con los referentes del Movimiento Evita donde militan para conseguir la mercadería. El trabajo que hacen es reconocido en la zona sur y por eso a veces pasa alguien, golpea y deja paquetes de alimentos.
Pepín resumió con una anécdota cómo se manejan en Sembrando amor: “Venían unas chicas a retirar siempre para dos. Las empezamos a observar y un día las llamamos. Les preguntamos por qué piden para dos y nos contestaron que era porque tenían dos hijos”, contó el militante social para agregar que los adultos se quedaban sin comer para darle a los chicos.
“En este comedor se da para comer para todos, para los grandes, para los chicos, fue lo que les dije y para mí fue una alegría enorme. Me dan ganas de llorar”, siguió Pepín.
“No es como dicen que a nosotros nos pagan para tener un comedor, cobramos un Volver al Trabajo que es 78.000 mil pesos que está congelado”, contó.
Este viernes no estuvo exento de complicaciones para el comedor Sembrando Amor, se les quemó la manguera de gas del mechero y tuvieron que cocinar el guiso en la cocina industrial. Era pasado el mediodía cuando las mamás, jubiladas y adultos llegaron con sus tuppers y tuvieron que esperar un poco más.
Algunas de esas jóvenes contaron que tienen trabajos esporádicos: algunas cuidan adultos mayores y otras hacen limpieza, arreglan las cosas que cirujean y las venden en el trueque pero nada es fijo ni alcanza. También se van ayudando entre familiares para poder comer y los días que el comedor de Pepín no está, buscan por el barrio o en algún otro comedor.
Pepín y las chicas empezaron a entregar las raciones a las 13 y a la media hora ya habían vaciado la olla. “Estamos a los que nos gusta hacer esto de corazón, para la gente. Como con la compañera Lourdes que estamos al pie del cañón a pesar de nuestra enfermedad. Nos queda mercadería para cocinar un día más. No sé cómo vamos a hacer porque no estamos anotados para que el gobierno nos de la mercadería, la leche y se necesita”, reflexionó Pepín.
La heladera: una urgencia
El comedor merendero Sembrando Amor necesita ayuda urgente porque se les quemaron la heladera y el freezer por un fuerte bajón de tensión. Algunas vecinas también contaron que les pasó a muchos en la cuadra y que pasa siempre porque nunca pusieron siquiera un medidor comunitario, a pesar de los reclamos.
“Estoy buscando una heladera barata o si alguien tiene alguna para donar porque ahora estamos llevando a otro lado la comida que no donan o que conseguimos. Es urgente para poder seguir funcionando”, dijo Pepín, quien dio su usuario de Facebook personal “Gabriel Eduardo Godoy” como también su número de celular 341- 3426857 para que quien quiera colaborar le escriba. También aclaró que no reciben dinero, sólo mercadería.