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En la lógica de la desesperanza

Buscando la empatía con el público, los talentosos Ricardo Darín y Erica Rivas traen al presente las palabras de Bergman en la luminosa pieza teatral “Escenas de la vida conyugal”, bajo la atenta dirección de la también actriz Norma Aleandro.

Lo íntimo, lo privado, lo políticamente incorrecto de una pareja en picada se hace público a tientas, en medio de un puñado de pasajes agridulces, por momentos descarnados, en otros apelando a una cierta compasión que inspira, irremediablemente, una profunda tristeza, independientemente de la risa que se dispara a primera vista. Escenas de la vida conyugal, comedia dramática en su versión más reciente (a más de dos décadas de su estreno original en el país), ofrecerá hoy y mañana, a las 20.30, en el Fundación Astengo, sus últimas dos funciones en Rosario (al menos por el momento), apoyada en el trabajo de dos actores talentosos que, más allá del intervenido, versionado y aggiornado texto del recordado guionista y director de teatro y cine sueco Ingmar Bergman, creador del inolvidable film homónimo, mantiene en ciertos pasajes su intensidad y, sobre todo, su velada provocación.

Distanciados, casi ajenos al conflicto, Ricardo Darín y Erica Rivas, los protagonistas, a proscenio, le presentan al público lo que será la recreación pautada de algunos pasajes de la vida íntima de Juan y Mariana, un matrimonio de profesionales con un buen pasar y dos hijas; ella de 39, él de 48, una pareja tan llena de convenciones como de lugares comunes, que no podrá evitar la debacle de la convivencia que pasará por los vaivenes y las contradicciones del desgaste y que, a pesar de todo, con el amor indemne, conocerá acerca del desamparo, el desapego y, sobre todo, hará carne la pérdida del deseo, más allá de asumir, finalmente, que el suyo es un “amor imperfecto”.

Así, desde la añoranza de un tiempo feliz hasta llegar a la resignación de “una cama de clavos”, solos, habiendo perdido la instancia lúdica que toda pareja tuvo (o debería tener) en algún momento, repasan esas escenas de la vida conyugal (de una vigencia inusitada) como una terapia, sin dejar de lado la melancolía y al mismo tiempo el sarcasmo. En ese recorrido, la pérdida de la juventud y de la historia de amor que los volvió “diferentes”, los arrasa y unifica en la abulia, en el aburrimiento que los hace familiar y socialmente “aceptados”.

En el contexto de una puesta en escena despojada, apenas con unos pocos objetos escénicos, desde la dirección, la actriz y directora Norma Aleandro, quien a comienzos de los 90 transitó el mismo texto (aunque con otra densidad) junto con el recordado Alfredo Alcón, logra poner en primer plano lo mejor de Rivas (quien reemplazó aquí a Valeria Bertuccelli), una actriz de un inusual trabajo interno, como pocas veces pasa en el teatro: ese proceso aparece reflejado en cada una de sus inflexiones, quiebres y detalles de coloraturas que aporta a la aparentemente frágil Mariana que, repuesta de dolores y abandonos, se fortalece para dar un vuelco radical a su personaje, casi como en un homenaje a la “descarriada” Nora de Casa de muñecas, de Henrik Ibsen, a la que en algún pasaje se hace alusión.

Por el lado de Darín, actor de una singular empatía con el público, su trabajo se engrandece en aquellos momentos en los que logra correrse de esos espacios en los que ese mismo público lo “obliga” a quedarse, conjugando una instancia notable, ya casi sobre el final, en la que, golpeado por la situación, se refugia en el alcohol.

Por lo de demás, suma y aporta sustento dramático la bella puesta de luces diseñada por el talentoso Gonzalo Córdova y la música especialmente compuesta por Diego Savoretti, que acompañan, particularmente, los momentos en los que el “valle de lágrimas” por el que discurren los personajes entroniza las palabras más dolorosas, sobre todo en los sucesivos finales de escena resueltos con apagones.

De este modo, parapetados en la lógica de la desesperanza, claramente vulnerados, desarmados y vueltos a armar, el recorrido de esas escenas de la vida conyugal, cuyos nombres se aproximan a los de la recordada miniserie devenida en película que Bergman filmó y estrenó en 1973 con Liv Ullmann y Erland Josephson como protagonistas, se revela como un viaje accidentado de una pareja por un camino trazado por las convenciones. Un tránsito que, pareciera, al menos en la gran mayoría de los casos, estar destinado al fracaso, aunque el amor se revele como un estado de belleza y redención, algo que el genial autor de El Silencio, Persona y Gritos y susurros supo hace mucho tiempo.

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