Rodrigo Miró
@RodrigoMiro76
Francia. Integrante del G7 y potencia mundial. Con artistas que deslumbran cada año en el Festival de Cannes y su glamorosa alfombra roja. Con deportistas que ganan millones de euros. Roland Garros es cita obligada para el tenis mundial. El PSG deslumbra al mundo con figuras de la talla de Mbappé o Neymar. La Torre Eiffel y Champs-Élysées son la foto preferida de miles de turistas desde siempre. El Chanel es el aroma que los distingue, y la Costa Azul es la playa más deseada. Son la capital planetaria del buen vino. Y sin embargo ahí anda el país del champán disputando el ránking de los más golpeados por el coronavirus, con más de 20 mil personas fallecidas, un sistema sanitario que hizo agua y las contradicciones de clase a flor de piel, con fuertes choques en los suburbios de París entre los jóvenes y la Policía en las últimas noches.
Los problemas empezaron en la madrugada del domingo, en la llamada banlieue parisina, con hijos de inmigrantes que se encendieron acusando a los uniformados por haber herido a uno de ellos que circulaba en moto y chocó contra la puerta abierta de un móvil policial. Aunque en realidad, más que por este episodio particular parecen rebelarse contra un orden establecido que no los incluía ya antes de la llegada de la pandemia, un modelo con problemas estructurales que el Covid-19 deja al desnudo.
Thomas Renaud, francés, está en pareja hace tiempo con una rosarina y tiene amigos argentinos. Tiene vínculos culturales con esta parte del globo, y habla un buen castellano. Desde Francia, en contacto por El Ciudadano, explica: “Se estima que el 20 por ciento más rico de la población parisina se fue de la ciudad pocas horas antes que se inicie el confinamiento. En los suburbios de la región parisina, en Saint Denis, hubo muchos muertos y el índice más alto de letalidad del virus es en la zona de la capital. Mucha gente ahí vive en departamentos chicos, hacinados, resulta difícil hacer la escuela en casa. Además en esa zona, que es la de menores ingresos, es donde vive buena parte del personal que trabaja como enfermeros en los hospitales públicos o que hacen tareas de limpieza en los geriátricos y supermercados, y también jóvenes que se las rebuscan con las app de delivery. Eso explica lo que está pasando estas últimas noches”.
Thomas enseña artes escénicas en esos mismos barrios que arden en protestas contra la Policía. “Yo trabajo en programas culturales, enseñaba circo hasta que empezó todo esto, y hacía festivales, muy vinculados con sectores populares. Hoy está todo cortado. Y los eventos públicos no se sabe cuándo volverán, porque además no existe arte escénico sin contacto”.
Otra voz que se suma al diálogo con El Ciudadano es la de Ester Stekelberg, la periodista rosarina que vive hace casi 20 años en Francia. Desde Yerville, en el oeste del país, advierte: “El coronavirus mostró dramáticamente que había en Francia mucho sin resolver. Lo que está pasando en las últimas horas en los suburbios de París deja más que claro que acá, en el Primer Mundo, existe un tercero. Que Francia es una potencia mundial, pero tiene bolsones de pobreza, en la periferia de las grandes ciudades. Son los que fueron migrantes en alguna época, que llegaron del África colonial. Hoy ellos y sus hijos están desocupados o subocupados. Cuando hablás de confinamiento, ¿cómo hacés para quedarte en tu casa cuando quizás viven 10 personas en un mismo departamento? Eso, que pasa en la Argentina, pasa también a su escala en Francia. Son focos de incendio en todos los sentidos. En 1995, en esos barrios de París, hubo levantamientos con muchos muertos. Son las mismas zonas que las últimas noches protagonizaron peleas con la Policía. Acá hay 9 millones de personas bajo la línea de pobreza. (El presidente Emmanuel) Macron anunció una ayuda de 150 euros, más 100 euros por hijo, a estas familias. Son quienes ya reciben algún tipo de asistencia del Estado. Pero la realidad es que esa ayuda no alcanza”.
