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En escena al ritmo del talento

Por Miguel Passarini / Enviado especial. En las últimas jornadas se vieron obras tales como “Molly Bloom”, elogiado unipersonal de Cristina Banegas, el conmocionante “He nacido para verte sonreír”, de Santiago Loza; “El Bululú”, con Osqui Guzmán, y “Amar”, de Alejandro Catalán. Un ritual que se resignifica


La increíble Cristina Banegas en su elogiado unipersonal “Molly Bloom”, donde descolla con su interpretación.

La penúltima jornada de la 8ª edición del Festival de Teatro de Rafaela (FTR2012), que finaliza mañana, ya deja vislumbrar el éxito de un encuentro que se consolidó como el más importante del país, por la calidad de su programación, la contundencia de su organización y la aceptación incondicional de parte del público local y regional (ya tiene tres subsedes en localidades vecinas), que con su presencia masiva consolidó y dio forma al encuentro que en 2013 abrirá sus salas a propuestas internacionales, sumándose de este modo a la grilla de los festivales de teatro de Latinoamérica. De este modo, el FTR se sumaría a sus parientes más cercanos como Santiago a Mil de Chile, Londrinas de Brasil o Manizales de Colombia, entre otros prestigiosos festivales de teatro de vasta trayectoria.

En las últimas jornadas, pasaron por Rafaela propuestas de enorme contundencia tales como Molly Bloom, el elogiado unipersonal de la actriz Cristina Banegas, del mismo modo que el conmocionante He nacido para verte sonreír, de Santiago Loza, con dirección de Lisandro Rodríguez; El Bululú, de José María Vilches, a cargo de Osqui Guzmán o Amar, de Alejandro Catalán, entre otros.

La jornada del jueves finalizó con la presentación de El Susto, 1813, con dos funciones en el Centro Cultural La Máscara, bajo la dirección del reconocido clown Toto Castiñeiras (Cirque du Soleil), que cuenta con las actuaciones de Mariela Acosta, José Luis Arias y el rosarino radicado en buenos Aires, Pablo Palavecino. Se trata de una comedia en la que confluyen el humor y el terror, “basada en historias oídas a través de los muros”, y donde se revela un secreto guardado en un aljibe de la Buenos Aires colonial.

También se vio Error. Un juego con tra(d)ición, del equipo BiNeural-MonoKultur, creado en Córdoba por Christina Ruf y Ariel Dávila, en el que un actor y licenciado en genética junto a una actriz que a su vez es activista en pueblos fumigados con agrotóxicos, participan en un juego donde el azar y el error dan forma a una performance que pone a la luz algunas de las problemáticas que genera el monocultivo de soja.

Incandescente y vertiginosa

Si algunos pensaban que la extraordinaria actriz y directora porteña Cristina Banegas no podría con Molly Bloom, un texto en apariencia irrepresentable, se equivocaron.

Con adaptación de Ana Alvarado, Laura Fryd y la propia Banegas, y dirección de la talentosa Carmen Baliero, con este estreno reciente que por primera vez sale de Buenos Aires, Banegas festeja sus 45 años de teatro, enfrentando un gran desafío frente a las palabras escritas por James Joyce.

“La estructura del monólogo, las ocho oraciones sin signos de puntuación, la extraordinaria afirmación que hace Molly, exigen una enunciación en velocidad”, escribe Banegas, y eso es lo que hace con este texto procaz y sinuoso, acerca de este personaje de ficción que Joyce incorpora en su Ulises, y que para muchos es una especie de Penélope (del original de Homero) que se refleja en un espejo que “distorsiona” su imagen.

Aquí lo que prevalece es la velocidad de las palabras, dichas (actuadas) detrás de un atril en el contexto de una puesta austera, con una Banegas que por momentos parece una adolescente en escena aportando al personaje un histrionismo que apabulla, usando recursos tan simples (pero complejos de trabajar) como las inflexiones de la voz, los movimientos de las manos que recuerdan a los sagrados mudras de los hindúes, y el aporte de mínimos cambios de registro en los que las palabras adquieren musicalidad.

“Si no es en velocidad, ¿cómo traducir el pensamiento, el fluir de la conciencia a la voz hablada? Y la velocidad implica vértigo, precisión, es como hacer surf en ese río de palabras. Es un viaje vertiginoso”, completa Banegas, quien una vez más se llevó de Rafaela uno de los aplausos más cerrados.

El amor como el horror

En Amar, gran trabajo que conjuga ingenio, actuaciones deslumbrantes y un dispositivo escénico que no se parece a nada, donde todo el artificio del teatro queda a la vista y sin embargo la convención con el público permanece intacta, Alejandro Catalán atraviesa junto a sus actores un decálogo de situaciones ligadas con el amor y el fracaso.

Edgardo Castro, Ximena Banús, Natalia Di Cienzo, el rosarino Miguel Ángel Bosco, Federico Liss y Paula Manzone arman y desarman los entretelones de tres parejas en una noche frente al mar.

El artificio es funcional a un presente constante en el que los personajes van dejando entrever la trama de sus vínculos de pareja, en una construcción que del mismo modo que acerca la circularidad del cine de Bergman o del mejor Woody Allen, abreva por pasajes en las bizarras instancias del más abigarrado melodrama.

Sólo unas linternas que apelan a los primeros planos manejadas por los mismos actores y unos tubos hechos con botellas de plástico descartables que asemejan palos de agua y con los que reproducen la inconfundible sonoridad del mar, son suficientes para codificar situaciones propias de una noche en la que el calor, la música estridente y los tragos portentosos serán el puente para que las verdades más dolorosas, los rencores más funestos, la envidias más inconfesables y los deseos más ocultos salgan a la luz, en lo que el director define como “el derrotero de una noche intensa y descarriada”.

Lo cotidiano se vuelve mágico

Desde una escritura simple pero de una poética cautivante, el dramaturgo y director de cine Santiago Loza consigue una vez más la conmoción a través de He nacido para verte sonreír, con las singulares actuaciones de Luz Palazón y Martín Shanly, bajo la dirección de Lisandro Rodríguez. En el contexto de una instalación escenográfica neutra (un cubo blanco, lleno de objetos), una madre monologa frente a un hijo silente momentos antes de su internación en una institución psiquiátrica. El repaso de los momentos vividos, el vacío de palabras, la ausencia a pesar de la presencia, adquieren a través de este trabajo una profundidad impensada, “un abordaje poético sobre un problema psiquiátrico”, según las palabras del propio Loza, quien vuelve a trascender luego del elogiado y extraordinario Nada del amor me produce envidia y de Pudor en animales de invierno, también en cartel en Buenos Aires.

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