Los antecedentes
15 de noviembre de 2019. Miles de aviones recorren los cielos, millones de personas toman colectivos para ir a sus trabajos. No hay disposiciones para usar barbijos ni se debe tomar distancia en el transporte público. Hay partidos de fútbol con hinchadas y películas que se estrenan con sala llena. Son días normales para el mundo. No existe aún el nuevo coronavirus, y en la ciudad china de Wuhan se come animales salvajes sin miedo. El mundo no habla de pandemia. En París, Francia, esa tarde miles de trabajadores de la salud se movilizan en protesta por los recortes que viene haciendo el gobierno francés al sistema sanitario. La bandera que encabeza la manifestación advierte “Los cuidadores en penurias, ponen en peligro vuestras vidas”.
Cinco meses más tarde, el mundo cambió. En otro audio de Whatsapp de charla virtual con El Ciudadano, Renaud, reflexiona: “Aquello fue casi una profecía, lamentablemente. Francia llegó de la peor forma a enfrentar la pandemia. Justo antes de la crisis sanitaria del coronavirus estábamos en pleno conflicto por el ajuste en salud. Estaban los médicos y enfermeros en la calle. En las protestas tiraban sus uniformes de trabajo como moda de protesta, que era el resultado de 30 años de políticas de «austeridad». Llevábamos un año con movilizaciones del sector salud, el país había perdido en este último tiempo el 35 por ciento de camas disponibles. El presidente Macron habla ahora de una guerra, pero la verdad es que no preparó al país para esto. Cuando fue la H1N1, el Estado francés había comprado millones de máscaras o barbijos. Pero en el último año, el país se había quedado sin stock de barbijos, por los recortes al sector público”.
Sobre la velocidad de respuesta que tuvo Francia ante la crisis, hay muchos cuestionamientos. Stekelberg asegura: “A nivel de los gobiernos creo que aquí en Europa no hubo dimensión de lo que podría suceder. El primer muerto por coronavirus fue un chino, que falleció en un hospital de París y pasó casi desapercibido. Un mes después, el presidente Macron daba un discurso en cadena nacional en el que dijo seis veces que el país estaba en guerra contra un enemigo invisible. Pero en el medio, pasaron un montón de cosas, a las que el gobierno fue llegando tarde. El primer ministro, Edouard Philippe, dijo en una rueda de prensa hace dos semanas: «No vamos a permitir que digan que reaccionamos tarde». Pero si dice eso es porque sabe que hay muchos que lo están pensando”.
En la misma línea, Renaud recuerda: “Entre enero, cuando se supo de China, hasta mitad de marzo, que se decidió el confinamiento, el gobierno especuló hasta último momento. Hay un refrán acá que dice que “es al pie del muro, que el muro se ve mejor”. Aquí se hicieron elecciones municipales el 15 de marzo. Todo el país en las calles para votar. Y al día siguiente nos dijeron que había que quedarnos en nuestras casas por motivos sanitarios. O sea, minimizaron todo para seguir con los tiempos políticos. Cuando se dieron cuenta de que era una locura, cerraron”. Y remata con crudeza: “Una demostración del cinismo de las autoridades fue que en pleno conflicto social, en enero, la esposa del presidente Macron encabezó una campaña de la «moneda amarilla», que invitaba a la población a donar centavos que le sobraran para ayudar a la Salud Pública. Eso pasaba al mismo tiempo que el gobierno profundizaba los recortes. Por eso es que muchos de los que ahora están enfrentando al virus, unas semanas antes que estalle la pandemia estaban literalmente golpeados por el Estado francés. Pero no es un sentido metafórico, sino que eran reprimidos por la Policía al protestar. En esas marchas, en una de las banderas que recuerdo, los médicos decían: «Hoy el gobierno cuenta la plata, en poco tiempo con esta política van a contar muertos». Es lo que está pasando hoy”.